La Virgen María y la hora de Jesucristo

 

 

Camilo Valverde Mudarra



Jesucristo, desde el principio de los tiempos, tiene asignada “su hora”. El Padre ha asociado una hora a su misión redentora.

“Mujer, ¿a ti y a mí qué? Mi hora todavía no ha llegado”.

El llamar a su madre con el término, “mujer”, tiene la finalidad, como luego al pie de la cruz, de sublimar las relaciones familiares. Se llevan del ámbito estrictamente personal a un plano superior para asentar que la conexión con Dios es más valiosa que la de la sangre. De María mujer privada y privilegiada por su maternidad pasa a la “mujer” corredentora en la historia de la salvación y la Eva de la nueva creación. 

La hora, que no es llegada, indica, no la de hacer milagros, sino la del tiempo supremo en que Jesús ha de cumplir en plenitud el cometido especialísimo para el que ha sido enviado. En expresión popular, se dice que uno tiene su sino y su hora; se desea buena o mala hora. La hora tiene tanta trascendencia en el IV evangelio que toda la vida misionera y ministerial de Jesucristo está regida por ella. Se trata de una hora establecida por el Padre. El Hijo ha venido para aceptar esa hora (12,27). En la primera parte del evangelio, se dice que la hora no ha llegado (2,4; 7,8; 7,30; 8,20); en la segunda, ya ha llegado (12,23.27;13,1; 17,1). La de Caná no era su hora; a pesar de todo, Cristo la adelanta por un momento y hace el milagro, y con el milagro manifestó su gloria (2,11).

La hora de Jesucristo es, por tanto, la hora de la manifestación de su gloria, de su glorificación. Y esta es la hora de su muerte. Así lo manifestó él mismo poco antes de morir: Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado (12,23). La hora de una persona es la hora culminante de su vida. Así, la hora de la mujer es su hora suprema, la hora del parto, la hora cumbre de sus sufrimientos y de su alegría (16,21). Jesucristo quiere significar que su hora es la hora del supremo dolor, de su muerte en cruz, la hora en que realiza su obra, como la hora de los incrédulos judíos es la hora en que realizan su crimen (11,48.53.57). Ante esta hora Jesucristo se acongoja, como en Getsemaní, pero no quiere pedir al Padre que le libre de esta hora (12,27), pues tiene que morir, como el grano sepultado en la tierra. Esta hora se identifica también con la hora de su glorificación, pues su muerte y su glorificación están fundidas y unificadas en la hora (12,23; 11,25.40; 13,31-32; 17,1.5.24). Pasión y gloria se verifican en una misma hora. En una misma perspectiva, están contempladas la pasión, la muerte, la resurrección y la entronización de Jesucristo, el misterio indisoluble de sufrimiento y de gozo, de cruz y de luz. 

María está presente y asociada a esa hora que incumbe sobre su Hijo. Está siempre con Él pendiente de la hora suprema.