La Santísima Trinidad y María 

Padre Cándido Pozo S.J

 

HIJA PREDILECTA DEL PADRE 

La afirmación de que María es hija de Dios Padre de modo singular se remonta a la Edad Media. Así Conrado de Sajonia llama a María La hija nobilísima del Padre. María no ha sido sólo objeto de la acción creadora de Dios, por la cual ha recibido su existencia humana. Ella, que va a ser Madre del Hijo de Dios, enviado por el Padre para que recibiéramos la adopción filial, es también objeto de la acción regeneradora de su Hijo, que la introduce en la familia trinitaria como hija adoptiva. En Ella, al aceptar el anuncio del Ángel con la plena entrega de su disponibilidad (He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra), tiene también lugar lo que el prólogo de san Juan afirma de todos los que recibieron al Logos: A los que lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ella ha nacido a la vida sobrenatural que Cristo nos trae, con un nacimiento que es paralelo al que Cristo tendrá de Ella: por eso tenemos que colocarla entre los que han nacido no de sangre, ni de apetito sexual, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

María no sólo posee la vida de la gracia, sino que es por antonomasia Aquella que ha recibido esa vida. Es, por ello, sumamente significativo que el Ángel se dirija a Ella en la Anunciación con un saludo en el que falta su nombre; la expresión llena de gracia hace las veces de nombre propio: Alégrate, , el Señor está contigo. Sólo en María su estado de gracia luce sin que las manchas del pecado lo ensombrezcan. Fue por ello importante que ya el Concilio de Trento definiera la plena santidad de María en cuanto carencia de todo pecado personal, incluso venial. Pero debe añadirse que, por el privilegio de su Inmaculada Concepción, no careció en ningún momento de su existencia de esta vida de la gracia. En ella, la generación y la regeneración coincide temporalmente, mientras que en nosotros es posterior a nuestro nacimiento a la vida terrena. 


MADRE DE DIOS HIJO 

La relación fundamental de María con respecto a su Hijo Jesús es la de su Maternidad. Encontramos la fórmula veneranda del Concilio de Éfeso, definida en el año 431: María es Madre de Dios (Theotokos), como no dudaron los Santos Padres en llamarla. Así la invocaban los fieles ya antes de ese Concilio, en el sigo IV y quizás en el III. En un papiro han llegado hasta nosotros las palabras de la más antigua oración mariana que se rezó en la Iglesia, y que contiene el título de Madre de Dios aplicado a María: Bajo tu misericordia nos refugiamos, ¡oh Madre de Dios!; no desprecies nuestras súplicas en la necesidad, sino líbranos del peligro, sola pura, sola bendita. La oración es muy significativa. Por la relación de Madre que María tiene con Jesús, se comprende la singular eficacia de su intercesión. A esto se debe que los fieles, ya en los primeros siglos, acudieran a Ella confiadamente en su necesidad e indigencia.

Pero, incluso antes de fijar la atención en la importancia intercesora que se deriva de que María es Madre de Dios, convendría subrayar el relieve teológico de primer plano que el título encierra. Frente a Nestorio, san Cirilo de Alejandría y el Concilio de Éfeso comprendieron que lo que estaba en juego era el dogma fundamental del cristianismo: que Jesús es Persona divina; que no hay en Él sino un único sujeto último de responsabilidad, que es la Persona del Logos. Ello permite decir con verdad que Dios (y no sólo un hombre) por nosotros ha padecido, ha sido crucificado e incluso ha sufrido la muerte. Es impresionante que para garantizar esta verdad se recurriera a un título mariano: la Santísima Virgen es la Madre de Dios.

Finalmente conviene no olvidar que la Maternidad de María con respecto al Hijo de Dios asocia su existencia a la de su Hijo. Ella es la Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo. Ella es la Nueva Eva asociada a Cristo, el Nuevo Adán, según una temática que comenzó a desarrollarse en la Iglesia a partir del siglo II. Si la primera Eva dialogó con el demonio, desobedeció a Dios y trajo sobre el mundo muerte y ruina, María, la Nueva Eva, dialoga con el Ángel, obedece a Dios y trae al mundo al Salvador y, con Él, la salvación.

SAGRARIO DEL ESPIRITU SANTO 

Una vez más, el título hace alusión a la plenitud de gracia de María. Esta plenitud no significa sólo que Ella haya estado llena de gracia, sino que ha sido templo y sagrario privilegiado de la presencia del Espíritu Santo que habita en todos los justos, y de modo singular en quien es Santísima sobre todos ellos. No pocos cristianos están acostumbrados a expresar la relación de María con respecto al Espíritu Santo con la expresión Esposa del Espíritu Santo. Se trata de un título que sólo se popularizó en la Iglesia a partir de san Francisco de Asís. Hoy no tendrían peso los riesgos que hicieron que, durante largo tiempo a partir de los comienzos del cristianismo, se tuvieran reservas con respecto a este título, que puede expresar muy justamente la acción del Espíritu Santo en la concepción virginal de Cristo. No se olvide que en Lc 1, 35 la afirmación: El Espíritu Santo vendrá sobre ti subraya la virginidad en la concepción de Jesús y es así la respuesta a la dificultad de María en el versículo anterior: ¿Cómo será esto, pues no conozco varón?

Por el contrario, los apologetas del siglo II tuvieron que hacer frente a acusaciones provenientes de paganos o de judíos que, deformando el sentido del dogma cristiano, pretendían ver, en el tema de la concepción de María por obra y gracia del Espíritu Santo, una pervivencia del mito pagano de hijos nacidos por comercio carnal de dioses con mujeres. Frente al peligro de estos malentendidos, los Santos Padres insistieron en que el dogma de la concepción virginal nada tiene que ver con la idea pagana de teogamia. Desde el concepto de Sagrario del Espíritu Santo será fácil contemplar a María como mujer dócil a la voz del Espíritu, que habita en Ella; la mujer que se deja guiar y conducir por el Espíritu Santo todo a lo largo de su vida.

Fuente: Arquidócesis de Madrid, España