Nuestra Señora de la maternidad

Camilo Valverde Mudarra

 

La Virgen Madre, su maternidad es el mayor privilegio. Fue su gran honor, la enorme merced otorgada, el ser madre. Madre de Dios y madre nuestra. El hecho más sublime de este mundo es el de la maternidad. La criatura más excelsa y divina es la madre, el mayor regalo que Dios hace a los hombres: la madre, la sublimidad de la grandeza humana. La madre es el único ser que ejerce y vive las más ricas esencias del amor. La que se da enteramente ella, la que lo da todo sin pedir nada a cambio. Hay que levantar a las madres el monumento más colosal y más grandioso que jamás se haya erigido en el mundo. Todos los hijos debemos levantar un altar a la madre querida en el recinto más sagrado de nuestro corazón, en el ámbito más íntimo del alma.

La Señora y Madre Nuestra, fue madre del Hijo de Dios. Y amó a su hijo con amor infinito. Como todas las madres aman a los suyos. Y porque lo amó, supo enseñarle y corregirlo, pues, aunque era Dios y estaba muy por encina, a distancia infinita, era también hombre, ya que le prestó la fragilidad de la naturaleza humana y estaba, por tanto, sometido a sus cuidados y a su autoridad. Cuando todavía niño, rayano en la adolescencia, se escapó intencionadamente de su lado, creyéndolo perdido, la espada lacerante se hundió un poco más en su corazón. Tres días y tres noches, sin comer y sin dormir, buscándolo por aquí y por allá, preguntando a unos y a otros por el hijo que no encontraba. Días y noches llenos de amarguras y quebrantos. Al hallarlo y verlo en el templo, la madre le regañó y lo puso en su sitio y firme: “Hijo mío, ¿por qué has hecho esto"? Tuvo razón al pedirle cuentas de esa acción, que, de ningún modo, Ella aprobaba. El tenía altas e inescrutables razones para obrar así, pero en los parámetros del comportamiento humano aquella acción era injustificable. Le pedió cuentas, como deben hacer todas las madres con sus hijos, cuando la conducta que llevan no se ajusta a las órdenes y a la adecuada normativa, social y religiosa, de los actos humanos. Esta actual dejadez de funciones, esta permisividad para todo o para casi todo, que las madres conceden a sus hijos, aparte de ser incomprensible, es gravemente nociva para el desarrollo educacional del niño. La facilidad y la pronta y continua concesión les perjudica sobremanera. Eso no es cariño, no es quererlos. La cesión a sus gustos y caprichos es abocarlos al mal, facilitarles el camino de la perdición y la ruina. Si los padres quieren que sus hijos terminen en la delincuencia, que les den todos los gustos, que los dejen cumplir sus caprichos y su real gana, que les concedan todo lo que pidan.

María, Señora y Madre, es también, la madre de todos nosotros, la madre de la Iglesia, de la asamblea humana, constituida por todos los hombres que poblamos la tierra. Cuando su Hijo, clavado en la cruz, le dijo que, al quedarse sin Él, allí tenía al discípulo amado como hijo, pasó a ser madre de toda la humanidad, pues en Juan estábamos representados todos. Le dijo que nos cuidara y que nosotros cuidáramos de Ella, que nos quisiera como hijos y que la quisiéramos como Él la quiso. Desde entonces, es nuestra madre, nos pertenece, es nuestra madre amantísima. Pasó a ser una expropiada para utilidad de la humanidad entera. Esa expropiación la consumó en la asamblea constituyente de la Iglesia en el Pentecostés Cristiano, cuando María, la primera, los Apóstoles y el grupo de mujeres amigas, fervorosas seguidoras de su hijo, recibieron el Espíritu Santo y se embarcaron, como tripulación divina, en la barca de la Iglesia para, en la más maravillosa singladura de los siglos, surcar todos los mares del orbe y arribar a todos los puertos en un mundo sin fronteras.

Virgen Santísima eres la madre de todos, pero seguro que lo eres muy especialmente de todas las madres y mujeres de la tierra. Eres, la abanderada de todas las mujeres, de todos los movimientos feministas, cuando, con toda justicia, reclaman el reconocimiento y el ejercicio de sus derechos femeninos. Dios hizo al hombre y a la mujer en igualdad perfecta. Y esa igualdad sagrada debe ser sagradamente respetada a todos los niveles La mujer debe ejercer en la historia humana, que no es otra que la historia de la salvación, el protago­nismo que le pertenece. El ejemplo lo encontramos en Ti, la Primera, después del Único, en la historia de la Iglesia. En María Dios, Padre, quiere mostrar la sacrosanta entidad de la mujer, criatura hecha para amar y para darse, es dadora de vida, casi divina, cocreadora con el Creador. Por esta función santa debe tener el mayor respeto y consideración de su alta misión