María, mujer del sí

 

Pilar Salcedo

 

 


¿Cómo no dedicar un especial recuerdo a "la Virgen de Agosto"? Miles de pueblos hacen fiesta en el corazón de este mes caluroso para celebrar la subida de María al cielo y su coronación como Reina de todo lo creado.¡Adiós!, Señora. Va ligera atravesando nubes, ingrávida, ella que soportó la gravidez, el peso dulce de los nueve meses de Dios, en su seno. "En ti plantó su tienda el Señor y en ti tuvo a bien ser concebido por su Santo Espíritu", canta un antiguo himno.
Es la maternidad de María, la encarnación de Dios en ella, la que llenó el mundo de milagros. Gabriel fue un enviado veloz, llevando un mensaje de la Trinidad a una niña que oraba. El corazón del mensaje era éste: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti..." y después, la última y gran explicación que responde a todo problema: "No hay nada imposible para Dios. Nada... Nada imposible para Dios". Por eso la respuesta sencilla, llena de confianza, que es una respuesta de amor "Hágase en mí según su palabra".
La primera de todas las bienaventuranzas, la adelanta el evangelio y la produce la fe de María, "Bienaventurada tú que has creído".
Lo curioso es que María responde con sencillez: "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada". Una profecía que se ha cumplido al pie de la letra.
La primera fe de María hace que el Evangelio la sitúe en el umbral de la Nueva Alianza, igual que Abraham "padre de los creyentes", aparece en el de la Alianza Antigua. Dos casos de fe, impresionantes, para catapultar el Viejo y el Nuevo Testamento.
Y sin embargo, esa fe gigantesca no le impidió a la Virgen dudar ante el Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo...?"
Sólo se puede comprender esto por algo difícil de entender, pero importantísimo, que es el ensamblaje perfecto entre la voluntad de Dios y la libertad humana. Dios espera el sí de María.
Karl Barh, que fue un gran teólogo protestante, dijo que, por la gracia que se nos da, nos convertimos en "prisioneros de Dios". ¡Qué hermosa definición de la predestinación, de la gratuidad! Pero, si Karl Barh y hasta Lutero hubieran meditado la anunciación, si hubieran visto al Ángel anunciando a María que sería madre del Mesías, y a ella poniendo la objeción de su virginidad, se habrían dado cuenta de que se estaba produciendo un hecho insólito: Dios mismo se hacía prisionero de la libertad de esta sencilla muchacha; prisionero de su libertad.
Ésta es la paradoja esencial del cristianismo. Esto es lo que quiere decirse cuando llamamos al cristianismo "la religión del amor". Porque si la nuestra es la religión del amor, supone algo terrible y hermoso cuando se vive, hasta el fin, con una total sinceridad de parte de Dios y de parte del hombre. Cada uno se convierte en prisionero de la libertad del otro. ¡Esto es el amor!
No es raro que Catalina de Siena hable de Dios "encadenado a nuestros deseos". Cuando se asombra uno de la gran obediencia de los santos a Dios, hay que estar atento también a la obediencia de Dios a los santos. A los que están más cerca de su corazón. Esto ya era claro entre Dios y Abraham, cuando regateaban sobre el número de justos en Sodoma y Gomorra.
Y hay algo más asombroso cuando vemos a Dios encarnarse en María y someterse a la obediencia del tiempo materno. Hubo incluso un momento en que la palabra de Dios, encarnada en las profundidades de la naturaleza humana, sólo vivió con el ritmo de un único corazón: el de su Madre. Obedecía a la sincronía de sus latidos. Unas semanas después, cuando el embrión comienza a formarse, hay ya dos corazones pero una sola música. Sabemos ahora, que el niño recién nacido se siente seguro si se le aprieta contra el corazón de su madre. Hasta aquí ha vivido Jesús su obediencia humana.
La docilidad inmensa de María tiene, por otra parte, un poder tan grande, que se necesita nada menos que a Dios en toda su plenitud. María es el hogar de todas las complacencias de Dios donde se ponen juntos -Dios y Ella- para conseguir el más hermoso de los hijos de los hombres. Hasta tal punto, que el Padre acabará afirmando: "Éste es mi Hijo en quien he puesto todas mis complacencias".
¿Y que dirá María de ese Hijo que es suyo también? Cuando se trata del hijo, vida de su vida, las mujeres prefieren callar.