Cantemos a María

 

 

José Honorato Martínez Pérez

 

 

Cantigas. Hubo una vez un rey –muy devoto él de la Virgen Santa María– que se hallaba muy contristado y abatido. Este rey de sus huestes y vasallo de Nuestra Señora era Sabio y se llamaba Alfonso. ¿Por qué estaba tan desazonado? Había agotado los epítetos laudatorios a la Señora, hasta que se dio a canturrear loores a Santa María. Así nacieron las Cantigas, especie de oficio sabatino mariano en tono recitativo y monódico. Estas trovas marianas, tanto en monodia como acompañadas de laúdes y vihuelas gobernados por virtuosos madrigalistas, nos transportan a una dimensión de paz edénica que roza lo sublime.
Magníficat. Hubo una vez un Dios (hoy sigue omnipresente) que buscaba una madre virgen y humilde para su Hijo. Y encontró (predestinó) a María, la esclava-Reina y corredentora con Cristo en la Historia de la salvación. El Magnificat –aparte de narrar las maravillas de Dios– recoge la grandeza de la esclavitud arrodillada de la Virgen y su dócil conformación omnímoda a la voluntad de Dios.
Recuerdo, en mi adolescencia, haber interpretado en coro un fabordón del Magníficat. Era una exquisita recitación de versículos de limpia y pura monodia gregoriana en alternancia con otros versículos de excelsos y cadenciosos acordes a tres voces mixtas: ¡toda una grandeza! El Cántico de María no es en sí un madrigal, sino la respuesta mariana de exaltación a Dios como causa-efecto del auténtico madrigal: el Ave María.
Ave María. Es, por antonomasia, el primer saludo que recibe la Virgen. Esta salutación angélica y evangélica se traduce en el más encendido piropo en clave de profecía. Son legión los compositores que se han inspirado en este breve, revelador y trascendente mensaje bíblico. Haré sólo referencia a los tres creadores musicales más reconocidos e interpretados: 
- Charles Gounod: este compositor francés, en la partitura de su Ave María, levantó un monumento a la más acendrada y viva emotividad mariana. Oyéndola, uno siente el arrobamiento y va como desperezándose del marasmo y la tibieza espiritual. Los recurrentes agudos y graves de esta melodía vienen a significar la piedra de toque para el lucimiento de los más virtuosos tenores y sopranos del bel canto.
- Franz Peter Schubert: compositor austríaco, muy lírico e intimista. Su arte de componer se caracteriza por una música ligada con eslabones de infinito. Su música te va envolviendo en un remanso melódico que nunca parece llegar a su final.
- Tomás Luis de Victoria: uno de los compositores españoles de más amplias sonoridades. El Ave María busca y consigue unos efectos realmente portentosos. El Ave María de Tomás Luis de Victoria viene a ser la antitesis de las anteriores Avemarías. Allí, la melodía se desliza suave como un río por amenos prados. Aquí, el río alterna su curso rompiente entre gargantas y se despeña, para luego descansar en compases remansados por tranquilos meandros. Allí es pura monodia, cuando aquí la polifonía se dispersa y abre en acordes sublimes para, de nuevo, recogerse en finales con unción ultraterrena.

Madrigales y canturias. Estamos hablando de composiciones líricas y emocionales con un objetivo muy definido: el tributo de amor al ser amado; en este caso, la Virgen Inmaculada. «A ti va mi canturia,/ dulce Señora,/ que soy la noche triste,/ tú eres mi aurora».
Registramos dos exponentes –quizá los más relevantes en España en esta modalidad intimista de composición–, ambos claretianos. Luis Iruarrízaga: director de la Schola cantorum del Seminario Conciliar de Madrid, y de la revista de música religiosa Tesoro Sacro Musical. Este compositor cordimariano se caracteriza por la fluidez y sentimiento de sus melodías. De su copiosa producción espigamos tres piezas trascendidas de unción y delicadeza: Quiero, Madre, en tus brazos queridos; Madre de amor y consuelo; y Cantar quiero a mi madre, las tres para voces blancas. El padre Romano es el segundo exponente –también cordimariano y discípulo aventajado de Iruarrízaga– de esta modalidad madrigalista de composición. En la misma línea recitativa y salmódica que el compositor anterior, nos permitimos reseñar tres piezas identificativas de su modo de hacer: Tienes, linda Nazarena; Ea, mi Señora; y La salvadora quietud de tus ojos, las tres para voces mixtas y las tres empapadas de ternura y sensibilidad mariana.
Esperemos que este recital de madrigales marianos redima de su tristura al buen rey Alfonso X. Y celebremos que Santa María, la llena de gracia exulte en un ¡Alégrate! interminable en su concepción sin sombra de mancha, y la «llamada dichosa por todas las generaciones» siga siendo, como hasta ahora –en palabras de al Letanía lauretana–, Causa de nuestra alegría).

Fuente: Arquidiócesis de Madrid, España