La Sagrada Familia

José María de Miguel OSST

La familia es una preocupación constante de la Iglesia. Cualquiera que siga las intervenciones públicas del Papa Juan Pablo puede advertir la presencia constante de la familia en sus palabras y en sus escritos. A la Iglesia le preocupa mucho la institución familiar, el rumbo que está tomando la familia y, sobre todo, los ataques que recibe constantemente desde distintos frentes; a la Iglesia le preocupa sobre todo que las Autoridades Públicas y las Organizaciones Internacionales, empezando por las mismas Naciones Unidas, no defiendan como es debido a la familia, que más bien la pongan en peligro con ciertas políticas familiares de carácter permisivista que están tomando o recomiendan tomar. Frente a este formidable ataque masivo contra la familia, la Iglesia alza su voz, una voz prácticamente en el desierto, pero que por fidelidad al Evangelio no debe dejar de elevar.

La familia cristiana está llamada a ser como un sacramento, como un reflejo de la Familia de Dios que es a la vez misterio de unidad y de diversidad: 'un solo cuerpo y un solo Espíritu, un solo Señor y un solo Dios y Padre de todos'. Es el misterio de la Trinidad Santa, un solo y único Dios en tres Personas divinas: el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo. A su modo, también la familia humana consta de diversos miembros, fundamentalmente de padres e hijos, que forman una unidad dentro de la irreductible individualidad de cada uno de los esposos y de los hijos. El Apóstol nos reco­mienda poner "empeño en conser­var la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz". 

Pero de la familia tiran hoy muchas fuerzas poderosas, que pueden llegar a desgarrarla y dividirla, entre ellas, la ideología del divorcio fácil, que se presenta (o la presentan los medios de comunicación) como una posibilidad al alcance de cualquiera para solucionar las inevitables tensiones familiares. Así, a la primera dificultad de convivencia, a la primera falta de entendimiento mutuo se tira por la calle de en medio y se pide el divorcio, o la separación o se abandona el hogar conyugal. Frente a esta ideología del divorcio fácil, hay que preservar la unidad matrimonial hasta donde sea posible; este es un mandato del Señor cuando nos recordó que lo que Dios une al hombre no le es lícito separar o romper; por eso la salvaguarda de la unidad conyugal debe ser un testimonio de los esposos cristianos en particular en estos tiempos de renuncia a la virtud y a la fidelidad a la promesa dada. En la Familia de Dios es el Amor, es decir, el Espíritu Santo el vínculo que une al Padre y al Hijo en la entrega mutua, en la total donación del ser del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Pues de igual forma, en la familia humana que está llamada a reflejar y vivir en su seno el misterio de la Familia divina, el amor entre los esposos y de éstos para con sus hijos y de los hijos para con los padres y entre ellos mismos debe garantizar la solidez de la estabilidad familiar. Claro que este amor humano para que resulte eficaz y duradero debe inspirarse y apoyarse en el Amor divino, es decir, en la fuerza del Espíritu Santo. En su Carta a las Familias, que el Papa Juan Pablo así lo enseña: "El matrimonio, el matrimonio sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado y custodiado solamente por el Amor, aquel Amor que es 'derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado'".

La familia es, tiene que ser, una comunidad de amor y el amor hay que cuidarlo y avivarlo continuamente para que no se debilite hasta extin­guirse. Porque "el amor -recuerda el Papa- hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente". Pues bien, quien mantiene vivo el fuego del amor humano es, según aquel hermoso verso de San Juan de la Cruz, 'la llama de Amor viva', que es el Espíritu Santo. La familia tiene que dejar espacio al Amor de Dios, tiene que abrirse a él como tal familia y no sólo cada miembro por su cuenta. El Papa, en su Carta a las Familias, insiste una y otra vez en la importancia de la oración en la familia, algo que se está perdiendo en perjuicio de la misma identidad y estabilidad de la familia cristiana, fallo que está impidiendo además que la familia llegue a ser lo que el Concilio quería, una verdadera iglesia doméstica, un santuario de la presencia de Dios Trinidad, lugar de oración y de evangelización. Nosotros, ciertamente, como dice el Apóstol, no sabemos pedir como conviene o lo que nos conviene, "pero el Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos inefables". Abramos, pues, nuestras familias en estos días de Navidad, y siempre, a la acción del Espíritu del Amor del Padre y del Hijo; dejemos que la oración de Jesús en su despedida pidiendo al Padre la unidad de los suyos alcance e interpele también a nuestras familias, para que sean uno, una comunidad de amor, una iglesia doméstica, cada hogar, cada familia cristiana por la acción renovadora del Espíritu Santo, llama de amor viva. 

Fuente:
Trinitarios.org