Unas visitas de Oriente  

 

 

Padre Fintan Kelly, L.C.

 

 

Desde el siglo XVI, la piedad cristiana ha envuelto el episodio evangélico de la visita de los “Magos” en una aureola de folklore. Si nos limitamos al relato evangélico, vemos que es un acontecimiento bastante sencillo y sumamente verosímil. 

Los “Magos” no eran reyes y nadie dice que eran tres. Eran estudiosos de las estrellas (naturalmente por la época, mezclaban astronomía con la astrología). Por el estudio de las estrellas ellos llegaron al país del Salvador del mundo. Probablemente vinieron de Arabia y eran de una clase social alta. Esto se nota en los dones que dieron al Niño, oro, incienso y mirra. 

Lo que me gustaría resaltar aquí es el hecho de que vinieron a ver al Niño y no a la madre; los regalos fueron para Él y no para María. Podemos descubrir aquí la inmensa discreción de María que quiso estar siempre en segundo plano en el Evangelio. 

Vemos que así ha actuado en todos los 2.000 años de historia de la Iglesia. Nunca se ha predicado a sí misma, sino a su Hijo Jesucristo. 

En este mundo moderno hay una tendencia viciosa de predicarse a sí mismo. El hombre quiere ser grande. En sí esto no es una tendencia mala, sino mal orientada. ¿Dónde está la verdadera grandeza del hombre? María responde con su actitud de “estar en segunda fila”: llevar a todos los hombres al conocimiento y amor de Dios. Ella es la “voz” que transmite la “palabra”; es el candelabro que manifiesta la “luz del mundo” a todos. 

Mucha de la infelicidad del hombre radica aquí, en el querer ser grande delante de los hombres. Unos nos reconocerán nuestra grandeza (especialmente los más tontos o los que nos quieren halagar nada más para aprovecharse de nosotros), mientras que otros la ignorarán. Pero, ¿qué importa? Dice Tomás Kempis que “no somos más porque nos alaban, ni menos porque nos vituperan”.

Muchos de los íconos de los primeros siglos de la Iglesia muestran al Niño sentado en el regazo de su madre. Es como un reflejo de la actitud de María ante la vida: su misión es dar a Dios al mundo. 

Y si nosotros adoptamos la actitud de profunda humildad de María, ¿qué nos pasará? ¿Nos quedaremos sin afirmarnos a nosotros mismos? De ninguna manera, pues las personas que más se han afirmado en la historia han sido los santos y nunca ha habido un santo que no fuese humilde. Como María tomó la actitud espiritual de “segunda fila”, ahora es la Reina de todos los santos y de todos los ángeles.

Fuente: autorescatolicos.org