Gentil y firme Pastora

 

 

P. Antonio Izquierdo, L.C. y Florian Rodero

 

 

En toda esta dura jornada de la vida he tenido muy cerquita de mí a María; mi dulce Madre del Cielo. ¡Qué gentil pero firme pastora ha sido para guiar mis pasos! Nunca permite que sienta compasión de mí mismo.

Aunque no es un título, éste de pastora, que se aplica tradicionalmente a María, sin embargo, el papel que María desempeña en la Iglesia y en la vida de los cristianos tiene mucho parecido con el oficio del pastor: cuidar, defender, mantener en el redil de la Iglesia a todas las ovejas a ella, madre y pastora, encomendadas.

No más de medio siglo atrás era frecuente encontrar esa escena entrañablemente humana del pastor al frente o en medio de su rebaño de ovejas. El pastor que caminaba delante de ellas o que se encontraba descansando, plácidamente, sobre su cayado. El pastor es símbolo del hombre vigilante que, con ojo avizor, está atento a su rebaño. Con mucha frecuencia, en el Antiguo Testamento, Dios se llama a sí mismo pastor de Israel y así gusta ser llamado. Una de sus tristezas es ver a su pueblo que está como ovejas sin pastor. El pastor conoce a las ovejas y cuida de ellas; el pastor camina delante de ellas para llevarlas hasta las buenas pasturas. En definitiva, el pastor vive para sus ovejas y está dispuesto a afrontar todos los riesgos para que no se pierda ninguna oveja de su rebaño. María cuidó de su único “Cordero”. María presidía y estaba en medio del primer rebaño cuando el Pastor se fue al “redil definitivo”. Y María no se ha desentendido de su tarea de cuidar de todas las ovejas que formamos parte del redil de la Iglesia.

María tiene, por tanto, esa función de ser pastora. En primer lugar, es pastora porque es madre del buen pastor y porque se preocupa de que el rebaño en general y cada una de las ovejas en particular vivan dentro de la grey de su Hijo: la Iglesia. María es pastora porque realiza muchas de las funciones del pastor, sobre todo defiende al rebaño. Así se refleja en una de las primeras plegarias con la cual el pueblo cristiano se ha dirigido a María: “Bajo tu amparo nos acogemos...; líbranos de todo peligro”. “Sé la compañera de viaje -decía el monje Pedro, obispo de Argos, en el siglo XI- de quien está en camino y sé navegante para quien está en alta mar”. Cuando se invoca a María como madre de los desamparados o refugio de los pecadores, se nos sugiere esa preocupación de María de ir en busca de la oveja perdida. María les llama con su voz maternal para que regresen al redil y puedan escuchar la voz del Pastor. Ella es la pastora que toma en sus brazos a las ovejas necesitadas: consoladora de los afligidos, auxilio de los cristianos.

Pedirle a María que, cuando tengamos la debilidad de apartarnos del redil, ella, como dulce pastora, nos lleve de su mano y nos devuelva a su Hijo.


Porque tengo confianza en todas tus riquezas, María, te suplico que conduzcas a este tu rebaño a los pastos de la salvación, mediante la experiencia que posee el que cuida de un rebaño. Tú sabes muy bien cuan necesitado estoy. Que nunca suceda que una fiera dañina arremeta contra el rebaño y que ninguna de mis ovejas caiga en ningún peligro espiritual.

Por lo tanto, te pido que seas tú la que me gobierne a mí, como pastor, que seas tú la que proteja el rebaño de toda asechanza. Que seas tú la que dirijas hacia la inmortalidad a los que peregrinan en este mundo para que allí podamos también gozar de tu protección por la gracia y el amor hacia todos los hombres de tu Hijo primogénito, nuestro Señor Jesucristo.

León VI el Sabio, siglo IX, homilía en la Anunciación.