La verdadera devoción a María


Fundación Obra cultural 

 

La verdadera devoción siempre en Dios empieza y a Dios siempre conduce. En María Santísima contemplamos y recordamos todas las maravillas que Dios ha hecho en ella. A ella acudimos llenos de confianza y amor filial, pues el Señor nos la ha dado como madre. El ejemplo de su vida nos lleva a la imitación de las virtudes que ella en grado sumo practicara. Y todo, contemplación, amor filial y práctica de las virtudes, nos lleva a Cristo. Es imitación y el seguimiento de Cristo lo que procuramos.

No es nuestra devoción, vana credulidad, ni sentimentalismo, ni palabras fáciles, ni literatura hermosa en torno a María. Es la fe en el misterio de la maternidad divina de María, por la que somos conducidos a reconocer la excelencia de la madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra madre y la imitación de sus virtudes.


Para la imitación de sus virtudes hay que seguir la misma actitud de María ante el misterio de Dios que se manifiesta en su hijo Jesucristo. Ella es la virgen oyente, la virgen orante, la virgen oferente, la virgen madre. Acoge con fe la palabra de Dios, glorifica a Dios y suplica a su hijo Jesucristo que atienda las necesidades de los hombres, como en las bodas de Caná. Ella, con los apóstoles, unida en la oración, espera la llegada del Espíritu Santo. Ella es la virgen oferente que lleva a su hijo al templo y con Él se ofrece. Ella se unió a la pasión y cruz de su hijo.

En el acercamiento a la Santísima Virgen María pueden también aparecer una actitud y unas prácticas que no siempre corresponden a lo que debe ser la verdadera devoción a la Madre de Dios. María, por ejemplo, no puede ser un lugar de evasión, olvidando las responsabilidades que tenemos con Dios, con la práctica de los mandamientos, con la vida según el evangelio, con los compromisos familiares y sociales que cada uno ha adquirido. María no es un mero símbolo, ni mucho menos un mito, como si fuera un relato extraño de una realidad fuera de este mundo. María es una persona, una mujer verdadera, que tuvo que recorrer nuestra misma peregrinación por este valle de lágrimas y de esperanzas.

Falsa devoción sería la que se acercara a María con vana credulidad, amparada en sentimentalismos y milagreríos, en meras prácticas exteriores sin profundo contenido de fe, olvidando los compromisos morales que supone la vida cristiana. No sería una devoción sincera y auténtica la que separara el culto a la Virgen de la unión con la Iglesia, con la celebración de los sacramentos, con la verdadera conversión del corazón a Dios.

La verdadera devoción a María Santísima es como luz que se pone en la vida del creyente para ayudarle a ver a Dios, a seguir con fidelidad los dictámenes del evangelio, a tener las mismas actitudes de aquellos a los que se conoce como bienaventurados: los pobres, los sencillos, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, por la justicia, por la verdadera fraternidad de cuantos tienen a Dios como Padre.

Tan lejos hay que estar de una falsa devoción a la Santísima Virgen María como del prejuicio racionalista y descreído que niega cualquier referencia a la vida de fe. La Virgen María nos acompaña en la peregrinación por este mundo y cabe la posibilidad de que se comunique de una manera particular con algunas personas. La Iglesia ha reconocido algunas de estas manifestaciones, de estas apariciones de la Virgen María. En otros casos, lo único que se aprueba es el culto popular a una advocación de María en un determinado lugar, pero sin el reconocimiento explícito de la aparición.

Las apariciones de la Virgen María van siempre acompañadas de un mensaje. Un criterio para la credibilidad es la consonancia del contenido de ese mensaje con el evangelio, la tradición y el magisterio de la Iglesia.

La Iglesia es sumamente cauta en la valoración de apariciones, pues aparte de los engaños y fraudes que frecuentemente se producen, el entusiasmo popular conduce a la emoción y la fácil aceptación de apariciones. Siempre es necesario un serio discernimiento por parte de la Iglesia.