María en el Camino de Cristo
Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R.
El
Evangelio resulta fascinante, no tanto por lo que tiene de historia, sino
por lo que tiene de vida.
El Evangelio es Vida. Por eso es Buena Nueva. Y porque es vida siempre está
y estará de actualidad. Gozosa actualidad. Cristo sigue actuando, en vivo,
en directo y a todo color, podríamos decir, parafraseando un slogan de los
medios audiovisuales. Por
otro lado,
Cristo al entrar en la historia del ser humano, lo
hace por medio de una Mujer, María. Entra
en la historia con la naturalidad, indigencia y precariedad de cualquier ser
humano.
Resulta
sublime ver cómo
Dios no fuerza, no cambia, ni suprime la
libertad o la personalidad de
nadie. Respeta al máximo la libertad. Pero pide la libre
cooperación.
Eso hace con
María. Le pide a María su libre cooperación. Y María responde con
plena libertad y con total responsabilidad. Y cuando no entiende,
pregunta. “¿Cómo será eso, pues no conozco varón…?” (Lc 1,34)
1. CAMINO DE
FE DE MARIA
¿Qué
fe podía ser la de María? Pues la
fe sencilla de una mujer del pueblo, una mujer pobre y humilde. Una
fe tradicional, vivida en la familia, y aprendida en la catequesis
de los rabinos. Juan
Pablo II, en la “Redemptoris Mater”, hace esta extraordinaria
afirmación: “María,
está en contacto con la verdad de su Hijo únicamente en la fe y por
la fe”.
La vida de María, como la de Cristo,
nunca fue fácil. Su fe
estuvo sometida continuamente a la prueba cotidiana de la realidad
de la vida. ¿Por qué? Porque Dios no es evidente. Se necesita tener
la experiencia de Dios. Y la experiencia de Dios se realiza cuando
nos dejamos invadir y poseer por Él, pos su Amor. Dios es Amor. Y
sólo dejándose llenar de amor de Dios se tiene la experiencia de
Dios. Dios es gratuito. Se nos da entero y total, porque quiere, sin
merecerlo.
2.
MARÍA VISTA DESDE EL EVANGELIO
La historia de María arranca en el
Evangelio.
Dios ha hecho en ella maravillas sin
despojarla de su realidad humana.
Esto es lo que le da todo el valor ejemplar, personal
y estimulante para nosotros.
Estar
preservada de la herencia del pecado original no significa que no
haya sido una mujer normal. Su maternidad divina no la diviniza,
pero la eleva a una categoría única y tan sublime que hace que
volvamos los ojos hacia ella porque en ella vemos la mejor
intercesora ante Dios. María es alguien que no siendo Dios está por
encima de todo lo creado.
En María se engloba toda la
historia de
la Salvación.
¿Entendió
María hasta dónde la elevaba el mismo Dios? Seguramente no. Nos
sucede a nosotros lo mismo. ¿Somos capaces de comprender la grandeza
que supone ser hijos de Dios por el bautismo? Seguramente no.
Sin embargo,
a pesar de no comprender a plenitud, nos sentimos agradecidos. Y nos
esforzamos por ser buenos hijos de Dios.
María, por ser una mujer real, de
carne y hueso, vive las etapas de la vida con total normalidad.
Y en
el reloj biológico, le llega la hora de hacerse novia.
Y es la prometida de José, primero, y luego su esposa. Sólo que Dios
actúa, y de qué modo, para que se cumpla su voluntad de salvar al
mundo. Y Cristo vendrá al mundo como Hijo de Dios.
Hay que verla también en la
cotidianidad, a sabiendas, no obstante, de que la
cotidianidad en Cristo y en María, siempre es transcendente.
Y así, por ejemplo, cuando asiste a
la boda en Caná.
Como mujer
que es, no pierde detalle de lo que sucede. Está atenta a cualquier
eventualidad que se presente y donde ella pueda ayudar y ser útil.
Pronto se da cuenta de que comienza a escasear el vino. Y de modo
discreto y sublime, se preocupa de que ni los recién casados
adviertan el fallo o escasez de vino. Quiere que estén bien, que lo
pasen bien; que sea el día más feliz de su vida.
Ese es el verdadero y auténtico
protagonismo: hacer que todo funcione sin que se advierta su
presencia.
3.
MARÍA EN LA
RECONSTRUCCIÓN DEL SER
HUMANO
Nuestro Mundo, un mundo de pobres.
La peor de las lacras sociales hoy
es la pobreza. Una pobreza que, paradójicamente, es real y
artificial, al mismo tiempo.
Que es real a la vista está. Y que es artificial, también. Porque la
pobreza, al menos en su extrema gravedad, es evitable.
La tremenda desigualdad entre unos y
otros en el mundo actual es el sarcasmo más blasfemo de todos los
tiempos contra el mismo ser humano.
La pobreza crea, además, bolsas
tremendas de incultura.
Gente con gran talento que jamás será aprovechada, porque la falta
de recursos les impide tener acceso a una escuela elemental,
superior, y menos a una universidad. Sin contar el problema social
de convivencia que se va creando a todos los niveles por el
resquemor que la misma pobreza conlleva.
El
mundo que le tocó vivir a María era una
sociedad patriarcal y judía, donde
la mujer carecía de relevancia social.
El pueblo
judío, para colmo, estaba sometido económica y militarmente a los
romanos.
Las hijas pasaban del poder del
padre al poder del esposo.
Su función principal era la maternidad. Podían ser repudiadas
fácilmente por el marido. No se le tenía en cuenta ni en la
sinagoga.
Pero María, en manos de Dios, se
convierte en esperanza para el pueblo cristiano.
El
pueblo cristiano tiene sin duda una
innata
intuición que le hace comprender
dónde radica el valor de cada cosa.
Y en
María vio una llamada para su vivir diario. Un modelo de referencia
seguro.
El pueblo
cristiano intuye y sabe que Dios está con ella. Esto es lo
importante.
Y que por
ella, Dios está con todo el pueblo, sobre todo con los más pobres y
humildes.
María, desde
su entrega incondicional a Dios, puede proclamar que Dios “derriba
de sus tronos a los poderosos del mundo”.
Y
acompaña al pueblo que, como ella, tiene el corazón abierto a Dios.
La causa de su Hijo es su causa. Y bien sabemos que
la
causa de su Hijo son los pobres.
Como dice el documento de Puebla (nº
297)
“María
se manifiesta como modelo para quienes no aceptan pasivamente las
circunstancias de la vida personal y social,
ni son
víctimas de la alienación, sino que proclama con ella que Dios
ensalza a los humildes y, derriba a los potentados de sus tronos…”.
Urge, pues, reconstruir al hombre.
La situación de pobreza opresora
en que vive tanta gente hoy, pensemos en la situación de los
emigrantes, en las mujeres maltratadas, en la explotación sexual de
tantos niños por el turismo sexual y aberrante, tan de moda,
convierte en urgente la necesidad de que la sociedad en general y
los gobiernos de turno en lo particular, todos sin excepción,
reflexionemos al respecto y tratemos de poner límite a esta
lacerante realidad.
¡Cuánta mujer hay hoy en día
resignadas, pero no felices!
Por otro
lado, no hay vida cristiana si no hay sintonía con Dios.
Urge, pues,
vivir la vida en el Espíritu. Porque sólo Dios es camino de
libertad.
Urge vivir en el amor de Dios,
porque somos hijos de Dios.
Y siendo el amor difusivo, necesitamos amar también a los demás.
Y urge amar al estilo de Dios.
Amar como Dios ama y amar lo que Dios ama.
Dios ama al hombre y al mundo.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Dios no mandó
a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo” (Jn 3,
16-17). El Dios de María es el Dios de la Historia. Es
el Dios que ama a
la Humanidad
porque es su creación.
Dios ama a cristianos, judíos,
musulmanes, y demás religiones,
porque ha enviado a su Hijo para salvar a todos.
No es la doctrina lo que debe
distinguir a las diversas religiones, sino la conciencia de que
todos somos hijos de Dios.
Y Dios
es amor.
Dios ama a
María, en particular, y en ella a todos, que somos sus hijos.
En Ella, por su identificación con
Cristo, encontramos un modelo firme para poder afianzar nuestra
esperanza de reconstruir al Hombre.
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