Con Maria, esperando la Resurrección

María Susana Ratero

 

El viernes Santo es un día en que el sol, aún con un cielo perfecto y sin nubes, está… está como triste…, hasta los rosales en los jardines parecen no 
tener perfume…
Voy a la Parroquia de mi barrio, todo el recinto está como sumido en un triste lamento…, me siento en un banco en medio del silencio… han pasado 
apenas unos minutos de las tres de la tarde… Miro tu imagen Dolorosa, María Santísima, tus ojeras profundas, tus ojos que guardan el recuerdo de la 
última mirada del amado… 
- Siéntate un momento aquí, conmigo, Madre querida… sí, ya sé, tienes el corazón traspasado de dolor… la espada anunciada… sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero… no me dejes hoy Madre mía 

- Hija, ¿Es que no me has visto? Aquí estoy, contigo, como cada día, vinimos juntas caminando, entré tras de ti a este santo lugar…
Giré mi cabeza y… sí, allí estabas… como siempre estás, mirando mi corazón que no puede tener secretos contigo…
- Señora…- sólo atiné a nombrarte, pues no cabían palabras ante tanto dolor… 
Comencé a llorar, recordando la Pasión y muerte de Jesús…
- Ven, hija- me dices mientras me abrazas suavemente y reclino mi cabeza en tu hombro-, ven debemos ir allí ahora, pues José de Animatea le está por bajar de la Cruz…
- No, Señora, no me pidas eso, no lo soportaría…
- No temas, te sostendré fuerte, para que no caigas…
Y, lentamente, el recinto de la parroquia se fue transformando en un lugar descampado, semioscurecido, pues el sol aún no había retornado plenamente… 
se escuchaban amargos lamentos…
José de Animatea bajó el cuerpo del Señor,mientras tú, amada Madre, sostenías el Santo Sudario que envolvería el preciosísimo cuerpo… José y los 
demás le colocaron en tus brazos… le quitaron la corona de espinas… besaste su frente, María, como tantas y tantas veces lo hiciste en estos bellos 
treinta y tres años, besaste la frente del niño, la frente del joven, la frente del hijo del Hombre que aceptaste aquel lejano día de la Anunciación…
Le abrazaste fuerte… fuerte…
- Ya no mas, hijo mío, ya no mas… OH amor mío, ve a donde debes ir, haz lo que debes hacer, que aquí quedará tu madre esperando por ti… Vamos hijo, ve, termina tu misión, OH Hijo del Altísimo, a quien Dios dio el trono de David, su antepasado, para que reine sobre la casa de Jacob para siempre, en un 
Reino que no tendrá fin…Tomad- dijiste luego a Juan y a los demás- haced lo que debe hacerse… ahora, ahora solo resta esperar…
Juan, quien había tomado de Jesús la responsabilidad de cuidar a esta Santa Mujer, se sintió turbado, creía que ella había enloquecido por el dolor, pues no comprendía las extrañas palabras que había pronunciado…
Las demás mujeres, y amigos, que habían acompañado al Señor desde Galilea, se fueron acercando lentamente, para ver la sepultura de Jesús… En cambio tú, María, comenzaste a alejarte, paso a paso, lentamente, volteando algunas veces el rostro hacia el sepulcro… pero no querías grabar en tu alma esas imágenes como el final de una historia, no… ese no era el final y tú, solo tú, amada madre del alma tenías los argumentos suficientes como para tener la certeza mas absoluta de que ése…ése no era el final…
Te seguía yo en silencio, ibas cantando bajito una canción de cuna que te había escuchado ya en Belén… 
- ¿Sabes donde está ahora, hija mía?- me preguntabas con la mirada dolorosa e iluminada, al mismo tiempo…
- No…Señora, yo…- intenté justificar mi ignorancia-.
- Pues… librando la batalla final, la mas grande batalla jamás concebida en todos los tiempos… y saldrá triunfante, lo sé, triunfará sobre la muerte, 
porque para eso ha venido, para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia…, pero, hija mía, hay algo que me preocupa, y es el dolor de sus 
Apóstoles, de sus amigos… ¿Sabes por que sufren? Pues porque, en el fondo del alma, no creen que Jesús pueda resucitar, no creen que un simple mortal, por sí mismo, pueda levantarse de la tumba…y eso, amiga, eso es lo que yo debo corregir…
- ¿Qué cosa, Madre’
- Amiga ¿no te das cuenta? Ellos… ellos no saben quien es realmente el Padre de Jesús, creen que es hijo de José… si yo les hablo, si les explico, 
quizás… quizás entonces no desesperen…
- Señora mía, Madre del alma, tu siempre tan preocupada por todos…
- Es que son mis hijos, ¿No escuchaste lo que dijo Jesús antes de partir?, ahora todos son mis hijos, les hablaré… les hablaré hoy mismo…
Y quedaste en silencio el resto del camino… llegamos a casa de Juan y te dispusiste esperar, en silencio y oración, la llegada de los Apóstoles… que 
casi una hora después fueron entrando, uno a uno, con la mirada sombría, el temor dibujado en el rostro… todos tenían la convicción de que estaban ante un final no deseado, que sus sueños estaban deshechos, que su Amado Maestro había partido para siempre… entonces... ante la mirada sorprendida de todos, dijiste.
- Hijos míos, debo hablar con ustedes…
Al verte tan calma y serena, los hombres se miraron entre sí con mirada compasiva, pensando que el dolor te había enloquecido mas, como te amaban y 
respetaban mucho, decidieron escucharte…
- Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, Simón, Judas hijo de Santiago…- comenzaste mirando a cada uno a los ojos- 
Hijos queridos del alma, que han seguido a Jesús hasta el último minuto… Él, estoy segura, se llevó en sus ojos el rostro de cada uno de ustedes… Él los 
ama de una manera increíble, de una manera imposible para un ser humano común… Como Él les ama, queridos hijos, ningún mortal puede amar….pero Jesús puede amarlos de esa manera porque… porque Jesús no es un hombre común…, yo… 
yo necesito que sepan esto…
- Lo sabemos, Madre- le replicó Juan- sabemos que Jesús fue el Hijo de Dios pero, él ya no está, se ha ido, yo… quiero creer en su regreso… pero son 
demasiados acontecimientos que mi mente y mi corazón no aciertan a entender… 
Sabemos toda la magnitud de tu sufrimiento y lo respetamos plenamente, ya que hablas de Él como si no hubiese muerto, pues tu dolor de madre es atroz…
- Juan, hijo, veo no has comprendido plenamente…. Yo… yo quiero decirles que Jesús…. Jesús no es hijo de José…
En la habitación se hijo un silencio tan profundo que cada uno podía oír el latido de su propio corazón, miraron a María de una manera extraña, primero 
como horrorizados pensando en un adulterio, luego, su mirada se fue tornando compasiva, la pobre mujer había perdido el juicio…
- No me miréis así, por Dios, no estoy loca, por el contrario, jamás hablé tan en serio, bueno, ya lo hice una vez, fue hace mas de treinta y tres 
años, en mi pequeña aldea de Nazaret… yo estaba comprometida con José, que era un hombre justo y fue, de hecho, el mejor papá terrenal que pudo haber tenido mi hijo… Como les decía, por esos días en mi corazón latía el sueño de toda mujer judía: ser la madre del Mesías, sueño vedado a aquellas que fuesen viudas o solteras…, había escuchado tantas veces el relato de Isaías…, “La Virgen está embarazada”… aunque no entendía bien eso de “La Virgen”, pero igual esperaba, todas esperábamos… una tarde, estando yo en 
oración sola en mi casa, apareció ante mí un ángel… creedme, jamás habría podido imaginar que fuesen de tal belleza…. Cuando comenzó a hablarme tenía la voz de mil campanas y la pureza de mil cascadas del agua más cristalina… 
Me dijo que Concebiría y daría a luz un hijo, al que pondría por nombre Jesús, el sería grande y sería llamado Hijo del Altísimo, pues Dios le daría el trono de David, su antepasado, reinaría sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendría fin… También me habló del embarazo de Isabel, 
mi prima…
- Esas palabras…- susurró Pedro- esas palabras eran las que murmuraste mientras sostenías el Cuerpo del Maestro…
- Sí Pedro… por ello, hijos míos, por este secreto que he llevado en mi corazón durante treinta y tres años, es que os pido, os suplico- y tus ojos se llenaron de lágrimas- que no desesperéis, que Jesús resucitará en tres días, tal como os lo dijo tantas veces… Hijos de mi alma ¿saben cuantas veces me pregunté si debía hablar y cuando? Mientras vivía mi amado esposo nos sosteníamos el uno al otro, como guardianes del secreto… cuando Él se 
fue y quedé sola, antes del comienzo del ministerio, yo no comprendía cual sería la misión de ese muchacho trabajador, que estaba día y noche en el 
taller procurando el sustento para los dos… Muchas veces hablamos de Dios, de su amor… era increíble como su mirada se iluminaba… a veces se entristecía, sobre todo cuando estaba por cumplir los treinta años… es que Él sabía el final…
Mientras María hablaba, los hombres uno a uno, fueron poniéndose de pie y se acercaron a la Madre, ahora la sentían mas Madre que nunca… el primero en acercarse a ella fue Pedro, quien se arrodilló ante Maria, y besó el ruedo de su vestido, en señal de respeto… ella le dijo:
- Levántate Pedro, no es ante mí ante quien tienes que arrodillarte, sino ante Jesús, yo… yo solo estoy aquí para hablaros de Él…
Pedro la abrazó con amor inmenso… Así uno a uno los discípulos fueron secando sus lágrimas y abrazando a María… La primitiva Iglesia estaba, más que nunca, unida a la Madre como camino hacia el Hijo….Aún quedaba en los corazones el dolor de los últimos acontecimientos, quizás alguna duda, rebelde y empecinada, seguiría dando vueltas en las almas hasta el domingo… 
Pero María había encendido en esos corazones una luz de esperanza… Una luz que sería camino luego para muchos… el secreto, el Gran Secreto había visto la luz, se había transformado en luz...

Yo miraba la escena desde un rincón, era la primera Iglesia, que se arrodillaba ante María mientras aún permanecía en este mundo, era la Iglesia que conocía su voz, que podía abrazarla, que podía caminar con ella por las tardes…

Te alejaste hasta la cocina, los hombres quedaron hablando, orando, eran demasiados acontecimientos para un día… luego, viniste hacia donde yo estaba…

- Vamos, hija, vamos a la Parroquia…
- ¿Les dejarás solos?, te necesitan mucho…
- ¿Dejarlos?, jamás, ni a ellos ni a los sacerdotes y religiosas, ni a los laicos comprometidos ni siquiera al mas pequeño e ignorante de mis hijos… 
Jamás les dejo solos…
- Señora, gracias por permitirme compartir este maravilloso momento contigo, gracias por llenarme de esperanza, de fuerza… de paz…
- Hija- me dijiste mientras te alejabas hacia tu imagen en la hermosa Parroquia de Lujan- este tiempo de espera guárdalo en tu corazón, para que 
sea consuelo cada vez que la impaciencia le quiera ganar la batalla a la fe, cada vez que el razonamiento te grite que el milagro es “imposible”… 
recuerda este día…, recuérdame…
-¿Te veré pronto de nuevo?
- ¡Claro!, debes acompañarme el domingo en la mañana, cuando Magdalena y las demás llevaban perfumes… pues iban a perfumar a un muerto… en cambio yo hija, yo ardía en deseos de abrazar AL QUE VIVE…¡Nos vemos en Pascua!....

No faltaré a la cita… Tú, amigo que lees estas líneas ¿vendrás también?

NOTA:
"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. 
Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."