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La escuela de Nazaret
Arquidiócesis
de Madrid, España
“Alégrate
y gózate de todo corazón”. Siempre me he imaginado a la Virgen con una
alegría serena. En cada una de las tareas del hogar, en la relación con la
vecindad de Nazaret, en el cuidado de José, y, especialmente, en el trato
con su hijo Jesús, María, que es la llena de gracia (sin necesidad de
hacer “milagros”), pondría en cada una de sus acciones o palabras una
generosa visión sobrenatural. Todos tenemos la “testaruda” experiencia
de que mantener constantemente el ánimo alegre, con una sonrisa, y
relativizar lo que es accidental, es verdaderamente difícil. No hace falta
que “nos pisen el callo”, simplemente con que nos lleven la contraria en
una nimiedad, ya es suficiente para mostrar nuestro enfado y desacuerdo ante
quien se comporta con nosotros tal “vilmente”.
Creo que hablar de la “Escuela de Nazaret” es algo muy serio. A veces
hemos podido caer en la tentación de pensar que la Trinidad de la tierra
(Jesús, María y José), al ser personas “especiales”, Dios les
evitaría todo tipo de sacrificios o sudores. Sin embargo, lo que nos llama
la atención, una vez más, es la “poderosa” normalidad con que estos
seres tan queridos actuarían. Jesús con sus cosas de niño, José
empleándose a fondo en su trabajo, y la Virgen en cada una de sus tareas de
ama de casa. Seguro que los vecinos del pueblo no advertirían nada extraño
en su comportamiento. Incluso podemos imaginarnos a José hablando con sus
contemporáneos acerca de cosas tan normales como la cosecha, la situación
en Jerusalén, o el tiempo que hará mañana. María intercambiando recetas
con otras vecinas, o yendo con otras mujeres, con la ropa sucia de casa, al
lavadero del río. Jesús jugando con su primos, y molestándose porque fue
el primero en llegar a la meta, después de una carrera, y otro niño
diciendo que fue él…
Isabel, prima de la Virgen, sí sabía del gran “secreto” de Dios. Ella
llevaba en su seno al Precursor, Juan el Bautista, y sabía lo que se
operaba en el interior de María. Es curioso observar cómo, almas gemelas
en el Espíritu, pueden intercambiarse sentimientos con sólo cruzarse una
mirada. Y así debió ocurrir cuando Isabel oyó el saludo de María. La
Virgen sabía que su prima necesitaba ayuda, y acudió sin pensárselo dos
veces. Estar atentos a lo que otros puedan necesitar de mí, no es una
virtud, es fruto de esa alegría interior que llevo en el interior, y que
necesito compartir sin esperar absolutamente nada a cambio… de lo
contrario, dejaría de ser amor para convertirse en un objeto de
mercancía.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios,
mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava”. La “Escuela
de Nazaret” es donde aprendemos a vivir con alegría lo que somos, sin
necesidad de envidiar lo que no tenemos. Vivir la humildad no es algo
denigrante ni bochornoso, es saber que Dios, al encarnarse, abrazó nuestra
condición sin vergüenza alguna, porque el amor rompe las barreras de lo
que a otros puede parecer ridículo. La humildad es hermana de lo sublime, y
es entonces cuando Dios actúa “a sus anchas”.
“María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa”.
Es importante saber estar en el momento oportuno y en el lugar conveniente,
pero también es necesario entender cuál es nuestro sitio. La Virgen, una
vez terminada su tarea de ayudar a Isabel, conoce cuáles son sus
obligaciones en Nazaret. ¡Sí!, ya sé que te gustaría estar un poco más
de tiempo viendo ese programa de televisión tan interesante, o no dejar esa
conversación tan “apostólica” con tu vecino del quinto… pero mañana
hay que madrugar, y hay que dar, de nuevo, gloria a Dios, en el cumplimiento
de lo más ordinario de nuestras obligaciones, que es la mejor forma de
identificarnos con la voluntad divina.
Ahora entiendo por qué la “Escuela de Nazaret” nunca da títulos
académicos… sólo dejan inscribirse en ella a los sencillos y humildes de
corazón. ¡Felicidades, Madre!
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