Preposiciones de una Vida Mariana

Andrés Molina Prieto

 

Cuando hablamos de espiritualidad mariana hemos de tener sumo cuidado de no confundir la expresión con otras análogas como "espiritualidad franciscana, o monástica o seglar". Lo que distingue radicalmente la espiritualidad mariana de todas las demás es el puesto especialísimo y singular que tiene la Virgen María en el plan divino de la salvación. María está en el núcleo central de nuestro Credo como encrucijada del gran misterio cristiano, y así lo confesamos al proclamar nuestra Fe, centrada en Jesucristo:

"Fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen".

Por eso la espiritualidad mariana es algo totalmente distinta de todas las demás que tienen adjetivos diversos. Conviene distinguir también la devoción mariana -en singular- de las devociones marianas, así en plural, porque mientras aquella es una actitud o disposición interior de veneración, invocación, amor e imitación, éstas son manifestaciones externas o actos concretos de culto. Entre todas las prácticas devocionales de índole mariana, destaca por su carácter totalizador la consagración individual a la Santísima Virgen, que el eximio mariólogo José Antonio de Aldama definía así: "Es un acto de donación personal, libre, universal y perpetua que se hace directamente a María en reconocimiento de los derechos que Ella tiene sobre nosotros y como expresión de nuestra veneración y amor hacia Ella".

Existen diversas fórmulas muy bellas, de hondo contenido, de consagración mariana. Nos fijamos en una muy popularizada ofrecida por san Luis María Grignion de Montfort y resumida en cuatro proposiciones: con, en, por y para. Veamos su preciso y exigente significado, previa una aclaración.


CÓMO VIVIR LA CONSAGRACIÓN A MARIA

Vaya por delante una precisión que consideramos necesaria: sólo existe en verdad una consagración que es la bautismal por la cual quedamos íntegramente dedicados y consagrados a la Santísima Trinidad, como templos vivos del Espíritu Santo. Por la gracia santificante que se nos infunde quedamos "divinizados" al hacernos participes de la naturaleza divina (2 Pe 1, 4). La consagración mariana siempre hace referencia obligada a la que efectuó de forma definitiva el Sacramento del bautismo. Tiene por tanto un valor analógico aunque no menos real, porque la Virgen, con su poderosa intercesión, nos ayuda a poner en marcha nuestro organismo sobrenatural integrado por la gracia, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.

La consagración mariana lejos de interferirse en el proceso de nuestra santificación cristiana como elemento extraño, lo facilita, lo encauza y lo consuma. Toda consagración mariana es por sí misma cristocéntrica y trinitaria. En sus importantes escritos marianos san Luis María resume admirablemente el núcleo de la consagración a la Virgen que "consiste en darse por entero como esclavo a María, y a Jesús por Ella, haciendo todas las cosas con María, en María, por María y para María". He aquí las cuatro famosas preposiciones de la magistral fórmula montfortiana. Saboreemos su confortador contenido.

"Con María". Practicar las virtudes a ejemplo suyo, es decir, tomar a la Virgen por modelo acabado de todo lo que se ha de hacer. Se trata de acudir a nuestros deberes cotidianos como lo haría Ella.

"En María". Permanecer unidos a sus sentimientos para vivir su íntima vida afectiva. Acostumbrarse al recogimiento interior para formar un pequeño esbozo o retrato espiritual de la Virgen. Ella será nuestro oratorio, lámpara encendida y cámara sagrada. San Ambrosio lo diría así: "Que el alma de María esté en cada uno de nosotros para glorificar al Señor".

"Por María": Obrar a impulsos de la gracia que la Virgen nos obtiene con su intercesión, valiéndonos de su eficaz mediación. Sin Ella, como sin Jesús, nada podemos en el orden de la gracia.

"Para María": es decir, honrarla sirviéndole y agradándole en todo. Obrar para difundir su culto y glorificarla como fin próximo, a fin de tributar la mayor gloria posible a Dios como fin último y supremo.


PROGRAMA ESPIRITUAL COMPLETO

Comprendemos fácilmente que esta breve fórmula de consagración mariana constituye de suyo un verdadero y completo programa de vida cristiana ya que -insistimos en ello- el objetivo final de la auténtica devoción a la Virgen es siempre Jesucristo a quien nos dirigimos a través de su bendita Madre, aunque se pueden sintetizar en uno solo: realizar a imitación suya, y del mejor modo posible, nuestra vocación cristiana.

Ofrecemos sin reserva a los Sagrados Corazones de Jesús y de María nuestros pensamientos, palabras y acciones y sufrimientos y todos los momentos de nuestra vida. La consagración mariana es integradora, unitiva y cristificante si se vive con genuino espíritu evangélico. Quien la practica intensamente desarrolla con pujanza su vida interior. Por otro lado es oportuno recordar que la devoción y consagración a la Virgen no radica en ninguna fórmula por muy completa o elaborada que se presente. Hunde sus raíces en la profunda interioridad de nuestro ser. Debe ser además universal y estar dotada de prudente flexibilidad que le permita adaptarse a todos los gustos espirituales y a todas las psicologías individuales siempre diversas.

Es evidente que para cada cristiano la mejor manera de vivir su consagración mariana será la que encuentre en su personalidad concreta un eco mayor o más eficiente, la que se acomode más y mejor a su manera tipológica de ser, la que produzca, en la práctica, mejores resultados. También en este punto vale adaptar con sabiduría el certero aviso de Cristo: Por sus frutos conoceremos si nuestra espiritualidad mariana es buena y tiene los rasgos característicos que enseña la doctrina de la Iglesia.

Oh María, 
aurora del mundo nuevo,
madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida.

Mira, madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia o de una presunta piedad.

Haz que quienes creen en tu Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.

Alcánzales la gracia de acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo
con solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres
de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida.

S.S. Juan Pablo II

Tomado de la revista el Granito de Arena septiembre 2002.

Fuente: Legión de María