'Hagan lo que Él les diga'

Ángel L. Strada 

 

El evangelista Juan narra que María es invitada a una fiesta de bodas. En un momento de la misma, se acaba el vino. María, con delicado sentido femenino, percibe la situación de aflicción, e interviene. Nuevamente —como en la Visitación— muestra su vocación de servicio, es solidaria con sus semejantes comprometiéndose con sus necesidades concretas. Su amor es activo y efectivo. Se dirige entonces a Jesús, haciendo notar la carencia y pidiéndole una solución. 

Jesús le responde: "¿Qué tengo yo contigo, mujer?" Y agrega: "Todavía no ha llegado mi hora". 

La vida de Jesús está guiada por la voluntad del Padre, quien lo conduce hacia un acontecimiento culminante: su Muerte y Resurrección. Allí realizará la transformación definitiva del ser humano, sellará la Alianza Nueva y Eterna. No está en sus manos adelantar esa "hora", es el Padre quien la señala. 


LA INTERCESORA 

María ordena a los siervientes: "Hagan lo que Él les diga", porque cree en el poder de su Hijo y confía en ser atendida. María no participa en la acción misma del milagro; su petición discreta lo desencadena en la fuerza de una influencia moral, por una intercesión. 

"Hagan lo que Él les diga": son las últimas palabras conservadas en el evangelio. Más que a los sirvientes de la boda, son palabras dirigidas a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Contienen todo el anhelo, la vivencia y la misión de María; conducirnos a la identificación con Cristo. 

Jesús atiende efectivamente el pedido de María, y transforma el agua en vino abuntande y bueno. Con ello se supera la situación de apuro y se asegura la alegría de la fiesta. Pero el suceso posee un significado más profundo y trascendente. Esto es característico de los escritos de San Juan, donde las personas y situaciones poseen un sentido propio y un sentido simbólico, transformándose en realidades referidas a algo superior, con un sentido oculto pero eficaz. Los sucesos y personas permanecen reales, pero transparentan una significación más profunda. 


LA SEÑAL 

El milagro de la transformación del agua en vino, además de manifestar el gran poder de Jesús sobre la naturaleza, constituye una "señal", un signo que supera las posibilidades humanas y tiene por finalidad provocar la fe en Jesús, el Enviado de Dios. 

El agua convertida en vino marca el inicio de la manifestación pública de Jesús, el Mesías. "Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos". 

La primera adhesión creyente a la persona de Jesús está precedida por el ruego de María. En Caná de Galilea el Evangelio comienza a ganar seres humanos, y es María —Virgen Misionera— quien colabora en su difusión. Nuevamente, como en la Visitación, lo hace a través de un acto de servicio fraterno y en el marco de un acontecimiento familiar. 

La intervención de María contribuye a iluminar el sentido mismo de los milagros y de la acción de Jesús. Son expresión de una manifestación de amor y de misericordia, especialmente para con los necesitados. Es significativo que un corazón materno y femenino dejara su huella en el primer milagro de Jesús. 


SIGNIFICACIÓN TEOLÓGICA 

Esta primera señal posee, además, una profunda significación teológica, si la interpretamos simbólicamente. Bajo la forma de un banquete fue prometida la salvación, y las bodas expresan la relación íntima y exclusiva de Dios con su pueblo. 

La era mesiánica se la representa justamente con esas imágenes. Ambas están destinadas a evocar la alegría ofrecida por Dios a los seres humanos a través del Mesías: alegría por la presencia del Esposo, acompañada por el gozo de la abundancia extraordinaria de bienes. 

María nos es presentada simbólicamente como aquella que introduce en este mundo la abundancia de los bienes mesiánicos, las bodas de Dios con la humanidad, la plenitud de la alegría por la nueva era. 

Fuente: 
Revista "Perpetuo Socorro"