Elegida de Yahvé

 

 

Camilo Valverde Mudarra



La Virgen María es la mujer privilegiada desde la eternidad, por la misteriosa elección de Yahvé. No hay ni ha habido otra mujer más famosa y más popular en el mundo. Hace dos mil años, nació en Nazaret una niña destinada a ser la madre del que "era desde el principio, que vino a los suyos y, encarnándose en María Virgen, se hizo hombre". Esta mujer vivió y murió en Oriente Medio, allá al otro lado del Mediterráneo, en la tierra conflictiva que aho­ra sufre ese sangriento enfrentamiento que no cesa entre árabes y judíos: Palestina, solar de llanto, terror y muerte. Israelitas eran sus padres, cuyos nombres Joaquín, el pa­dre y Ana, la madre, han llegado hasta nosotros. Y a su hija le pusieron María. María, pues, no es un mito, ni un espíritu o un ángel. María es una mujer de carne y hueso. María es una persona humana de la misma naturaleza del género humano, como todos nosotros. Pertenecía a la raza judía, como judío fue N. S. Jesucristo, como judíos eran todos los apóstoles. Una persona humana que nació, fue una niña de la aldea, que creció, que joven se casó, y que tuvo un Hijo, al que pondrás por nombres Jesús, que es el Cristo, Mesías, el Salvador del mundo.

Es difícil hallar una mujer más popular que María. No es fácil encontrar una mujer más célebre que María. Ninguna mujer ha tenido ni tiene más gracias y atributos que María. Es la Reina de los Patriarcas y de los profetas; es la Reina de los Apóstoles y la Reina de las Vírgenes. Es la única concebida en gracia sin mancha, deliberadamente apartada del pecado. Es la Medianera universal de todas las gracias y favores. La Corredentora con Cristo Redentor del mundo. Es la Madre de Jesús y nuestra, universal, purísima y virginal. María es la Madre amable y admirable; es la Virgen prudente, Virgen clemente, Virgen fiel. Madre de la Iglesia. Y, sobretodo, María es Madre de Dios, al ser Madre de Jesucristo. Y todos nosotros podemos invocarla a diario con el dulce nombre de Madre. Hay que pedirle y rogarle y hacerlo con premura. Ruega por nosotros pecadores, rezad a la Madre. Acordaos con fre­cuencia de la Madre. Cobijaos en su regazo. Acudid a ella de día, pensad en ella de noche; la Madre que cuida, que ve, que vigila y ayuda. Expresadle vuestras cuitas, rezad las oraciones que sepáis, la Virgen no necesita formulismos. Con la ingenuidad y frescura de G. de Berceo: Dulçe es tu nombre, dulçe toda tu cosa;/ salió, cuando tú naciste, de la spina rosa;/ entre tantos peligros, ¿qui podría guarescer?/ Si nos non vales, madre, podémosnos perder.

La confianza y la vida ha de estar puesta en María, sin dilación, sin titubeos; el ponerse en sus manos debe convertirse en seguridad; porque una madre nunca se cansa, nunca deja al hijo y ella es nuestra Madre del cielo. Vivir con este pensamiento constante debe llevarnos a una seguridad absoluta. Es abrazarse a la Madre, correr hacia ella con devoción filial convencidos de que allí, en nuestro amparo, en nuestro firme socorro siempre, y sin condiciones, está María. Nunca nos deja, jamás se extraña de nada ni soslaya nuestros encuentros o desencuentros, siempre oye, atiende y se interesa por lo nuestro.

Déjaos orientar, déjaos aconsejar, escuchad su consejo; déjate dirigir y llevar por la Madre del cielo. Pon en ella toda la esperanza. Si tu madre está pendiente de tus cosas, sabes que siempre las tienes dispuestas. Acércate a María, exponle tus problemas, tus alegrías y tus penas y anda seguro que ella las resolverá.

Dialoga en silencio con la Virgen Madre. Ábrete a la Ma­dre como el niño que llora y pide. Toma conciencia viva de su ayuda y refleja, en tu vida, el regocijo de tenerla y saberte su hijo querido. Todo aquel que ha acudido y acude a la Santísima Virgen siempre ha encontrado su abrazo y protección, jamás ha desamparado a ninguno de sus hijos que, con absoluto convencimiento, se ha acogido a su amor de madre: 

Cuando yerro y me va más inseguro,
mi tristeza, en su cálido regazo, 
encuentra su consejo sano y puro. 

Yo busco, quiero y sueño con su abrazo 
y, en mi vida, camino y me apresuro
para blindarme firme de su brazo.