Las nuevas bodas de cana... hoy y aquí

 

 

Padre Javier Leoz

 

 

De siempre he escuchado que un sacerdote guarda en el recuerdo, como algo importante e imborrable, el primer destino pastoral, la primera parroquia. Entre otras razones porque el primer envío sacerdotal se convierte en definitiva en el arranque de su ministerio.

Hoy, pasadas las navidades, asistimos con el evangelio de las Bodas de Caná a ese inicio de la vida pública de Jesús: lo nuevo se impone sobre lo antiguo, la unión inquebrantable de Dios con su pueblo se hace visible y palpable a través del poderío de Jesús.

Pero, las Bodas de Caná, se siguen repitiendo en el aquí, en el hoy y en el ahora. Todos, en multitud de ocasiones y de circunstancias, participamos en mil y un eventos sociales como invitados. No es malo sumergirnos e incorporarnos a reuniones y convites donde, entre otras cosas, aprendemos a querer, dialogar, conocer, y valorar a las personas. La alarma se dispara cuando, en vez de sumergirnos o integrarnos, nos diluímos y nos emborrachamos con el vino más amargo sin darle un “toque” especial con nuestro apostolado.

“No ha llegado mi hora”, contestó Jesús a la solicitud de María su madre. Y la nuestra?....¿cuándo llega?. Jesús tuvo la generosidad, sin límites y sorprendente, de convertir el agua insípida e incolora en el añejo vino jamás probado por ningún paladar. También nuestras bodas personales (que son los avatares lúdicos y festivos de cada día) se convierten en posibilidades reales de acción para nuestro apostolado. Es allí donde, dejando a un lado los falsos prejuicios y el temor a resultar proselitistas, hemos de convertir las miles de tinajas (que son las personas) llenas de licor rancio en el mejor de los milagros para Dios, para ellos mismos y para el mundo que les rodea.

El vacío de las almas (que son el vacío de las tinajas después de tanta fiesta que produce hastío e insatisfacción) nos urge a los cristianos a no escatimar esfuerzos ni creatividad por hacer de esta tierra un reino para Dios. 

Recientemente el Cardenal de Madrid, Don Antonio Rouco, manifestaba su perplejidad por la escasez de compromiso y por la ausencia en la vida pública de los católicos.

Es verdad. No sé porque me da que, en vez de asistir a la gran fiesta de la vida como portadores y seguros de los valores que el evangelio encierra, lo hacemos con el complejo de ser tratados como invitados de segunda o de ser considerados como trasnochados o, poco menos, como venidos de otras galaxias. ¡Ni que fuera vinagre y no vino dulce la Buena Noticia allá donde se sirve!

Hoy, como siempre, es la hora de llenar las seis vasijas de piedra (los sufrimientos del hombre y sus injusticias, la violencia y la pobreza, el estrés y las enfermedades, la tristeza y la mentira, la calumnia y la desesperanza, la incredulidad y la apatía, etc.,) con un vino de solera que sólo se consigue siguiendo paso a paso el recetario que Jesús de Nazaret nos marca: CON DIOS TODO Y SIN DIOS NADA.

Qué bien suenan y que fuerza dan las palabras del profeta Isaías en el contexto histórico que nos encontramos: “Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia y su salvación llamee como una antorcha”. 

Y cuando nos cansemos de hacerlo, no lo dudemos, Jesús saldrá a nuestro paso y hará rebosar nuestros corazones con su generosidad. En tiempos de escasez…Jesús siempre sale al encuentro. Al fin y al cabo, Cristo, será ese vino de incalculable valor que se ofrecerá universalmente a todos los hombres exprimiéndose a chorros por el madero de la cruz.

Fuente: autorescatolicos.org