La Virgen María, signo de esperanza cierta

 

 

Camilo Valverde Mudarra

 

María, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma, es, en la tierra, el faro que ilumina con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor.

Glorificad al Señor Cristo en vuestros corazones, siempre prontos para contestar a todo el que os pida razón de vuestra esperanza (1 Pe 3, 15).

Son muchos los devotos de María. Llena de gran gozo y alegría que sean un enorme número los hermanos que tributan el debido honor a la Madre del Señor y Salvador, que concurren con impulso ferviente y áni­mo devoto al culto de la siempre Virgen Madre de Dios. Este gran ejército, unido en oración, puede pedir a la Madre que, en nombre de su Hijo, conceda Dios la luz precisa, para implantar, en este mundo frío, la paz, la paz imprescindible. 

Ofrezcan todos los fieles súplicas apremiantes a la Ma­dre de Dios y Madre de los hombres para que ella, que ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada en el cielo por encima de todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de to­dos los santos ante su Hijo hasta que todos los pueblos, tanto los que se honran con el título de cristianos como los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a vivir felizmente, en paz y concordia, sin odios, en el amor de Dios, para gloria de la Santísima Trinidad.

San Pedro ofrece un consejo magnífico a todos nosotros, a los hombres con responsabilidades y con poder, a los gobernantes: “Quien quiera disfrutar de la vida, -de la paz- huya del mal y haga el bien, busque la paz y corra tras ella, pues los ojos de Dios están sobre los justos y los divinos oídos escuchan atentos sus oraciones” (1 Pe 3,10-12).

Pidamos, sin cesar, que, por intercesión de María, Dios conceda la paz a este mundo aterido.