La Virgen María, en los designios de Dios

 

Camilo Valverde Mudarra 

 

 

El Verbo vino al mundo y se mostró a la humanidad: Verbum caro factum est (El Verbo se hizo carne)(Jn 1,13-14). En el Verbo, hecho hombre, los hombres reconocen la Segunda Persona de la Trinidad Santísima; tienen presente a Dios, cercano a ellos.

Dios es inalcanzable, inaccesible. El hombre no puede comprender ni ver toda su magnitud: A Dios nadie lo vio jamás (Jn 1,18). Pero, un día, Dios Padre quiso que los hombres tuvieran noticia y supiesen de Él y decidió enviarles a su Hijo: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo (Jn 3,16). 

Tal decisión, al hombre, le parece fundamental. La idea se hace tentadora. Pero, ¿por dónde se accede?: Yo soy el camino, la verdad y al vida. Nadie va al Padre sino por mí (Jn 14, 6). 

A la vez, que nos muestra el camino que debemos seguir, para ver y encontrar el rostro de Dios, Padre, también marca la entrada: Yo soy la puerta (Jn 10, 9). 

Y, al mismo tiempo, le trae y ofrece a la humanidad la vida verdadera y perdurable, libre de muerte, esa vida de bienestar divino que había perdido por el pecado: Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11, 25). 

Y, así, para hacerse Dios presente a los hombres en el mundo, llegado el momento, viene el ángel Gabriel y se acerca a “una virgen que dará a luz un niño a quien ella pondrá el nombre de Emmanuel” (Is 7, 14) y escogió a María de Nazaret para tan altos designios, anunciándole: “Salve llena de gracia, el Señor es contigo… Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,28-31). Ese hijo de María hará visible a Dios, ante todos los hombres.