El rezo del Avemaría y la guarda de la pureza

 


Andrés Molina Prieto, pbro

 

 

Se confesaba en Roma con el famoso apóstol jesuita P. Zucci un joven que con bastante frecuencia caía en pecados deshonestos. Le proponía el confesor muchos remedios, pero siempre volvía con los mismos pecados. Sin saber ya qué hacer, le recomendó que se consagrase a la Santísima Virgen y que rezase todos los días al levantarse y acostarse la siguiente oración: ¡Oh Señora mía, oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a Vos, y en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día (en esta noche) mis ojos, mis oídos, mi lengua, mis manos, mi corazón. En una palabra: todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, oh Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. 
A continuación de esta oración le exhortó encarecidamente que rezara un Avemaría. Cuatro años más tarde, después de un largo viaje, volvió el citado joven a confesarse con el mismo padre, y éste quedó maravillado al comprobar que en todo este tiempo de su larga ausencia no había cometido ningún pecado contra la virtud de la castidad. Le preguntó entonces el confesor: “¿Cuál es la causa, hijo mío, de que hayas guardado tan fielmente la pureza?”. He aquí la respuesta: “La devoción a la Virgen y el rezo del Avemaría. Cuando yo la llamaba sentía claramente que Ella me defendía”. 

COMENTARIO BREVE.
En su áureo libro Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen (Parte II, capítulo IV), el enamorado servidor de la Virgen San Luís María Grignion de Montfort escribió así: “Pocos cristianos conocen el precio, el mérito, la excelencia y necesidad del Avemaría. Ha sido preciso que la Santísima Virgen se haya aparecido a grandes santos y siervos suyos para mostrar la grandeza y eficacia de esta plegaria, la más bella de todas las oraciones, después del Padrenuestro”. 
El piadoso y docto teólogo Francisco Suárez (1548-1617) solía repetir que daba toda su ciencia teológica por el mérito de un Avemaría bien rezada. El rezo del Avemaría convierte a los pecadores, da salud a los enfermos y es señal de predestinación. Hablamos, eso sí, del Avemaría bien rezada, con atención, humildad, confianza y perseverancia. Son muchos los Padres y Doctores de la Iglesia que no se cansan de celebrar las grandezas del Avemaría y llaman a esta oración rocío celestial que fecundiza el alma y un beso amorosamente filial que damos a nuestra Madre pidiendo su bendición. Si la primera parte del Avemaría es de origen celestial y divino, la segunda parte se debe a la Iglesia que viene suplicando así a la Virgen nuestra Intercesora y Medianera desde hace muchos siglos. 
El Avemaría se usó en un principio en forma de antífona o responsorio en el Oficio de la Virgen, pero comenzó a difundirse entre el pueblo a partir del siglo XII. Procuremos rezar con frecuencia esta bellísima oración tan agradable a nuestra Señora, y tan sabrosa en los labios cristianos. El benendictino Fray Justo Pérez de Urbel lo dijo así en cuatro inspirados versos: Y parece llenarse nuestra boca de miel, / miel de los tomillares de Dios, que nunca sacia, / siempre que repetimos con el ángel Gabriel: / Dios te salve, María, llena eres de gracia.