El silencio de María

Jesús Ortiz López

 

No hemos sido creados para el ruido sino para vivir en armonía con el mundo y con Dios. Por eso Tolkien ha representado la rebelión como un grito infernal que desgarró la armonía silenciosa de las esferas en el universo. Necesitamos el silencio para entendernos y comprender a los demás. Pero en nuestras ruidosas ciudades ya no encontramos rincones para el silencio; no hay silencio en las ciudades, ni en las urbanizaciones, ni en los villorrios: siempre habrá un vecino ruidoso, un adolescente con moto o un perro protestón. Y sin embargo necesitamos el silencio tanto como el comer. El compositor Cristóbal Halffter distingue diferentes formas de silencio. Un silencio negativo que surge de la materia inerte; viene a ser el silencio de la muerte. Son otros los silencios que necesitamos, y sobre todo el silencio de la vida. Porque hay silencios activos llenos de energía para nuestra creatividad: el que oímos en una catedral, o en la soledad de nuestro estudio; también, con un poco de atención, podríamos escuchar la tensión sonora que emite un capitel románico, o unos majestuosos picos nevados. 
La Virgen María es la mujer del silencio que guarda en su corazón los acontecimientos de la historia de la Salvación. Medita en silencio el misterio insondable de la encarnación del Hijo de Dios realizada gracias a su simpar disponibilidad como sierva del Señor; medita en silencio la humildad del Dios humanado que de ella nace en Belén de Judá; medita en silencio la actitud de su Jesús cuando se pierde entre las caravanas y es hallado en el Templo: es lo más natural que esté ocupado en las cosas de su Padre Dios. Y María medita en silencio el crecer del Niño Dios durante tantos años de vida en Nazaret, como uno más y como sin prisas en manifestar a los hombres su amor de Dios. Más tarde María meditaría en silencio, y en medio del dolor, el sentido redentor de la muerte ignominiosa de su divino Hijo en la cruz. Finalmente, y sin asomo de duda, María mantendrá unidos a los discípulos, hombres y mujeres, durante semanas en una suerte de silencio acompañado en espera de Cristo resucitado y luego del Espíritu Santo enviado para extender el Evangelio de la Salvación al mundo entero.

Así los silencios de María vibrarán en la historia de los hombres contagiando el Amor redentor de Dios y siendo el modelo perfecto de esa soledad sonora que procede de la Vida. Son silencios que nacen en la sintonía de dos corazones: el Corazón Inmaculado de María y el Corazón Sacratísimo de Jesús. De un modo genial parece haber sido representado en el cuadro de Velázquez titulado La Coronación de la Virgen. La entonación roja y la composición repetidamente triangular parece ser una referencia a la forma del corazón, que señala delicadamente la Virgen llevando su mano al pecho. Quizá esta obra maestra del genio sevillano se ha inspirado en la devoción al Corazón de Jesús que avanzaba desde comienzos de siglo XVII. Sí, en nuestro mundo ruidoso necesitamos que la Virgen María nos enseñe a aprehender el silencio para meternos en Dios y contemplar este mundo de armonía que ha depositado en nuestras manos humanas.