Maria y los contenidos de la Evangelización

Padre Cándido Pozo, S.J

 

En una Evangelización catequética, el mensaje tiene que ser comunicado en una forma en la que no falte ninguno de sus rasgos fundamentales. El mensaje se centra en la obra salvadora de Jesús.
Pero María no es una mera figura marginal de la biografía de Jesús de Nazaret. Por cierto, dicho sea de peso, ciertos nombres de esa biografía no se omiten en catequesis, ni siquiera en los Credos (Poncio Pilato), aunque no tengan significación alguna positiva en la obra salvadora, porque son los puentes entre la doctrina y la realidad de la historia. Tienen así la misma misión que el cuadro de coordenadas de Lc. 3, l s.: "El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes, y Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de la Traconítide, y Lisania tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto". 
María es mucho más. Es la Nueva Eva, colaboradora del Nuevo Adán. La obra_ salvadora del "Nuevo Adán" (1 Cor. 15, 45) no es inteligible, tal y como se realizó, sin la mención de la Nueva Eva. Los Credos insisten en la Encarnación de "María la Virgen"_. En efecto, como ha demostrado I. de la Potterie, ya para San Juan la concepción virginal de Jesús es signo de su realidad personal_; la no existencia de padre terreno nos obliga a pensar que Jesús no tiene más Padre que el Padre celestial, es decir, nos indica que El es la Persona divina del Hijo de Dios_ y es en esta perspectiva de signo en la que una clara afirmación de la concepción virginal realizada en María garantiza la fe en la divinidad de Jesús, como su negación introduce un plano inclinado hacia el adopcionismo _
Pero el relato de la Anunciación (Lc. 1, 26-38) nos muestra además el primer paso de colaboración de María a la obra de la salvación. 
Ella aparece allí interpelada y llamada por la gracia para dar el "sí" a la Encarnación del Verbo, la cual es en sí misma salvadora_; por ese "sí" María interviene en una realidad que es obra salvadora. No olvidemos que --con toda lógica-- la Anunciación y el "sí" de María constituyen la escena evocada, ya en el siglo II, en las primeras apariciones del tema de la Nueva Eva, aplicado a María, en San Justino_ o en San Ireneo, cuando éste acuña el título de "María abogada de Eva": "Si aquélla desobedeció a Dios, ésta [María] fue persuadida para que obedeciera a Dios para que la Virgen María se hiciera la abogada de la virgen Eva"._

A partir de los datos primeros sobre María --de éstos sobre todo-- la Iglesia, a lo largo de XX siglos, en su meditación de lo que en el mensaje se refiere a la Santísima Virgen, ha ido descubriendo ulteriores riquezas. Resulta extraordinariamente bello que el Concilio Vaticano II haya presentado a María que "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc. 2, 19; cf. v.51), como modelo de la actitud del progreso de la Iglesia en la comprensión de los contenidos de la fe_ . Una seria estima de los progresos realizados por la Iglesia en esta su actividad contemplativa nos hará considerarlos como dones que nos enriquecen y nos alentará a esforzarnos por no perder nada de ellos en la transmisión catequética. Juan Pablo II en su Exhortación apostólica Catechesi tradendae insiste encarecidamente en la integridad del contenido_. Por lo que se refiere a María dice: "¿Qué catequesis sería aquella en la que no hubiera lugar [...] para María --la Inmaculada, la Madre de Dios, siempre Virgen, elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial-- y su función en el misterio de la salvación?"_ Nótese que el Papa en su insistencia en que la catequesis sea completa, enumera los cuatro dogmas mariológicos que normalmente suelen considerarse tales_, más el tema de la Nueva Eva que, a mi juicio, como he indicado en otra ocasión, es, en su núcleo, prescindiendo de ulteriores explicaciones teológicas, también dogmático_

Por otra parte, no se olvide que en el caso del dogma mariano de Efeso, el título "Théotokos" permitió centrar toda la problemática sobre la estructura ontológica de Cristo_, El título de "Nueva Eva" expresa la misión salvífica de María_. Los otros dicen orden a esa misión o están en conexión con ella. Ya hemos dicho que la concepción virginal de Cristo, realizada en María, es signo de la filiación divina de Jesús; la plena virginidad de María posibilita la plena concentración de su amor en el Hijo_, gracias a la cual es, a la vez, "Madre y esposa del Verbo"_. La Inmaculada Concepción tiene el sentido de preparación del templo en que el Verbo iba a habitar nueve meses_. La Asunción da un sentido nuevo a la intercesión de María colocándola, ya por este solo título_, a un nivel superior que a la de los santos; en el caso de los santos son sus almas las que interceden, es decir, una realidad que Tertuliano califica de "medio hombre"_; solo Cristo y María, corporalmente resucitados, interceden con toda su realidad existencial humana: junto al trono del Padre, además del Corazón resucitado de Cristo, está un Corazón materno de carne, el Corazón de María, latiendo de amor hacia nosotros y preocupándose con solicitud materna por nuestros problemas_.
Ahora bien, el mensaje revelado no es una serie de verdades yuxtapuestas de modo inconexo. 

Existe en él lo que Orígenes llama "akolouthía tôn dôgmaton", es decir, la "coherencia de los dogmas"_. Se trata de un armonioso edificio en el que no es posible silenciar elementos sin que se empañe el cuadro de conjunto.

Si del silencio se pasara a dejarlos caer, terminaría hundiéndose el edificio. Por poner solo dos ejemplos, la Inmaculada Concepción implica y exige un determinado modo de entender la teología del pecado original sin la cual el dogma de la Inmaculada quedaría totalmente vaciado de sentido_, del mismo modo que la Asunción implica y exige una determinada concepción de la escatología_. 

Martin Lutero

En este sentido, me resulta aleccionador el caso de Lutero a propósito de la piedad mariana y comprobar cómo sus posiciones en ella terminaron repercutiendo en la misma piedad hacia Cristo. Es conocida su evolución en el campo del culto y la devoción a María. Todavía en 1520 recomendaba que se dijera un "Padre nuestro" o un "Ave María" antes del sermón para impetrar la gracia divina_ admitía así, por tanto, el recurso a la intercesión de la Virgen, al que todavía apela el año siguiente, 1521, por dos veces en su Comentario al "Magnificat"_. Pero muy pronto, en 1522, el "Betbëchlein" o librito de oración refleja las primeras reticencias; no quiere que el "Ave María" sea plegaria, sino alabanza_. El año siguiente, Lutero invitaba a los fieles a considerar qué es el Ave María; no una oración, sino una alabanza. En ella no se hace otra cosa sino alabar. Sus palabras son palabras de encomio. Si hacemos uso de ellas en este sentido preciso, las usamos rectamente. Pero temo que no se use así, sino que permanezca todavía la costumbre de orar a María por sí misma y de rezar un rosario para obtener este o aquel favor._ Cinco años más tarde, 1528, se llegaba al consejo formal de conservar la primera mitad del "Ave María" --la parte evangélica--, dejando caer la parte suplicatoria_. La evolución era lógica. Su semilla más clara había sido ya plantada en el Comentario al "Magnificat", en un texto en el que al querer excluir toda idea de mérito de María sobre la Encarnación, explica que María fue en ella instrumento meramente físico y que llevó en su seno a Cristo de manera paralela a como también la cruz fue apta y ordenada para llevar a Cristo, aunque era un leño_. A partir de este principio, inexorablemente se suprimiría todo lo que significa actividad de María, también intercesora, en el plano de la salvación de los hombres. 

Pero las consecuencias fueron funestas. La supresión de la plegaria a María pretendía, sin duda, potenciar, por concentración en ella sola, la plegaria a Cristo. Lutero tenía que reconocer en 1532 que con la supresión de la oración a María no se había conseguido que se orara más a Cristo, sino todo lo contrario_. En efecto, la supresión de un elemento repercute en el conjunto. Incluso la Iglesia no es ella misma, si excluimos de la Iglesia, a María que es personificación de la dimensión maternal de la Iglesia_. Evocando Hech. 1, 14, decía San Cromacio de Aquileya: "Se reunió la Iglesia en la parte alta [del cenáculo] con María que era la Madre de Jesús y con los hermanos de éste. Por tanto, no se puede hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con los hermanos de éste"_.