Mirar a la Virgen y dejarse mirar por Ella

Andrés Molina Prieto 

 

En los Escritos de san Juan de Ávila, se registra un hermoso testimonio autobiográfico que revela su ardiente devoción mariana. He aquí sus propias palabras: "Rogad a la Virgen que os dé ojos para saberla mirar. Cuando yo veo una imagen con un Niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas". Esta experiencia situada en las fronteras de la vida mística no orienta a todos a saber orar con miradas contemplativas que nos permitan descubrir -como ocurría al Maestro de Ávila- su íntegra belleza, es decir, su total perfección espiritual y humana.

Y es que no sabemos "mirar". A lo más "vemos" tan sólo por fuera quedándonos en la superficie sin adentrarnos en la intimidad del Corazón de Nuestra Señora. Saber mirar no sólo es arte y ciencia humana, sino ejercicio de las tres virtudes teologales porque actúan al unísono: la fe, la esperanza y el amor. Son muy pocas las personas que saben "mirar" bien como son igualmente escasas las que han aprendido a escuchar, cosa muy distinta de oír. Este hecho bastante generalizado está contribuyendo a crear una sociedad clausurada en su propio egoísmo e incomunicada con los demás a pesar de tantos medios y recursos informativos.

No acertamos a saber mirar al prójimo y por eso no le comprendemos. No sabemos mirar a la Virgen y por eso nuestra devoción es débil cuando no puramente sentimental y transitoria. Pongamos en práctica este sencillo ejercicio: delante de una imagen o una estampa de la Santísima Virgen procuraremos concentrar nuestra atención para adentrarnos en la intimidad de su persona, en sus privilegios y funciones maternales. Sepamos "estar" con ella, con sencillez de hijos dóciles y cariñosos.

Ser mirados por la Virgen

Santa Teresa de Jesús escribe a sus monjas sobre este divino arte de "saber mirar". Les da este valioso consejo: "No os pido ahora que penséis en Él, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento. No os pido más que la miréis". Sin duda la Mística Doctora tenía experiencia personal de estas miradas. En el Libro de la Vida narra que, siendo ya monja, quería conciliar lo inconciliable: régimen de comodidad con vida de oración, amor a Dios y afecto desordenado a las criaturas. Pero un día al entrar en el Oratorio de su Convento de la Encarnación de Ávila, vio una imagen de Cristo que habían traído al Monasterio para su custodia.

Se trataba de un Ecce Homo muy llagado y en estado lastimoso. Teresa lo vio, es decir "lo miró" y se sintió profundamente turbada porque aquella imagen representaba, muy a lo vivo, todo lo que el Señor había padecido por ella. Y confiesa la Santa: "Arrójeme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas" (Vida IX, 1). Se entiende ahora muy bien por qué nuestra Mística Doctora aconsejaba y suplicaba a sus religiosas que supieran mirar al Señor

Eso es precisamente lo que hemos de hacer nosotros con las imágenes, cuadros, estampas y medallas de la Virgen: saber mirarlas y dejarse mirar por María, Madre de infinita ternura, delicada compasión y dulce misericordia. Cuando el P. Kolvenbach, General de los jesuitas y experto orientalista afirmó en una ocasión que él solía rezar valiéndose de los iconos, alguien le preguntó si los miraba durante la oración. Escuchó entonces esta respuesta: "No, son ellos los que me miran a mí".

He aquí un sencillo procedimiento que nos servirá de mucho provecho espiritual silo aplicamos no sólo a nuestras miradas hacia María, sino a las miradas de María hacia nosotros. Insistimos: procuremos habituarnos a sentirnos "mirados" por Nuestra Madre porque cambiarán al instante nuestras relaciones filiales para con Ella.


La gran enseñanza de la "lectura divina"

Nos referimos a una práctica muy antigua en la Iglesia que hemos recibido de la tradición monástica como una rica herencia. La "Lectura divina" consiste en una actividad escuchante y orante centrada en la "rumia" de la Palabra de Dios. San Gregorio Magno, Papa del siglo VI, habló de este modo de meditar y orar diciendo lo siguiente: "Como de la fría piedra golpeada por el martillo saltan chispas incandescentes, así de la lectura de la Palabra divina, por la inspiración del Espíritu Santo, brota el fuego".

En cuanto al consejo sugerido de "mirar" filialmente a la Virgen, dejándonos mirar maternalmente por Ella, podemos ejercitar la lectura divina meditando sobre las escasas, pero esenciales, palabras que los Evangelios nos han conservado como pronunciadas por María. Son muy pocas, es verdad, pero resultan suficientes para conocer su incomparable fisonomía interior única e irrepetible como criatura singular elegida por Dios para llevar a cabo su plan de salvación sobre el hombre.

Elijamos una de estas frases. Si nosotros mirando a la Virgen, nos esforzamos por escuchar de sus mismos labios esta respuesta:
"Aquí está la Esclava. Hágase en mí según tu Palabra", podemos estar seguros de poder captar su profundo y constante mensaje, válido para cada uno de nosotros en cada momento. Es preciso "oír" bien el tono humilde de su voz y descubrir su actitud de incondicional sumisión al beneplácito divino, dispuesta a cumplir; sin ninguna reserva, la voluntad del Señor.

Lo necesario y urgente para hacer fecunda nuestra oración será que nos apliquemos con todas nuestras potencias y sentidos a una asimilación progresiva de la maravillosa respuesta de María. La cultura moderna tan extrovertida en todo -y muy enemiga de la interioridad- nos siembra el camino de dificultades cuando se trata de concentrarnos para dialogar con Dios, pero hemos de acertar a superar estos obstáculos. Miremos a la Virgen y dejémonos mirar por Ella. Imitemos su ejemplo, ya que ante los misterios de su Hijo, nos dice san Lucas que "guardaba todo esto en su Corazón". 

Tomado de la revista de acción eucarística El Granito de Arena, octubre 2002.

Fuente: Legión de María