Magnificat

 


Camilo Valverde Mudarra 

 

 

 

 

Admonición

Mi alma engrandece al Señor, porque ha hecho, en mí, cosas grandes (Lc 1, 49) 

La Virgen María alaba y engrandece al Señor, porque, siendo ella tan humilde, el Creador se ha fijado en ella. La alabanza y el agradecimiento a Dios es también obligación del cristiano por las mercedes recibidas a diario. 

María, al saludo de Isabel (Lc 1,46-55): “Bendita tú entre las mujeres”, evocando el enorme prodigio que se ha realizado en ella, prorrumpe en el Magnificat, cántico o himno de alabanza de resonancias bíblicas con que glorifica y da gracias a Dios que ha mirado la insignificancia de su sierva. El himno habla, en una explosión de júbilo, de la misericordia de Dios, de su preferencia por los pobres y por los humildes, de su fidelidad a las promesas hechas a los Padres. María canta la gracia y la generosidad de Dios para con ella, su providencia y su poder, mani­festados en la historia de la salvación, “bienaventurada me llamará todas las generaciones” Es un éxtasis y una profecía.

El Magnificat es un himno que nos presenta a la Virgen en actitud orante; no pide, alaba, agradece, da gracias y constata la realización del plan liberador de Dios. María representa a los pobres de Yavé que esperaban su liberación. Es el canto del alma orante y contemplativa, alegre y gozosa, que está comprometida con los problemas sociales que afligen a la humanidad. Los contemplativos llevan, en su corazón, el sufrimiento de las injusticias sociales. Desde el punto de vista religioso, el himno presenta a Dios como el Salvador, el misericordioso, el fiel, el leal siempre a su palabra, a su compromiso de ayudar y proteger al hombre. Lo religioso y lo sociopolítico son las dos dimensiones del himno. El Magnificat es un manifiesto de liberación integral, espiritual y social, válido para todos los tiempos. Un himno revolucionario, en el sentido noble y bíblico de la palabra, “el himno de la gran revolución de la esperanza”, pues postula el cambio de una situación injusta, tanto en el orden espiritual como en el social y político. 

Las palabras que María Santísima emplea en el umbral de la casa de Isabel constituyen una inspirada profesión de su fe, en la que la respuesta a la palabra de la revelación se expresa con la elevación espiritual y poética de todo su ser hacia Dios. En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel, se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón. Resplandece el misterio de Dios, el eterno amor que, como un don irrevocable, entra en la historia del hombre. María participa en la nueva "autodonación" de Dios y proclama: "ha hecho obras grandes en mí; su nombre es santo". Sus palabras reflejan el gozo del espíritu: "se alegra mi espíritu en Dios mi salvador". En su arrobamiento, María confiesa que se ha encontrado en el centro mismo de esta plenitud de Cristo” (RM, 36). María, que representa a los pobres, expresa una idea utópica de la historia en la que la acción de Dios va a destruir a los ricos y orgullosos y encumbrar a los humildes. Los pequeños y los desposeídos ante la sociedad son los que atraen la protección de Dios. Esta es la didáctica de Yahvé. Por tanto, transformar el mundo, de acuerdo a este principio, debe ser el objetivo esencial del cristiano.

Y nace ahí la Sagrada Familia. Sagrada, como toda familia que cumpla los designios y la voluntad de Dios, que se entregue al amor con amor, que viva la generosidad en el servicio, con paciencia y delicadeza; soslayando y corrigiendo defectos, dándose sin egoísmos, viviendo en el dar y en el darse.