La Virgen María y la Sagrada Familia

Camilo Valverde Mudarra 

 

(Si 3,2-6.12-14; Sal 123, 2-8; Mt 2,13-18)

Jesús, María y José, es el modelo de familia para todo hombre de buena voluntad. Hoy, que vemos tantos vaivenes y zarandeos a la familia, hay que volver la mirada a la familia de Nazaret y entroncar esas relaciones de amor, unión y respeto en nuestros hogares, entre los padres, entre los hijos, entre los hermanos, entre los padres e hijos, entre hijos y padres. Ello sólo puede ser desde la finura del amor, desde la renuncia, el sacrificio y la entrega. 

Su impulso ha de formar un todo compacto ensamblado por aquel supremo amor que San Pablo denomina “ágape”. Es el amor total, “paciente, servicial, no envidioso, que no se pavonea, que no se engríe; no ofende, no busca el propio interés, no se irrita, olvida las ofensas; no le alegra la injusticia, le gusta la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera” (1Cor 13,4-7). 

La familia necesita entrega y frecuente riego con la paciencia, con la disculpa, con la tolerancia, y la alegría en su crecimiento. El ágape altruista y desprendido alejado del yo vive en y para el tú. Es el estar pendiente del otro y los otros. Es el olvido del mío y diluirse en el nuestro. Es vivir la vida de familia en el Señor.

La familia es la célula viva del cuerpo social, si se ataca y destruye, se desmorona la sociedad y quedará expuesta a la barbarie.