María Madre de Dios… y de los pecadores 

San Alfonso María de Ligorio

 

I- Se cuenta en la historia de la fundación de la Compañía de Jesús en el reino de Nápoles, que hubo un joven escocés, llamado Guillermo, pariente del rey Jacobo, nacido y criado en la herejía, el cual, ilustrado con los rayos de la divina luz, que le iba descubriendo sus errores, vino a Francia, donde por los consejos de un Padre de la Compañía, y mucho más por la intercesión de la Virgen nuestra Señora, conoció, al fin, la verdad, abjuró los errores y se convirtió a la fe. Pasó de allí a Roma, donde hallándole un día muy afligido y lloroso un amigo suyo, y preguntándole la causa, respondió que se le había aparecido la noche antes su madre difunta y condenada, diciéndole: Hijo, dichoso tú que has entrado en el seno de la verdadera Iglesia; yo estoy condenada por haber muerto en la herejía. De resultas de esta triste visión comenzó a enfervorizarse en la devoción de la Virgen Santísima, eligiéndola desde entonces por única Madre, la cual le inspiró el deseo de entrar en religión, y el joven hizo de ello voto. Habiendo caído enfermo, fue a Nápoles a mudar de aires, y allí murió, pero ya religioso, porque desahuciado a poco de llegar, fueron tantos sus ruegos y lágrimas, que al fin los superiores le recibieron, y delante del Santísimo Sacramento, cuando le llevaban al Señor por Viático, hizo los votos religiosos y quedó agregado a la Compañía. Después de lo cual enternecía los corazones de todos con los devotísimos afectos con que sin cesar daba gracias a la sacratísima Virgen de haberle sacado de las tinieblas de la herejía y traídole a morir en el seno de la Iglesia y de la religión entre los brazos de sus hermanos, y así exclamaba: ¡Oh, qué gloria es morir en medio de estos ángeles! Le exhortaban a que no se fatigase, pero respondía: No, ya no es tiempo de reposar, que está cerca mi fin. Poco antes de expirar, dijo: Hermanos míos, ¿no veis aquí a los ángeles del cielo que me asisten? Y preguntándole uno de aquellos religiosos qué era lo que estaba diciendo entre dientes, le respondió que el ángel de la guarda le acababa de revelar que estaría muy poco en el purgatorio, y que al instante volaría su alma al cielo. Empezó de nuevo a trabar dulces coloquios con la Reina de los ángeles, y diciendo dos veces: Madre, Madre, como un niño que se echa a dormir en los brazos de su querida madre, expiró plácidamente. Y de allí a poco supo un devoto religioso, por revelación, que estaba ya en la gloria. 

II- Cuenta el libro que tiene por título Espejo histórico, que en la ciudad de Rodolfo, en Inglaterra, hubo un joven de casa noble llamado Ernesto, el cual, habiendo repartido sus bienes a los pobres, abrazó la vida religiosa en un monasterio, donde vivía con tal observancia y perfección, que los superiores le estimaban grandemente, en especial por su singular devoción a la Virgen nuestra Señora. Tanta era su virtud, que habiendo entrado una epidemia en aquella ciudad, y acudiendo la gente al monasterio para solicitar de los religiosos asistencia y oraciones, mandó el abad a Ernesto que fuese a pedir favor a la Virgen delante de su altar, sin apartarse de allí hasta que le diese respuesta. Ernesto obedeció, y a los tres días de perseverar en esta disposición, le ordenó la Virgen ciertas oraciones que se habían de decir, y así cesó la peste. Pero después se entibió, y el enemigo empezó a molestarle con varias tentaciones, especialmente contra la castidad, y con la sugestión de que huyese del monasterio. El infeliz, por no haberse encomendado a la Virgen, se dejó al cabo vencer, determinado a descolgarse por una pared. Pero pasando con este mal pensamiento delante de una imagen que estaba en el claustro, le habló la piadosísima Virgen, diciéndole: —Hijo mío, ¿por qué me dejas?—Sobrecogido y con gran compunción, respondió:—¿No veis, Señora, que ya no puedo resistir más? ¿Por qué Vos no me ayudáis?—Y tú—replicó la Virgen —¿por qué no me invocas? Si te hubieras encomendado a mí, no te sucedería eso: hazlo en adelante, y no temas. —Fortalecido con estas palabras, se volvió a la celda. Allí le asaltaron de nuevo las tentaciones, y como ni entonces acudió a la Virgen, finalmente se escapó del monasterio, y a poco se dio a todos los vicios, viniendo a parar de pecado en pecado, hasta hacerse salteador de caminos. Después alquiló una venta, donde por la noche, por robar a los pasajeros, les quitaba la vida. Entre las muertes que hizo mató a un primo del gobernador, quien por varios indicios empezó a formarle proceso. Entre tanto llegó al mesón un caballero joven, y luego que anocheció, el huésped fue donde dormía con ánimo de asesinarle, según costumbre. Se acerca, y en lugar del caballero, ve tendido en la cama un Santo Cristo, que, mirándole benignamente, le dice: —Ingrato, ¿no te basta que haya muerto por ti una vez? ¿Quieres volverme a quitar la vida? Pues extiende la mano y hiéreme. —Admirado y confuso Ernesto empezó á llorar amargamente, diciendo así: —Vedme aquí, Señor; ya que usáis conmigo de tan grande misericordia, quiero volverme a Vos —y sin diferirlo un instante, salió con dirección al monasterio. Pero en el camino fue preso por los ministros de justicia y llevado al juez, delante del cual confesó todos sus delitos, por los que fue condenado a la pena de horca, y tan ejecutiva, que ni siquiera le dieron tiempo de confesión. El se encomendó entonces de veras a la Virgen misericordiosa, y al tiempo de echarle los cordeles al cuello, la Virgen le detuvo para que no muriese, y después soltó la cuerda y le dijo:—Vuelve al monasterio, haz penitencia, y cuando me vuelvas a ver con una cédula en la mano en que estará escrito el perdón de tus pecados, disponte para morir.—Así lo hizo; contó al abad todo lo sucedido, hizo penitencia rigurosa por muchos años, al cabo de los cuales vio a la Virgen dulcísima con el papel en la mano, se acordó del aviso, se dispuso para la última partida y acabó santamente. 

(San Alfonso María de Ligorio, Las Glorias de María, Admin. Del Apost. de la Prensa, Madrid, 1911, pp.16-17, 32-34)