Primicias de ejemplaridad de María

Padre Andres Molina Prieto

 

Es evidente que Cristo tiene el primado absoluto sobre todas las cosas y "es el primero en todo" (Col 1, 18). La función maternal de María en la Iglesia no oscurece en modo alguno la mediación única de Cristo, ya que nadie añade ni quita a la misma (LG 60 Y 62). Pero, salvado este principio revelado y teológico a la vez -que aplicamos a Cristo en cualquier aspecto como Modelo absoluto de toda perfección-, hemos de entender el diáfano lenguaje conciliar cuando nos exhorta a mirar a María como ejemplo refulgente de virtudes ante toda la comunidad de elegidos, ya que la Iglesia ha conseguido en Ella la perfección que busca y pretende (LG 65). Maria ES, por tanto después de Cristo, nuestro mayor y mejor modelo relativo, y a esta verdad nos referimos cuando hablamos de las "primicias de ejemplaridad".

Contemplemos, pues, en breves instantáneas, esta ejemplaridad arquetípica de María como modelo acabado de conducta cristiana.

A.- María, primera en actitudes básicas cristianas.

Ella es, sin el más ligero atisbo de duda, la Primera Creyente, la Primera Contemplativa, la Primera Cristiana, la Primera Evangelizada y Evangelizadora.
En suma, la Primera Comprometida con la Causa total de su Divino Hijo. Todas estas "primicias" y otras más son consecuencia directa e inmediata de su predestinación para ser Madre del Verbo encarnado. Sin embargo, se presentan también como fruto sazonado de su fidelísima correspondencia a una maravillosa oferta por parte de Dios; él "SI" de María como acto de libérrimo consentimiento a su maternidad virginal, totaliza todo su itinerario de transparente apertura al Señor, cuyas inspiraciones y llamamientos sigue, sin la más leve desviación, ni el más ligero titubeo.

B.- María, la primera en el ejercicio de las virtudes.

La Constitución "Lumen Gentium" en su capítulo marilogico es taxativa: "María cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la esperanza y la ardiente caridad. Por este motivo, en expresión de San Ambrosio, es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo (LG 61 Y 63).

El Concilio ha subrayado el crecimiento de la primera virtud teologal probada por el máximo sufrimiento: "Avanzó en la peregrinación de la fe, manteniendo fielmente su unión con el Hijo ante la cruz" (LG 58).
Esta ejemplaridad- en la línea vertebral- de las virtudes teologales la convierte en el prefecto modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto como Oyente, la Mujer del silencio y de la escucha. Orante, la Mujer de la apertura dialógica con Dios. Y Oferente, la Mujer del continuo ofrecimiento de Sí misma y de su hijo, por la Salvación de todos los hombres (MC 16- 20). Estos tres perfiles en su personalidad.

C.- María, primera por su perfecta actitud discipular en el seguimiento de Cristo.

Los rasgos de María como Discípula del Señor pertenecen a su imagen evangélica. Sin caer en ningún exceso retórico, se puede afirmar que María es propuesta por la Iglesia como la "primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor universal y permanente" (MC 35). En efecto, examinando la vida de Nuestra Señora, encontramos cumplidos, de manera eminente, los contenidos y exigencias inherentes a la condición del discípulo: "la fe" (Jn 14,1), que en María fue tal que definió su identidad, y el motivo de su bienaventuranza y de su maternidad, por que "creyendo concibió"; la abnegación (Mt 1, 6-24; Lc 14, 26), porque Ella olvidándose de Sí misma se hizo para los otros, vivió atenta a las necesidades del prójimo (Jn 2, 1-5); la acogida de la Palabra, que fue una característica suya como "pobre del Señor", crecida en el amor y en la observancia de la ley: el servicio recíproco, propio de los amigos de Jesús, y el servicio a causa del Reino, por el que María se ofreció "totalmente como la esclava del Señor a ala persona y a la obra de su Hijo"; la participación en el destino del Maestro (Jn 15, 20); la experiencia dela Cruz (Mt 16, 24; Lc 14, 27), que en María llegó al limite cuando llena de fe, estuvo junto a la Cruz del Hijo acogiendo las palabras del Salvador moribundo (Jn 19, 25, 27); la vigilancia activa y orante (Mt 24, 22-24) que, en María miembro e imagen de la Iglesia, se hizo espera de la venida del Espíritu (Hech 1, 14), y ardiente deseo de la última venida del Señor (Ap 22, 17).

La cercanía de María por su condición de primera y perfecta discípula constituye para todos sus hijos una llamada a la coherencia, un aviso a la autenticidad y una invitación para superar la conducta de signo ambiguo o mediocre.

D.- María, primera por la firmeza y fidelidad en mantener su "SÍ" polivalente.

Nunca cansaremos los cristianos de profundizar en la múltiples y aleccionadas facetas del Fiat de la Virgen nazarena, otorgado como expresión de libertad y de sabio discernimiento, según deja entrever San Lucas. Examinamos evangélicamente el inagotable fondo y contenido de esta corta palabra Fiat y descubrimos en seguida que él "hágase en mi" de María posee admirables rasgos definitorios. Por que es el fruto de las gracias; es virginal, filial y esponsal; es manifestación de consentimiento total; es momento esencial de la nueva creación: porque, casi como la palabra creadora, concurre a la formación del Hombre nuevo, Cristo Jesús, cabeza de la humanidad renovada. 

Él "hágase en mí" de María constituye una expresión de paz, palabra que unió el cuelo a la tierra reconciliando al Creador con las criaturas; y gesto de misericordia compasiva hacia la humanidad caída por el pecado.

En las cuatro pinceladas que anteceden hemos resumido de alguna manera las primicias de ejemplaridad que ostenta Nuestra Señora, en la cual hemos de tener nuestra mirada fija como pequeños aprendices de la Primera Discípula y Perfecta Maestra, aprendiendo la única lección que en las más armoniosas tonalidades quiere enseñarnos nuestra bendita Madre. Esta esencial lección consiste en que queramos seguir radicalmente a Cristo, imitando lo más fielmente a quién nos invitó a aprender de El como único modelo.

No vamos a analizar la interesante, pluriforme y polícroma tipología de una relación entre la Virgen María y sus hijos, los bautizados y regenerados en Cristo Jesús. Sería interesante descubrir este bellísimo y rico espectro donde la Virgen se nos muestra como Madre, Señora, Maestra, Guía, Educadora y también como Hermana nuestra, Hija de Adán, Hija de Sión, fruto excelso de la Redención, y miembro supereminente de la Iglesia. Podemos invocarla como en los antiguos formularios litánicos de los siglos XV Y XVI, que destacaban el título de Maestra en el ejercicio y educación de las virtudes evangélicas.

"Ave, María, Maestra de la Santidad; Maestra de la Humildad; Maestra de la obediencia; Maestra de la fortaleza; Maestra de la contemplación; Maestra del servicio". He aquí nuestro límpido y refulgente espejo donde sólo contemplamos el rostro y el corazón de Jesucristo.

Fuente:  Revista Juventud