"Mes de noviembre, consagrado a María, virgen y madre"

 


Tambo Centro Universitario Católico, Argentina

 

 

Nuestra piedad popular latinoamericana ha dedicado desde hace tiempo el mes de noviembre, mes de las flores, a la flor de la creación, la Virgen, para concluirlo en el 8 de diciembre con la fiesta de la Purísima o Inmaculada Concepción, la fiesta mariana más popular de Argentina y origen de casi todas las advocaciones populares como Luján, del Valle en Catamarca, Itatí en Corrientes, La Virgencita en Villa Concepción del Tío... Adhiriendo a esta costumbre, aquí en nuestra Parroquia, la de los Padres Capuchinos, todos los sábados a las 6 de la mañana se reza el rosario de la aurora. El rosario es la corona de 50 rosas con que los cristianos honramos a la Virgen como Madre de Dios y Madre nuestra en relación con aquella "Mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza" Ap 12,1, símbolo tanto de la Virgen como de la Madre Iglesia.

Por medio de esta carta queremos compartir con vos los sentimientos de amor hacia la Virgen y con ella, la Madre, amar y hacer amar más a Jesucristo, su Hijo. 

María la suprema belleza

La flor no es casualidad de leyes físicas, sino expresión de la suprema belleza, totalmente "otra", la belleza del Dios Trino, cuyo amor hacia nosotros buscó mil maneras de manifestarse. Comenzó con las flores de la naturaleza para terminar en la mujer madre y Virgen, la Virgen María. La flor no cansa, existe para ser mirada, existe para perfumar a su alrededor; es una pascua hacia el fruto. La Virgen es así, no sólo no cansa sino que incansablemente está junto a nosotros. Su figura (Gestalt) es la irradiación tamizada de la gloria de Dios. Los Padres de la Iglesia comparaban a María, con la luna; Jesús era el sol del mundo, el cual, tamizado por la carne que había tomado de María se haría visible a nosotros como verdadero Dios y verdadero Hombre, sin encandilarnos sino más bien, deslumbrándonos. La presencia de la Virgen en nuestra vida cristiana la hace más humana, más sentida para con Dios y más sensible a las necesidades ajenas. Ser devoto de la Virgen es aceptar que todas nuestras buenas intenciones, para que lleguen a concretarse, necesitan de su apoyo como los primeros pasos del niño de la mano de su madre para llegar a caminar.

María, la mujer que siempre escucha

La Virgen, según nos la pintan los Evangelios, es la mujer del silencio. Pocas palabras dijo pero las escuchaba y meditaba a todas. Estaba atenta y en silencio cuando recibe el anuncio del Ángel "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo" Lc 1,28. A la propuesta inaudita de que iba a ser madre permaneciendo virgen, pidió explicaciones, y aceptó diciendo: "Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra" 1,37. Las palabras que enriquecen son las que se reciben en el silencio, como las de la anunciación; las de respuesta a un servicio, como las de Isabel: "Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor" 1,45, y sobre todo, las que se comparten en el dolor: "Mujer, aquí tienes a tu hijo" Jn 19,26. La cultura moderna nos invita, sin embargo, a aturdirnos de palabras, que en su mayoría ni siquiera entendemos, como sucede con las de las canciones que creemos escuchar pero que, en verdad, no escuchamos. Escuchar viene de auscultar, y auscultar es poner el oído junto al corazón para sentir sus latidos. La Virgen escucha nuestra oración, poniendo su oído junto a nuestro corazón.

María, la mujer fiel

Fiel a Dios en aceptar su Palabra y fiel en guardar silencio de su maternidad virginal y divina. Fiel a José, su esposo, yendo con él a Egipto. Fiel a su hijo, a quien había mostrado a los pastores, buscándolo en el templo desesperada junto a su esposo aunque "no entendieron lo que les decía" Lc 2,50, como al comienzo de su predicación Mc 3,32. Fiel a los novios de Caná, que serían amigos suyos y de Jesús Jn 2,1, por eso intercederá ante su hijo, diciéndole: "no tienen vino" 2,3, y fiel junto a la cruz en el dolor supremo de la muerte de su Hijo y ¡qué muerte!, como ¡maldito por Dios! Ga 3,13. 

La fidelidad, que no es otra cosa que la vivencia de la fe hasta la muerte, hoy es casi un antivalor, es vista una actitud represiva de la vivencia de la libertad sin límites y de la autenticidad del yo. ¿Por qué mantener mi palabra o mis sentimientos dados y jurados cuando las circunstancias han cambiado? ¿Por qué ser fiel en el matrimonio cuando el amor se terminó? ¿Por qué ser fiel, si por ello sufro? El amor que sólo es un sentimiento, terminará pronto. El amor es la entrega de la vida, y la vida siempre se entrega toda, no en partes, y para siempre. Quien se asusta de un amor para siempre, se asusta de amar...

María, la Virgen 

Por virginidad se entiende la pertenencia total y exclusiva a Dios en esta vida como afirmación de que, al final, nuestra vida florecerá y fructificará sólo en la gloria de Dios, por ello es la virginidad la prueba más fuerte, después del martirio, que se puede dar de la vida más allá de la muerte. María fue pre-seleccionada, allá en la historia del Paraíso: "enemistades pondré entre tí y la mujer, entre tu linaje y el suyo..." Gn 3,15. Antes de nacer ya pertenecía totalmente a Dios y por ello, el Padre no tuvo distancias para hacerla madre de su Hijo. Virginidad como preparación y disponibilidad para ser madre de Dios. Virginidad y maternidad son recíprocas en ella y lo son a la vez, para Dios y para nosotros. Virgen y Madre para Dios, su Hijo, y Virgen y Madre para nosotros, sus hijos. Por su virginidad vive hoy totalmente preocupada y entregada a Dios y también a nosotros, para que nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor no se manchen, nuestro caminar no se desvíe y el proyecto del Padre sobre nosotros no se frustre. ¿Qué te parece la frase del Cardenal Dannels del año pasado en el Sínodo de Obispos en Roma que dice: el mejor signo que la Iglesia puede dar ante un mundo sin esperanza es la virginidad consagrada?

María, Madre de Dios

La maternidad de la Virgen, es obra totalmente de Dios y no del hombre, sólo él transformó de un modo total su femineidad en maternidad. Por eso María cantó: "Mi alma canta la grandeza del Señor... porque miró con bondad la pequeñez de su servidora" Lc 1,46.48. Ella es madre por el amor de afecto, de entrega, de ternura, de preocupación por Jesús, que supera toda imaginación. Por eso aparece simbolizado su amor maternal en la expresión "su corazón". Antes de ser madre en su seno, lo fue en su corazón por la fe, decían los Padres de la Iglesia. Hay más, en su corazón experimentaría el dolor por su Hijo, y por lo tanto, el dolor de su Hijo, el Hijo de Dios, porque "a ti misma una espada atravesará tu corazón" Lc 1,35. Su ser es ser de madre porque "dio a luz al autor que lleva a la Vida" He 3,15 y Jesús nos la dio en la cruz Jn 19,27, como madre nuestra, de nuestra vida en el Espíritu, de nuestra vida futura, la única que permanecerá porque es eterna. Sentirnos hijos de Dios y sentirnos hijos de María es una misma experiencia. Así lo expresaba Claret enamoradamente: "¡Oh Madre mía María! ¡Madre del divino amor, no puedo pedir otra cosa que os sea más grata ni más fácil de conceder que el divino amor, concédemelo, Madre mía! ¡Madre mía, amor! ¡Madre mía, tengo hambre y sed de amor, socorredme, saciadme! ¡Oh corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndame en el amor de Dios y del prójimo" Autobiografía, n. 447.

María y la Misión

La Virgen fue la primera misionera de Jesús, porque lo llevó en su seno a visitar a Isabel y santificar a Juan el Bautista antes que naciera. Ella presentó a Jesús a los pastores, ella guardó en su corazón lo que Jesús hacía y decía, como anticipo del evangelio que iba a ser anunciado y luego escrito. Ella selló con su presencia la muerte de su Hijo en la cruz, y finalmente, acompañó a los Apóstoles en el momento en el cual el Espíritu Santo iniciaría la misión de la Iglesia al caer sobre ella y los Apóstoles reunidos en el Cenáculo He 1,14. Por eso le cantamos: "Virgen misionera que estás presente en cada región, llévanos junto a la mesa a reconciliarnos con el Señor... Chacarera de la Virgen, Misionera y peregrina, todo el pueblo te venera, Madre gaucha de Argentina". Nosotros lo sabemos muy bien en el Tambo. Cuando vamos a misionar, le confiamos nuestro día con la Consagración filial y apostólica; la cruz en el pecho y el rosario en las manos son los símbolos de que Jesús y María son nuestros acompañantes en el camino a la visita a las familias y en el anuncio del Evangelio.