La Virgen María, Madre, tipo de la Iglesia

 

 

Camilo Valverde Mudarra



El capítulo VIII de la Constitución Lumen gentium “La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia” ofrece un excelente cúmulo de ideas para leerlas pausadamente, guardarlas en el alma y hacerlas objeto de nuestra meditación.



“La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Reden­tor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia. Como ya enseñó San Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en e1 orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, procedió la Santísi­ma Virgen, presentándose de forma eminente y singu­lar como modelo tanto de la virgen corno de la madre. Creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mis­mo Hijo del Padre, y sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, que presta su fe exenta de toda duda, no a la antigua serpien­te, sino al mensajero de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf. Rom 8,29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno” (LG 63).



La Virgen María, ya desde el principio, primero en la vida pública de su Hijo y luego en el Colegio Apostólico: “Todos perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres y con María, la Madre de Jesús” (Hech 1,14), permaneció siempre en íntima unión con la Iglesia. Es figura e imagen de la Iglesia por sus dones y sus gracias singulares, otorgados por Dios en ofrenda gratuita a su Madre, por la unión con el Redentor, por su fe, esperanza y caridad y por su obediencia, humildad y santidad. 

La Iglesia, imitando su caridad y cumpliendo fielmente la volun­tad del Padre, se hace también madre mediante la pala­bra de Dios aceptada con fidelidad, porque por la palabra evangélica y por el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y na­cidos de Dios. Y, del mismo modo, es virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo y, como María, por virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente el depósito de la fe íntegra y difunde el mandato de amor que Jesucristo nos enseñó.