La devoción a la Virgen

Mons. Amadeo Rodríguez Magro

 

Es evidente que la devoción a la Virgen es una cuestión de cariño, pero no sólo eso; también es un asunto de la razón, porque con ella se valora el papel de María en la historia de la salvación y se reconoce su tarea en la historia de nuestra propia fe. El cariño es más sólido cuando sabe situar a la Virgen en su justa relación con el Padre, con su Hijo y con el Espíritu, su Esposo, y, desde el Dios Uno y Trino, con nosotros. A la Virgen se le quiere con el corazón y con la cabeza. 

Yo tengo la impresión de que en la pastoral ordinaria de nuestras parroquias no sólo no falta la piedad mariana de que se ha hecho en estos últimos años un esfuerzo especial por renovarla y adaptarla a nuevas claves teológicas. La devoción a la Virgen es hoy más eclesial y menos sociológica. No obstante, no deberíamos bajar la guardia en la búsqueda de nuevas iniciativas que continúen promoviendo la relación de María con la vida de las personas y de los pueblos. 

Tenemos la obligación de crear nuevas y auténticas expresiones de amor a la Virgen y de enriquecer en hondura aquellas que la tradición ha acuñado para jalonar los días y los años con gestos de amor y recuerdo para María: meses de mayo y octubre, rosario, novenas, fiestas marianas, etc. De ningún modo deberían de decaer los modos eclesiales de devoción a la Virgen, entendiendo por eclesiales también la Iglesia doméstica, donde fraguan de un modo especial las muestras de cariño a Nuestra Madre; sin olvidar tampoco las expresiones populares con las que se honra a María Santísima.