La Virgen María la flor más hermosa que creó Dios para sí y para nosotros

 


Tambo Centro Universitario Católico, Argentina

 

 

En nuestra Parroquia, la de los Capuchinos, todos los sábados de noviembre se reza el rosario de la aurora. ¿Sabés por qué? Porque noviembre es el mes de las flores. A la vez que le ofrecemos a la Virgen el rosario, corona de 50 rosas en su honor y amor, la confesamos a ella como la belleza misma que Dios se creó para sí, e irradiación de su propia belleza que nos ofrece a los que creemos en él.

La flor es un símbolo exquisito que ayuda a interiorizarnos en el misterio de la Virgen. La flor es belleza que llena la vista, la flor es perfume que se irradia en el silencio y en la invisibilidad. La flor es promesa del fruto, como la Virgen, flor y belleza total, que sin polen humano nos dio como hermano a su hijo Jesús. Por otra parte, la belleza es la irradiación de la bondad de Dios como el perfume la irradiación de la felicidad que trae el Evangelio. Por lo tanto en María podemos ver a Dios en su bondad y al evangelio en su anuncio de felicidad.

¿La Virgen, una mujer como cualquiera?

Pensamos en la Virgen desde dos perspectivas: la humana y la revelada. Desde la humana sospechamos que la Virgen fue muy semejante en su espíritu a cualquier niña y joven de hoy, pero con muchas desventajas debidas a la cultura de su tiempo: analfabeta, marginada de la construcción de la sociedad sobre todo en lo religioso. Y sin embargo, desde la perspectiva revelada, era la amada por Dios, la llena de gracia, la bendita entre todas las mujeres. No sólo los caminos de los hombres no son los caminos de Dios, también la perspectiva de los hombres no coincide con la perspectiva de Dios. Y en el entrecruce de estas perspectivas se sitúa el misterio de amor y de escándalo que la Virgen suscita sobre todo en nuestro tiempo. 

San Sofronio, obispo de Jerusalén en el 634 comentaba así la perspectiva de Dios sobre la Virgen:

Alégrate llena de gracia

"¿Y qué puede haber más sublime que esta alegría, oh Virgen Madre? ¿O qué puede haber más excelente que esta gracia, que tú has alcanzado de Dios? ¿O qué puede imaginarse más amable o espléndido que esta gracia? Nada puede equipararse a las maravillas que en ti vemos realizadas, nada hay que iguale la gracia que tú posees; todo lo demás, por excelente que sea, ocupa un lugar secundario y goza de una excelencia claramente inferior.

El Señor está contigo

¿Quién se atreverá a competir contigo? De ti nacerá Dios; ¿quién, por tanto, no se reconocerá al momento inferior a ti y no admitirá de buen grado tu primacía y superioridad? Por esto, al contemplar tus inminentes prerrogativas, que superan las de cualquier otra creatura, te aclamo lleno de entusiasmo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Por ti ha venido la alegría, no sólo a los hombres, sino también a los mismos coros celestiales.

Bendita tú entre todas las mujeres 

Porque has cambiado en bendición la maldición de Eva y has hecho que Adán, que yacía postrado bajo el peso de la maldición, alcanzara, por ti la bendición.

Verdaderamente, bendita tú entre todas las mujeres, ya que, por ti, la bendición del Padre ha brillado sobre los hombres, librándolos de la antigua maldición.

Verdaderamente, bendita tú eres entre todas las mujeres, ya que, sin concurso humano, has producido aquel fruto que esparce la bendición sobre toda la tierra, redimiéndola de la maldición que le hacía producir espinas y abrojos.

Verdaderamente, bendita tú entre todas las mujeres, ya que, siendo por condición natural una mujer como las demás, llegarás a ser en verdad Madre de Dios. Efectivamente, si el que ha de nacer de ti es, con toda verdad, el Dios hecho hombre, con toda razón eres llamada Madre de Dios, ya que, realmente das a luz a Dios. Llevas en la intimidad de tu seno al mismo Dios, el cual mora en ti según la carne, y sale de ti como un esposo, trayendo a todos la alegría y comunicando a todos la luz divina. 

Y bendito es el fruto de vientre

Pues en ti, oh Virgen, como en un cielo nítido y purísimo, Dios ha puesto su morada y saldrá de ti como el esposo de su alcoba; y cual gigante que emprende su carrera, recorrerá el camino de su vida, provechosa en todo para todos, alcanzando con su giro del término del cielo hasta el opuesto confín, llenándolo de su calor divino y de su resplandor vivificante".

Santa María, Madre de Dios

Así aclamaron a la Virgen todos los cristianos de Éfeso en el 430 y hoy a más de 1500 años, la repetimos innumerables veces al día, dentro de la misma fe de la Iglesia y con el mismo amor de aquellos primeros cristianos. El Santo Rosario, verdadero evangelio de los pobres de espíritu, es nuestra oración con María. En el rosario rezamos con María; para meditar, junto con Ella, los misterios que ella, como Madre, meditaba en su corazón, y sigue meditando allá en los cielos, sin agotarlos todavía. Por esos son los "misterios" de la vida eterna, misterios que nos sumergen en el mismo Dios. En ese Dios que "habita en una luz inaccesible" 1Tm 6,16 están inmersos esos misterios, tan sencillos, tan accesibles y tan estrechamente ligados a la historia de Jesús, a la de ella como a la nuestra. 

Ruega por nosotros, pecadores

Pocas expresiones respecto de nosotros como ésta son tan exactas ante Dios. Somos pecadores, vivimos a la distancia, a pesar que él nos quiere como a hijos. Y nadie mejor que la madre de Dios y madre nuestra puede acortar y suprimir esta distancia. Así escribía maravillosamente Orígenes, allá hacia el año 230: "Cuando Jesús se eclipsa, el alma es un desierto; en Jesús están todos los bienes que el hombre puede esperar y Dios puede dar... Hace falta vincularse a El con tierno afecto, más aún, no puede hablarse de auténtica vida cristiana si no se tiene familiaridad con el hombre que fue Jesús, y con su Madre, María... Y nadie puede entender el sentido del evangelio si no ha reposado sobre el pecho de Jesús, y si no ha recibido de Jesús, a María como Madre".

Ahora y en la hora de nuestra muerte

Vivimos como si la muerte fuera para los demás. Más aún, muchos viven creyendo que no van a morir. Quienes amamos a la Virgen somos realistas. Sabemos que vamos a morir y que moriremos solos. Ningún amigo nos podrá tender una mano en ese momento. Por ello, anticipada y repetidamente, le recordamos a la Virgen que ella venga en nuestra ayuda, que nos dé su mano, la misma que condujo a Jesús en sus primeros pasos, que nos conduzca en ese momento ante la presencia de su Hijo.

Como los mapuches del Lago Rosario, provincia del Chubut

Al concluir un sepelio en esa reserva mapuche, el cacique, don Jacinto Miyahuala, invitó a todos los presentes a que despidiéramos al difunto con ese canto que quizá vos mismo hayas cantado: ¡Oh María, Madre mía, oh consuelo del mortal, amparadme y guiadme a la patria celestial! etc... Yo que escribo esta carta ¡así quisiera que me despidan de este mundo! Si vos sos cristiano, ¿crees que habrá otra manera mejor? 

Oremos con la más antigua oración a la Virgen que se remonta al año 300

Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios. No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!