María, madre de todos nosotros, fuego del hogar.

Padre Pedro Hernández Lomana

 

Ahora me toca hablar de Maria, nuestra madre, y estoy seguro de que Ella, sigue nuestras andanzas, en la idea de ayudarlas a madurar, y de llevarlas a su término. Porque no me cabe la menor duda de que si ella hubiera presidido, desde el corazón de cada uno de nuestros matrimonios , y de nuestros hogares, la vida de sus hombres, ahora mismo esta sociedad sería un poco diferente. No lo dudo.

Y es que nuestro Cristianismo rezuma belleza, por todas partes, y para que no faltara nada, el Señor quiso hacerse de una madre humana, que a pesar de los pocos documentos que sobre ella tenemos, hay que decir que son suficientes para hacernos ver también, lo que el Señor, su Hijo, pedía de nosostros, en la continuación de su iglesia con respecto a ella. Justamente, en el momento más difícil para Jesús a punto ya de dar su vida al Padre para la salvación de todos nosotros, se dirige al discípulo amado, al fiel en todo momento hasta el final, y le dice: ahí tienes a tu madre,... y a ella, ahí tienes a tu hijo. Y esto es todo, pero bien claro, en verdad, a la hora de interpretar cual sería el papel de la Virgen, en el futuro de la Iglesia y de la humanidad. También el de los hijos, con respecto a ella, su madre.

Lo que Jesús quiere definitivamente, es que ella sea nuestra Madre. Y en nosotros está, a fuer de hombres de palabra y actitud, como la del discípulo amado, responsablemente humana, aceptar ese don que Jesús nos hace. Y asi, como un don, a los hombres, la ha acogido la Iglesia y el mundo católico, agradecido a la inigualable atención de Jesús, que, en todo momento, piensa en nuestras mayores necesidades y las cubre, con su elección personal. 

Y es que María ha sido siempre el apoyo, el consuelo de todos los que porque en ella creen, y en ella se apoyan, han podido experimentar, al vuelo de su cariño cumplido, todo el mundo de sus deseos, en el camino de sus andanzas humanas, a no dudar lo, a ratos, bien difíciles.

Hoy, nuestras vidas denotan, por sus faltas sobre todo, la necesidad de esta Madre que nos haría ver la coherencia de nuestra fe en muchos momentos en que acudimos a cualquier remedio, olvidando el lógico de nuestra experiencia cristiana. María tuvo momentos sumamente críticos y difíciles, de confusión y duda y hasta soledad, en los que con su prudencia arropada por la fe y su visión de futuro habla o calla, con la confianza y seguridad que le da siempre el saberse unida a su Hijo, para saber a qué atenerse. Yo diría que lo que menos piensa es en sí misma, pero poco a poco va tejiendo en el nudo de sus propias experiencias más íntimas, el camino para el que la ha escogido su Padre celestial. Cuando, sorprendida por el encuentro del niño perdido en el templo, le dice: ¿por qué has hecho esto con nosotros?, sin duda, no esperaba la respuesta que se encontró, y estoy seguro, el niño no quiso ofenderla, pero de hecho, esta respuesta va al corazón de su misterioso ser, y de momento la pertuba, porque hubiera esperado otra respuesta mas normal al ser de los demás niños, y aquella, en cambio, la deja sin palabra, en la seguridad que tiene de que el tiempo está con ella, y que en él aprenderá el signifcado de aquellas, por ahora, tan ocultas verdades: ¿“no sabías que tenía que dedicarme a las cosas de mi Padre”?

No, mis queridos lectores y hermanos, la verdad es, que la vida de María, tuvo de todo, menos de sencilla y fácil. Fue sufrida y dolorosa. A nosotros se nos hubíera ocurrido darle al niño, un sermón de palabras subidas que le romperían la paz y la aspiración a más, al mismo niño, y a la madre o el padre, o palabras como estas, que nos parecerian normales, del todo: ¿no sabes que tienes que respetar a tus padres? Pero ella, con su silencio hizo mucho mejor que eso, porque entre la fe en que su Hijo era Dios, que en estos momentos le atormentara, porque en cada paso de su vida lo comprendía mejor, y la incompresión de algo, tan normal al Hijo del Espíritu Santo, que se dedicara a las cosas de su Padre, se creaba un espacio, en María, de adoración interior y aceptación meditada de aquella palabra que, ya hacía algunos años, había dicho al angel: “hágase en mí según tu voluntad” y que desde entonces la había convertido, nada más y nada menos, que en Madre de Dios, gozosamente vivido, en la esperanza de una fe, cada día más fecunda y creadora.

María es nuestra madre, qué duda cabe, y debemos reconocerlo, pero de alguna manera, tenemos que aceptar que nos falta el esfuerzo que ella puso, incluso, para aceptarnos como hijos. Y entonces, la vergüenza, nos debe llevar a la conclusión de que tenemos que cambiar nuestra manera de ser, y empezar a sentirnos de verdad hijos de María, nuestra madre. No nos arrepentiremos de proclamarla nuestra Madre. Porque ella sabrá estar a nuestro lado en todos los momentos, fáciles, y no tan fáciles. San Bernardo decía, que jamás se ha encomendado alguien a esta dulce Señora, sin que haya sido socorrido. También debemos tomar el N. T. en nuestras manos y meditar con calma, cada una de las palabras que salen de su boca, pero sobre todo su actitud en cada caso, siempre admirable. ¡Estaba!,... nos dice el evangelio. Ved las bodas de Caná de Galilea, ella era una invitada, que no tenía que ver directamente en la administración de la boda de que se trataba, y ved cómo lo resuelve: haced lo que El os diga, y el vino nunca fue mejor. Ella sabía estar. Pero, en realidad, estamos hablando de una cosa, hasta cierto punto, tribial, pues le dijo Jesús a ella, y esto qué nos va a ti y a mí, y Cristo hizo el milagro.

Claro, es cierto que todo se hizo para que nosotros aprendiéramos. Por ende debemos pedirla en nuestras necesidades todas, ella es nuestra Madre, y basta. Cuando uno estudia la primitiva Iglesia nos damos cuenta del silencio con que Maria obra, pero esto no empece el amor que la Iglesia le tiene, y prueba de ella es como se habla de María en los evangelios. Cuando la comuidad siente que se debe escribir la historia de Jesús, porque hay miedo de que la palabra sola acabe por desfigurarla, allí tiene que aparecer su Madre. Qué bello, que nuestros hermanos protestantes, vayan volviendo al amor de esta madre que habian abandonado...siento una verdadera alegría por esta vuelta. Y también, me parece, su silencio ha hablado profundamente, a pesar de todo, en nuestros días, qué duda cabe.

En el cenáculo, después de la resurrección, ella estaba con ellos. Simplemente su presencia hace el milagro de la sencilla humildad de esta Madre. Y recible el Espíritu Santo con ellos, y en la soledad de su casa, donde fuera, ella era la Madre de la Iglesia que nacía. Esa presencia de su Jesús, de que nos habla Marcel, la habitaba, y la hace madre eternamente. Y su presencia era necesaria a esta Iglesia, sobre todo, en los primeros momentos de este difícil tarea de empezar. Después, su Hijo se la llevó al cielo, sin permitir que la corrupción debilitase o enfermase, ese cuerpo que hizo hombre al hijo de Dios.

Qué gran Madre tenemos. ¿Verdad?...Vamos a hacerla grande en nuestro corazón también, en el corazón de nuestros hogares, que sea el fuego que queme nuestras fibras hogareñas, y vamos a tratar de vivir esas experiencias, que ella nos deja, como posible realidad, a toda creatura amada por Dios.