María
Inmaculada, mi primer amor
F.
X. Nguyen van Thuan
«A María encomiendo... las esperanzas y deseos de los jóvenes que, en
cada rincón del mundo, repiten con Ella: “He aquí la sierva del Señor,
hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38)... preparados para anunciar
después a sus coetáneos, como los apóstoles: “Hemos encontrado al
Mesías” (Jn 1, 41)”. (Juan Pablo cf. Mensaje para la XII Jornada
Mundial de la Juventud, 1997, n. 10).
“María Inmaculada, mi primer amor”: este pensamiento es de Juan
Bautista María Vianney, el cura de Ars. Lo leí en un libro, de François
Trochu, cuando yo estaba en el seminario menor.
Mi madre me infundió en el corazón este amor a María desde que era niño.
Cada noche mi abuela, después de las oraciones de familia, todavía rezaba
un rosario. Le pregunté por qué: “Rezo un rosario pidiendo a María por
los sacerdotes”. Ella no sabe leer ni escribir, pero son estas madres y
estas abuelas las que han forjado la vocación en nuestros corazones.
María tiene un papel especial en mi vida. Fui arrestado el 15 de agosto de
1975, fiesta de la Asunción de María. Salí en el coche de la policía,
con las manos vacías, sin un céntimo en el bolsillo, solo con el rosario,
y estaba en paz. Esa noche, por la larga carretera de 450 kilómetros,
recité, muchas veces el Acuérdate oh piadosísima Virgen María.
Me preguntaréis, quizá, como me ayudó María a superar las
abundantísimas pruebas de mi vida. Os contaré algunos episodios que
permanecen aun muy vivos en mi memoria.
Cuando estudiaba en Roma siendo sacerdote, una vez, en septiembre de 1957,
fui a la gruta de Lourdes para orar a la Virgen. La palabra que la
Inmaculada dirigió a Bernadette me pareció que también estaba dirigida a
mi: “Bernadette, no te prometo alegrías ni consolaciones en esta tierra,
sino pruebas y sufrimientos”. Acepté, no sin miedo, este mensaje.
Después de haberme doctorado regresé a Vietnam como profesor; después fui
rector del seminario, luego vicario general y obispo de Nhatrang desde 1967.
Se podía decir que mi ministerio estaba coronado por el éxito, gracias a
Dios.
Varias veces volví a orar a la gruta de Lourdes. Me preguntaba con
frecuencia: “¿Es posible que las palabras dirigidas a Bernadette no sean
para mi? ¿No son insoportables mis cruces de cada día? De cualquier
manera, estoy dispuesto a hacer la voluntad de Dios”.
Llegó el año de 1975 y con él el arresto, la prisión, el aislamiento y
más de trece años de cautiverio. ¡Ahora comprendo que la Virgen había
querido prepararme desde 1957!: “No te prometo alegrías ni consolaciones
en esta tierra, sino pruebas y sufrimientos”. Cada día comprendo más
íntimamente el sentido profundo de este mensaje, y me abandono con
confianza en las manos de María.
Cuando las miserias físicas y morales en la cárcel se hacían demasiado
pesadas y me impedían orar, entonces decía el Ave María, repetía cientos
de veces el Ave María; ofrecía todo en las manos de la Inmaculada,
pidiéndole que repartiese gracias a todos cuantos las necesitasen en la
Iglesia. Todo con María, por María y en María.
No solo le pedía a María su intercesión, sino que con frecuencia también
le preguntaba: “Madre, ¿qué puedo hacer por ti? Estoy dispuesto a seguir
tus órdenes, a realizar tu voluntad por el Reino de Jesús”. Entonces
invadía mi corazón una inmensa paz; no tenía miedo.
Cuando le rezo a María no puedo olvidar a san José, su esposo: es un deseo
de María y de Jesús, que tienen un amor grande a san José, por razones
especialísimas.
María Inmaculada no me ha abandonado. Me ha acompañado a lo largo de todo
mi camino en las tinieblas de las cárceles. En esos días de pruebas
indecibles, ore a María con toda sencillez y confianza: “¡Madre, si ves
que ya no voy a poder ser útil a tu Iglesia, concédeme la gracia de
consumir mi vida en la prisión. Pero, en cambio, si tú sabes que todavía
puedo ser a tu iglesia, concédeme salir de la prisión en un día que sea
fiesta tuya!”.
Un día de lluvia, mientras me preparo la comida, oigo sonar el teléfono de
los guardias. “¡Quizá esta llamada sea para mi! Es verdad, hoy es 21 de
noviembre, fiesta de la Presentación de María en el Templo”.
Cinco minutos más tarde llega mi guardia:
- Señor Thuan, ¿ya ha comido?
- Todavía no; estoy preparando la comida.
- Después de comer, vístase bien y vaya a ver al jefe.
- ¿Quién es el jefe?
- No sé, pero me han dicho que se lo avise. ¡Buena suerte!
Un coche me conduce a un edificio en el que encuentro al ministro del
Interior, es decir, de la policía. Después de los saludos de cortesía, me
pregunta:
- ¿Tiene algún deseo que expresar?
- Si, quiero la libertad.
- ¿Cuando?
- Hoy.
Se queda muy sorprendido. Y le explico:
- ¡Excelencia, llevo en prisión ya mucho tiempo, bajo tres pontificados:
el de Pablo VI, el de Juan Pablo I y el de Juan Pablo II. Y además, bajo
cuatro secretarios generales del Partido comunista Soviético: Breznev,
Andropov, Chernenko y Gorbachov!
El se echa a reír y asiente con la cabeza:
- ¡Es verdad, es verdad!
Y dirigiéndose a su secretario, dice:
- Hagan lo necesario para acceder a su deseo.
De ordinario, los jefes necesitan tiempo para despachar al menos las
formalidades. Pero en ese momento pensé:
- Hoy es la fiesta de la Presentación de la Virgen. María me libera.
¡Gracias a ti, María!
El momento en que me siento más hijo de María es en la santa misa, cuando
pronuncio las palabras de la consagración. Estoy identificado con Jesús en
la persona de Cristo.
Me preguntáis quién es María para mí en mi elección radical de Cristo.
En la cruz, Jesús dijo a Juan: “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 27).
Después de la institución de la Eucaristía, el Señor no podía dejarme
nada más grande que su Madre.
Para mí, María es como un evangelio viviente, “de bolsillo”, de amplia
difusión, más accesible que la vida de los santos.
Para mí, María es mi Madre, que me dio a Jesús. La primera reacción de
un niño que siente miedo, que está en dificultades o sufre, es Llamar:
“mama, mamá”. Esta palabra lo es todo para el niño.
María vive plenamente para Jesús. Su misión fue compartir su obra de
redención. Toda su gloria le viene de El. Es decir, mi vida no valdrá para
nada si me separo de Jesús.
María no se preocupaba solo por Jesús, sino que mostró su cuidado por
Isabel, por Juan y por los esposos de Caná.
Me gustan mucho las palabras de Santa Teresa del Niño Jesús: “¡Cómo
deseo ser sacerdote para poder hablar de María a todos!”.
Primero recurría a María Madre del Perpetuo Socorro; ahora escucho a
María que me dice: “Haced lo que El os diga” (Jn 2, 5) y con frecuencia
le pregunto a María: “Madre, ¿qué puedo hacer por ti?”. Sigo siendo
un niño, pero un niño responsable que sabe compartir las preocupaciones de
su madre.
La vida de María se resume en tres palabras: Ecce, Fiat, Magnificat (He
aquí, Hágase, Alaba). «He aquí la esclava del Señor» (Lc 1, 38).
«Hágase en mi según tu palabra» (Lc 1, 38). «Alaba mi alma la grandeza
del Señor» (Lc 1, 46).