María, Virgen y Madre

 


Tambo Centro Universitario Católico, Argentina

 

 

¿Te has preguntado por qué queremos tanto a la Virgen?

¿Por qué los católicos la invocamos y no así otros movimientos cristianos?

¿Hay inflación de devoción entre nosotros y carencias en ellos?

¿Habrá sido tan importante la Virgen para Jesús como lo es hoy para nosotros?

¿Has pensado qué significa para vos que seas devoto de la Virgen? 

¿Has pensado que la Virgen es Madre de Dios y es tu Madre? 

¿La sentís lejos? ¿Ella está sólo en los templos o también en tu corazón?



1.- "Porque el Señor miró con bondad la pequeñez de su servidora" (Lc 1,47).

¿Por qué Dios miró a la Virgen? 

La sonrisa es la primera herencia que recibimos de nuestra madre. De mirada en mirada aprendimos a sonreír. Y al sonreír comenzamos a depender de una mirada, aprendimos a amar, a admirar y a necesitar de nuestra madre. Esto le sucedió a la Virgen con respecto a Dios y quizá te sucedió con la Virgen María a vos como a la mayoría de los cristianos. 

Cuando fuiste niño viste una imagen de la Virgen, y sin fijarte en ella, aprendiste a quererla y a descubrir en ella algo que con el tiempo dirías: ¡la Virgen es hermosa y tiene algo de madre para mí!

La devoción a la Virgen, antes que de una reflexión o enseñanza, parte de un sentimiento de éxtasis ante su belleza, belleza que no procede de su cuerpo humano sino de la gracia que Dios hizo reflejar en ella al estar consagrada totalmente a él.

La Virgen es ante todo el símbolo, el paradigma de pertenencia total a Dios. La confesamos siempre virgen; no sólo antes, durante y después de su maternidad, sino que esa pertenencia a Dios la trasladamos hasta su concepción. Esto es lo que llamamos Inmaculada Concepción. 

El deseo de pertenecer a alguien es instintivo. Al deseo de pertenencia al esposo o esposa, para conformar una familia, se añadirán luego otros, como el de la patria, el de una institución o empresa, etc. Como no se puede vivir sin pertenecer a personas, tampoco se puede vivir sin pertenecer a Dios. Y en cuanto la pertenencia es recíproca, en la medida en que perteneces a Dios, Dios te pertenece. 

En esta carta te llevás este mensaje de fe: pertenecer totalmente a Dios es una gracia, un privilegio, el mayor que una persona puede recibir. Y María recibió este privilegio hasta el punto de ser "la llena de gracia". Querer a la Virgen es querer y admirar la bondad y la belleza que Dios derramó en su corazón. 

Y vos, ¿cómo sentís tu pertenecer a Dios?

2.- "Y al entrar en la casa (los magos) encontraron al niño (Jesús) con María, su madre" (Mt 1,11). 

María es inseparable de Jesús. Lo vemos en su nacimiento, en las bodas de Caná y, sobre todo, en la cruz. Todavía más: la Virgen habrá dedicado todo su tiempo a educar a Jesús. Y él, como hijo, aprendió a sonreír y a ver la bondad y belleza de su Padre, Dios, en los ojos y en los gestos de su Madre. La figura humana de Jesús en gran parte, fue conformada por la Virgen. 

Cuando los cristianos admiramos y amamos a Jesucristo porque era misericordioso, compasivo, humilde de corazón, estamos, quizá inconscientemente alabando la impronta que María como madre dejó en Jesús, su hijo. La figura y la belleza de Jesús está en gran medida unida a la de su madre, la Virgen María. 

Jesús es la gloria de María como María es la gloria de Jesús. Por esto la Virgen es la única creatura que goza, en cuerpo y alma, de la gloria de Dios juntamente con su hijo. Y esto es lo que confesamos que con el dogma de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos. 

3.- "Mujer, aquí tienes a tu hijo". Y luego dijo al discípulo: "allí tienes a tu madre".

Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa" (Jn 19,26-27).

Decir que sos hijo de la Virgen María es aceptar uno de los últimos legados y regalos que nos dejó Jesús. Es vivir ese momento de despedida de Jesús de este mundo en el que no quiso que su Madre se quedara sin hijos. 

En este caminar en la fe hacia Dios, quizá pasando por la cruz como Jesús mismo, tenemos siempre a la María Madre a nuestro lado. Y por esto será que, instintivamente, la invocamos en las necesidades y descargamos en ella nuestro dolor cuando éste nos aqueja. La fe de todos los cristianos ha sintetizado incomparablemente este sentimiento cuando rezamos "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora, y en la hora de nuestra muerte. Amén".


Finalmente, recordemos que Juan, el discípulo amado de Jesús, llevó a la Virgen a su casa. Desde la muerte de Jesús, María no tiene otra casa en este mundo que los corazones de aquellos que la tienen por madre. 

¿Pensaste que ella necesita de tu fe, de tu esperanza y de tu amor, para encontrar así en tu corazón una casa, desde dónde ejercer su oficio de madre para con vos y para con los demás huérfanos de Dios en este mundo? Más que los templos dedicados en su honor, es tu corazón, si la sentís como madre, el mejor lugar de veneración y de invocación para vos y para los demás.

La oración más antigua a la Virgen, se remonta al año 300, y reza así: "Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios. No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!