La Niña María

Padre Pedro María Iraolagoitia, S.J.

 

Carta a la Virgen María

Es estupendo que, siendo Madre de Dios, hayas vivido en este mundo una vida como la nuestra. Es magnífico saber que eres una de nosotros. Por esto hemos meditado e imaginado miles de veces lo que harías o lo que dirías en ésta y en la otra ocasión de tu maravillosa vida oculta.

Este libro es una de esas fantasías en la que te hemos imaginado a nuestra manera en aquellos días de tu vida mortal que, por otra parte, fueron tan reales y, por eso mismo, tan maravillosos.


Me llamo María; ¿Verdad que es un nombre bonito? 

Tengo seis añitos; todos los dedos de esta mano y uno de ésta. 

Mi padre se llama Joaquín y es muy grande. Cuando viene por las tardes a casa; después del trabajo, me sienta en sus rodillas y me cuenta la historia de nuestro pueblo de Israel.

Me cuenta que nuestro pueblo y todo el mundo esta lleno de hombres y mujeres que han hecho pecados y han ofendido al Señor; y que el señor, para salvarnos, ha prometido enviarnos un Salvador que se llamará el Mesías.

Luego vamos a cenar y a mí me dan siempre lo mejor porque dicen que soy muy pequeña y que estoy creciendo.

Después de cenar, mi madre que se llama Ana y es muy buena, me lleva a la cama, antes de dormir rezamos las dos al Altísimo para que sus ángeles guarden nuestra casa y nuestro sueno. 

Luego mi madre me trae a la cama mi muñequito de trapo, y yo le tapo con mis mantas y le hago dormir junto a mí.

Y los ojos redondos y grandes de la niña María se cierran dormidos, mientras:
en el pueblo hay más de tres que están venga a comer cordero y venga a beber vino, 
en la ciudad hay más de tres que están venga a sacar cuentas para ganar mas dinero...

La niña Maria dormida, toda inmaculada, sin saberlo ELLA. Dios mirando al inundo y sonriéndole a gusto por primera vez hace muchos siglos.

Ana y Joaquín hablando bajito las últimas palabras, mientras se apagan las últimas brasas de la cocina.

La niña María dormida, abrazando a su muñequito y, quién sabe si, soñando que Dios se hace así pequeñito como un muñequito de trapo; algo así como para vestirle y peinarle y reírle y decirle: "No llores, que te doy un beso".

La niña María con sus seis anos, soñando cosas de chiquillos mientras las personas grandes y que se acuestan tarde, piensan en cosas sensatas como comer cordero, beber vino y contar dinero.

Cuando se hace de día en el pueblo y cantan los gallos y suenan las esquilas y padre Joaquín toma la azada y el botijo para salir a trabajar en la pieza, la niña María abre los ojos y sale revoleteando por todo, como los pájaros que estaban dormidos en la higuera de la puerta de casa.

La niña María comiendo una tostada grande de pan y leche, y luego tratando de ayudara madre Ana, jugando con una escoba que es más grande que Ella, jugando a cocinas con un puchero en el que cabría Ella; y luego volviendo al muñequito de trapo, para decirle que ha sido muy bueno durmiendo muy bien y vistiéndole y peinándole y diciéndole muchas cosas que, a veces, sólo las entiende madre Ana y, las más de las veces, sólo las entiende el Padre que esta en los cielos.

La niña María, con su cabecita morena, sus ojos asombrosos y su naricilla de botón y por dentro "llena de gracia", aprendiendo toda a barrer y a limpiar y a servir y a amar.

Madre Ana la manda a la tienda por un queso y pone un sextercio en la manita y, la niña, después de mirar la cara de un hombre feo grabada en la moneda, sale medio andando, medio corriendo y medio saltando.

El tendero, un hombre gordo con bigotes y blusa de tendero, toma el sextercio y le da un trozo de queso bien envuelto en hojas grandes de higuera; también le da dos nueces de propina.

La niña María sale hacia casa, pero allí viene el viejo Abner, el ciego del pueblo.
- ¡Abner, Abner! ¿Adónde vas?
- Voy a la fuente... Tu eres María, la hija de Joaquín, ¿Verdad?
- Sí. Dame la mano; yo te llevo. Están entrando las cabras en el pueblo y podrías tropezarte con ellas.
- Gracias hija.

María sostiene el queso contra su cuerpo con una de sus manos, mientras de la otra al ciego quien sabe que esa manita pequeña es la guía más segura, no sólo para llegar hasta la fuente, sino para llegar hasta la felicidad.

Al paso de la niña y el ciego, hacen calle las cabras y se apartan hasta los ángeles del cielo; pero a éstos no se les ve. 

Mientras bebe el viejo, la niña María se asoma al pilón y allí ve todo lo guapa que es la niña María. Las aguas están tan quietas, tan quietas y se ve tan bien que, allí en el fondo del pozo, casi se ve el alma inmaculada y llena de gracia de la niña María, llenando el pozo y el cielo.
- Abner, ¿El Mesías podría darte la vista?
- Sí, hija; pero aun no ha llegado.
- ¿Cuándo llegará?
- Llegará cuando halla en Israel una niña buena como tú, que merezca ser su madre.

La niña María llega corriendo a casa con el queso.

No sabe nadie en el pueblo, que la niña María es Inmaculada desde su primer instante.

No sabe que ELLA sola tiene más gracia de Dios que todos los santos patriarcas y profetas juntos.

¡Qué risa! La niña María con su lacito en el pelo, y más importante que Abraham con toda su barba y que Isaías con todo su librote... Si supieran los del pueblo...

Pero no lo sabe nadie: ni Ana, ni Joaquín, ni la misma niña María. Como tantas cosas grandes, ésta sólo la sabe Dios.

Mientras tanto, la niña María ha oído llorar en la calle al pequeño Efraín, de tres años, y ha salido corriendo de casa, le ha regalado las nueces que le ha regalado el tendero de los bigotes, le ha hecho sonreír entre lágrimas al pequeño, y luego le ha quitado los mocos.

Fuente: Legión de María