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La Vocación de
María. Llamada de Dios
Camilo
Valverde Mudarra
INTRODUCCIÓN
La historia de la salvación, a pesar de las repetidas caídas y
sucesivas claudicaciones de la humanidad desde el pecado de Adán, muestra
siempre la intervención amorosa de Dios que, en su infinita misericordia
brinda, al hombre, el perdón y la gracia divina.
La vocación (sustantivo del verbo latino vocare, expresado en
hebreo por qara' y en griego por kaleo,
= llamar) es la llamada de Dios, la elección por parte de Dios, que en su
amor eterno se hace presente al hombre y lo llama para investirlo de una
misión. La vocación cristiana en el bautismo es una invitación de Dios a
la esfera de lo divino, a ser "criatura nueva" (2Cor 5,17),
"partícipes de la naturaleza divina" (2Pe 1,4). Representa la
manifestación explícita de la relación de elección que el misterio de
amor eterno de Dios y de salvación establece con Israel y con diferentes
personajes de la historia bíblica: "Cuando Israel era niño, yo lo
amaba y de Egipto llamé a mi hijo. Yo los he llamado (Os 11,1ss). Vosotros
sois hijos para Yahvé…Yahvé te ha elegido Dt 14,1-2) Y a la llamada de
Yahvé, Moisés responde: "Heme aquí" (Ex 3,4); y María
contesta: He aquí la esclava del Señor" (Lc 1, 29).
Es esta una cuestión que ha caído hoy en desuso y en un cierto
olvido, pero se impone fácilmente por su firme vitalidad y hasta por su
extrema necesidad; basta reflexionar sobre la escasa importancia reservada
en la actual sociedad civil a la llamada que viene de Dios y a las
exigencias del espíritu en general, mientras que nos proclamamos
comprometidos en favor de la promoción y el crecimiento de la dignidad
humana. Solicitado por la vocación divina y asociado al proyecto salvífico
con el encargo de una misión especial, el hombre estará mejor equipado
para llevar a cabo sus cometidos, que no pueden confinarse dentro de la sola
dimensión terrena y provisional del hombre, sino que abrazan necesariamente
también su realidad y sus exigencias sobrehumanas y eternas, a las que es
constantemente llamado por el amor de Dios, manifestado en la plenitud de
los tiempos en Cristo Jesús y en el don del Espíritu.
La vocación interpela al hombre en su totalidad y hasta en su
intimidad, poniendo de manifiesto sus dotes de generosidad y aceptación del
don divino o descubriendo, por el contrario, las opuestas facultades de egoísmo
y rechazo. Esencial por su misma definición y primordial por la realidad
expresada con la elección, ese don señala silenciosamente las etapas de la
revelación divina y del camino del hombre, tanto del que la acepta generoso
como del que la rechaza egoísta. Israel, el pueblo de prominentes
personajes en relación con la alianza del AT; Cristo, la Iglesia su cuerpo
místico con sus miembros en sus diferentes funciones en el NT, dos
entidades que, en definitiva, no forman más que una sola, indican en
concreto el alcance excepcional de esta misteriosa iniciativa de Dios
respecto a lo creado, desde aquella primera vocación divina que llamó a la
existencia al universo entero (Gén 1-2) hasta la que, al final del
Apocalipsis, proclama "dichoso al que guarde las palabras proféticas
de este libro" (Ap 22,7), y a la de Jesús, que en el epílogo
mismo del Ap se dirige "a todo el que escuche las palabras de la
profecía de este libro”, y al que “haga añadiduras a esto” (Ap
22,18s) de algún modo, considerando los diferentes resultados.
En el acto vocacional, Dios incide en la conciencia más recóndita
del hombre, a lo más íntimo de su corazón, produciendo un cambio en su
existencia y transformándolo en un ser nuevo. Normalmente le señala una
misión que constituye una constante precisa; y, al mismo tiempo, constante
también es la aceptación, no exenta de dificultades, del contenido por
parte del interpelado acorde con la programación divina.
La vocación cristiana es el dato fundamental de S. Pablo en su
primera carta a los Corintios: “santificados en Cristo Jesús, por
vocación santos,...”
(1Cor 1,2). La santidad, pues, es la meta a la que está
convocado el creyente.
1.
TRES TEXTOS DE VOCACIÓN:
Veamos
tres distintas ocasiones en que Dios llama a sus elegidos. Comparamos a
continuación la vocación de Moisés (Ex 3-4) con la vocación de
Gedeón (Jue 6, 12-23) y la vocación de María de Nazaret (Lc 1,
26-37).
1.1. Vocación de Moisés
Ex 3-4:
1º. Aparición del ángel:
-
"Allí se le apareció el ángel de Yahvé en llama de fuego, en medio
de una zarza" (v. 2).
2º. Turbación del destinatario:
-
"Voy a acercarme a ver esta gran visión: por qué la zarza no se
consume"...Ocultó Moisés la faz, pues temía mirar a Dios (v. 3-6).
3º. Anuncio-mensaje:
-
"He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto,... Ve, pues, yo te envío
al Faraón..." (v. 6-10).
4º. Objeción por parte del llamado:
-
"¿Quién soy yo para ir al Faraón y sacar de Egipto a los hijos de
Israel?" (v.11).
-
"Pero si ellos me preguntan: '¿Cuál es su nombre?', ¿qué les
responderé?" (v.13).
- "No me creerán, ni escucharán mi voz..." (v.1)
-
"Pero, Señor, yo no soy hombre de palabra fácil...más bien, soy
tardo en el hablar y torpe de lengua" (v.10).
- ¡Ay, Señor! envía al que has de enviar" (v.13).
5º. Signo de confirmación por parte de Dios:
- "Yo estaré contigo y esta será la señal de que yo te he
enviado" (v. 12).
- "Él extendió su mano, la tomó y volvió a ser cayado en su
mano" (v.4).
- Mete tu mano en el seno" (v.6).
- "...el agua así derramada en el suelo se volverá
sangre" (v.9).
-
"Yo estaré en tu boca y en la suya sugiriéndoos lo que habéis de
hacer" (v.15).
1.2. Vocación de Gedeón
Jue 6, 12-23
1º. Aparición
del ángel:
- "Se le apareció el ángel de Yahvé y le dijo: 'Yahvé
contigo, ...' (v. 12).
2º. Turbación del destinatario:
- "Por favor, mi Señor, si Yahvé está con nosotros..."
(v. 13).
3º. Anuncio-mensaje:
-
"Vete con la fuerza que tienes y salvarás a Israel del poder de Madián"(v.
14).
4º. Objeción por parte del llamado:
- "Por favor, Señor, ¿cómo salvaré yo a Israel? Mi familia
es la más humilde de Manasés y yo soy el último... (v.15).
5º. Signo de confirmación por parte de Dios:
-"Dame
una señal de que eres Tú quien me habla" (v.17)
- El fuego subió de la roca y consumió la carne y los panes... (v.
21)
1.3. Vocación de María
de Nazaret Lc
1, 26-38.
1º. Aparición
del ángel:
-
"El ángel Gabriel fue enviado por Dios ... y le dijo: 'Alégrate (gr. xaire),
llena de gracia, el Señor es contigo". (v. 26-28).
2º. Turbación del destinatario:
- "María se turbó y se preguntaba qué significaría tal
saludo" (v. 29).
3º. Anuncio-mensaje:
- "Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por
nombre Jesús"(31).
4º. Objeción por parte del llamado:
- "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (v. 34).
5º. Signo de confirmación por parte de Dios:
-"El
Espíritu Santo vendrá sobre ti... He aquí que Isabel, tu parienta, ha
concebido también un hijo en su ancianidad..."(v. 35-37).
Y, a ello, sucede inmediatamente, la aceptación libérrima y la
entrega generosa en manos de Dios: "He aquí la esclava del Señor; hágase
en mí según tu palabra".
2.
COMENTARIO.
En efecto, en los tres pasajes de vocación y anuncio se descubre un
mismo esquema o paradigma que contiene idéntica estructura de los cinco
puntos expuestos arriba. Estos tres mensajes
que acabamos de comparar son tal vez los más representativos, pero
no los únicos. A lo largo de la Sagrada Escritura, podemos encontrar otros
relatos de anuncio en que aparecen varios elementos comunes a todos ellos,
como el del nacimiento de Isaac
(Gén 17-18), el del nacimiento de Sansón (Jue 13), el anuncio a
Zacarías del nacimiento del Bautista (Lc 1, 8-25), etc.
Es posible que estemos constatando la existencia de un género
imitativo. Tal vez, se pueda afirmar que bajo estos textos subyace una fórmula
literaria según la cual se han ido reproduciendo tales escritos. Esta
consideración puede llevarnos a la conclusión de que pervive en ellos un
fondo de realidad y hechos históricos que se envuelven en un artificio
literario con la finalidad de resaltar y poner de manifiesto un contenido
teológico, el llamado procedimiento derásico. Y, quizás, estas
correlaciones literarias son, para el autor sagrado, un modo de manifestar
la correlación de los hechos y por consiguiente el devenir continuo de la
historia de la salvación y, a la vez, sus altibajos y sus fracturas.
2.1. Aparición del Ángel.
En el esquema o paradigma, es el primer elemento que aparece.
"El
Ángel de Yahvé" es el mismo Yahvé -"Viendo Yahvé que se
acercaba para mirar" (Ex 3,4)- que se hace perceptible a los
sentidos en forma de fuego, símbolo de su santidad -"Quita el
calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa"
Ex 3,5)-. Esta idea de santidad, muy recalcada entre los hebreos, indica
separación y transcendencia. Y Dios no es un dios, es el Dios de antes y de
siempre: "Yo soy el Dios de tu padre; el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob" (Ex 3,6). Y esa es la razón por la que
Moisés "ocultó" su faz y sintió enorme miedo de mirar
cara a cara a Yahvé. "Yo he descendido", le dice el Señor, en
una expresión antropomórfica, que no es más que un medio empleado por la
Divinidad para poder acercarse a la limitación humana.
En la perícopa de la vocación de Gedeón, se habla unas veces de
Yahvé y otras del Ángel de Yahvé. Parece claro que el Ángel de Yahvé
debe identificarse con Yahvé mismo que se aparece en forma humana. En los
v. 14, 16, 23 de Jue 6, solamente se cita a Yahvé. La expresión del "Ángel"
pretende evitar un excesivo antropomorfismo.
Y, en la anunciación de María, es Gabriel el enviado por Dios; es
el ángel de la Encarnación, el ángel del anuncio a Daniel (Dan 9, 21-24),
que "entrando junto a ella" le anuncia la concepción virginal de
un "Hijo del Altísimo, que reinará sobre la casa de Jacob por los
siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 28-33).
2.2. La turbación.
La aparición súbita e inesperada produce asombro y temor. Moisés
lleno de extrañeza y en medio de gran inquietud ante la gran visión de la
zarza que arde sin consumirse, se iba acercando para mirar.
Y
la Virgen María, al oír aquellas palabras, se turbó. Y fue el mismo
Gabriel el que tuvo que calmarla: "No temas, María, porque has
hallado gracia ante Dios"
(Lc 1, 29-30).
Es, pues, lógico que el ser humano, ante la presencia de una aparición
o un hecho sobrenatural se turbe, quede sobrecogido y sienta temor. Pero,
María no duda ni cae en la incredulidad como Zacarías; ella, siendo una niña
núbil y aún sin casar, sólo quiere saber cómo han de realizarse los
planes del Señor, porque todo lo demás para ella está en su total
disposición para entregarse en las manos amorosas de Dios.
2.3. El anuncio del mensaje.
El anuncio, en los tres casos que estudiamos hoy, es un mensaje de
salvación que encierra, como en otros casos análogos que tenemos en la
Sagrada Escritura, una misión difícil y pesada para el destinatario.
Abrumados por ese enorme peso y por la envergadura de la empresa que Dios
les propone, titubean y temen. Y, como estos escogidos están adornados de
una profunda humildad, no se creen dignos de ser elegidos para colaborar en
los planes de Dios.
A Moisés y a Gedeón, Yahvé les confía la misión concreta de
liberar a su pueblo de las garras del faraón y de los madianitas. Sin
embargo, a María de Nazaret, Gabriel le encomienda una misión universal y
ecuménica, liberar a la humanidad del pecado a través de su libertador que
Ella va a criar.
La misión de Moisés es muy concreta y precisa: es el intercesor, el
mediador, el libertador de Israel. "He visto la aflicción de mi
pueblo en Egipto... y la opresión a que los someten. Ve, pues, yo te envío
al Faraón para que saques a mi pueblo... (Ex 3, 7-11).
La función de intercesión va unidad a los rasgos propios de su
figura. Su intimidad con Yahvé es tan grande que llega hasta transformar la
teofanía en un precioso y cálido diálogo: "Moisés hablaba y Dios
le respondía con el trueno" (Ex 19, 9), como un padre con un hijo
o como si hablaran dos amigos. Y en su humildad, se cree inepto e
innecesario: ¡Ay, Señor! envía al que has de enviar" (Ex 4,13), no
envidia ningún don, le abruma el peso del pueblo que cae en sus espaldas,
porque "Moisés era humilde, el hombre más humilde del mundo" (Núm
12,3). Es el siervo más fiel del Señor, su hombre de confianza al que
habla cara a cara (Núm 12,7-8) y el único mediador del acontecimiento
irrepetible que insertó para siempre al pueblo en la economía de la
revelación.
El mensaje de Yahvé a Gedeón es claro y conciso: "Vete con
la fuerza que tienes y salvarás a Israel del poder de Madián".
Los israelitas estaban, a la sazón, bajo el yugo y la opresión de los
Madianitas, que eran nómadas procedentes del desierto siro-árabe y se
extendían hacia el mar Muerto y el Jordán. Los Amalecitas habitaban la
parte norte de la península del Sinaí y se contrataban con otros pueblos
para la guerra. Gedeón recibe extrañado la misión que le encomienda Yahvé,
entabla un diálogo de preguntas y respuestas de extraordinaria belleza y
humildad. Pero Gedeón se da cuenta que está hablando con el Señor y se
entrega en sus manos: "Yo estaré contigo y tú derrotarás a Madián"
(Jue 6,16).
Dios manda a Gedeón comenzar la liberación de Israel extirpando la
causa de su desgracia: el altar de Baal y el tronco sagrado que representa a
la diosa Asera o Astarté.
Y
Gedeón luchó y con su entrega y confianza puestas en Yahvé derrotó a
Madián. S. Pablo en su carta a los Hebreos celebra la fe de Gedeón: "...por
la fe, subyugaron reinos, ejercieron la justicia..."
(Hebr 11, 33).
El
anuncio que el ángel Gabriel trae a María es el más impensable, el más
inalcanzable para una criatura. Es una vocación excepcional y única en
toda la historia de la humanidad, nadie la ha tenido ni la tendrá jamás.
La Virgen María es llamada por Dios para ser la madre de Dios. Se ha
ensalzado y se ensalza su Virginidad para engrandecerla más, pero, ello no
es en absoluto necesario. El ser la Madre del Verbo es tan grande y
extraordinario, que por sí mismo la eleva al más alto rango que pueda
pensarse; al hacerse Dios carne en su carne, la transforma y diviniza hasta
el extremo de introducirla en el mismo ser de Dios.
El mensaje que recibe María en el silencio de su habitación parece
sencillo, como Dios hace las cosas, calladamente y como sin importancia:
"Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús"
(Lc 1,31). Y, cuando Ella acepta: "He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí tu palabra" (Lc 1, 38) y pronuncia su "Fiat",
se produce el más inmenso acontecimiento que jamás ha sucedido en el
mundo. Ese fiat es el nuevo y definitivo acto de la creación. En esa hora,
en ese minuto de la minúscula Nazaret, crea entroncada con el Dios creador
una nueva humanidad y un mundo nuevo. En la maternidad aceptada por María,
el hombre encuentra la salvación; va a recibir al Redentor y al Rey,
Salvador, que implantará en la tierra su Reino.
En la respuesta de María, por otra parte, advertimos el eco de las fórmulas
que todo el pueblo de Israel solía pronunciar cuando prestaba su
consentimiento a la alianza: "Nosotros haremos todo lo que el Señor ha
dicho" (Ex 19,8; 24,3). En la intención del evangelista, esto
significa que la fe de Israel madura en los labios de María. Y para coronar
la escena, S. Lucas escribe que "el ángel la dejó" como para
llevar la respuesta a Dios, según había hecho Moisés en el Sinaí (Ex
19,8b).
2.4. La objeción:
La llamada de Moisés, aunque tiene analogías con otros modelos bíblicos
de vocación, resulta bastante original. No sólo se declara, como luego hará
Jeremías (Jer 1,4-10), inepto para su misión (Ex 3,11), y regatea con Yahvé
y le pide signos (Ex 4,1-9), como hace también Gedeón (Jue 6,11-23), sino
que es el único que logra imponer una condición a Dios mismo: la
asistencia de su hermano Aarón (Ex 4,10-16). Hasta tal punto forcejea y se
resiste, que "Yahvé se encendió en cólera contra Moisés"
(Ex 4,14), al pedirle que mande a otro. Parece como si no entendiera quien
le impone la misión y que él no va solo, que lleva consigo la fuerza nada
menos que del Señor: "Yo estaré contigo".
La objeción de Gedeón parece rezumar desesperación e incredulidad:
"Si Yahvé está con nosotros, ¿por qué nos sucede todo esto? ¿Dónde
están todos los prodigios? Yahvé nos ha abandonado y nos ha entregado a
Madián" (Je 6,13). Estas palabras dan la impresión de un hombre rústico
alejado de Dios, descreído y lleno de desencanto. Sin embargo, al oír el
"Yo estaré contigo", cambia y entonces le dice que si ha hallado
gracia ante sus ojos que le dé una señal.
En el caso de la Santísima Virgen, la cuestión es distinta. Ella no
pone ninguna objeción, ni duda de la realidad de las palabras del Ángel. Sólo,
en su inmensa humildad, se atreve a hacerle una tímida pregunta que, por
otra parte, afecta enormemente a su situación y moralidad; necesita saber
el modo, el cómo se va a realizar aquello para lo que Dios la llama y
elige. Una vez que recibe la respuesta suficientemente satisfactoria para
ella, se echa en los brazos de su Señor proclamándose su esclava que no
tiene voluntad propia ni querer fuera del de su amo: “Hágase en mí según
tu palabra”.
2.5. El signo de confirmación:
Moisés recibe no una señal, sino tres, como confirmación de la
fuerza que Yahvé le otorga para llevar a cabo su función liberadora: la
del cayado, la de la lepra y el agua que se vuelve sangre.
Moisés es un legado de Dios. Por ello, Dios le da la potestad de
hacer milagros. Es obvio. Los israelitas para creer en la misión divina de
Moisés necesitaban argumentos; y estos son los milagros, voz infalible de
Yahvé que confirma las palabras de su legado.
Para Gedeón, la señal fue el fuego que subió de la roca y consumió
la carne y los panes sin levadura (Jue 6, 21b) que había llevado para
realizar su ofrenda. Y tal es el efecto que le causa ver el fuego que surge
del extremo del bastón del ángel, que, en su ingenuidad rústica, sumido
en la duda de su aparente incredulidad, entiende la presencia sobrenatural,
y como un niño se dirige ahora a Yahvé y balbucea: "¡Ay, mi Señor,
Yahvé! ¿He visto cara a cara el Ángel de Yahvé?" (Jue 6,22b).
Por su parte, María, la mujer más extraordinaria de la historia de
la humanidad, no ya por sus muchos dones, sólo por ser la madre de Jesús
de Nazaret, no pone condición alguna ni pide una señal como hacen Gedeón
o Zacarías. Su enorme grandeza de alma, su profunda espiritualidad y su
magnífico amor y firme confianza en Dios solamente le impele a proclamarse
esclava de su Señor, que Él disponga, Él sabrá qué hay que hacer. Y
humildemente prorrumpe en el "Magnificat anima mea Dominum".
3. CONCLUSIÓN
En
definitiva, estos tres relatos bíblicos tan especiales nos ponen ante la
realidad de la vocación.
Dios llama al que quiere y cuando quiere. La vocación es un don
gratuito e inmerecido al que corresponde por parte del hombre una adhesión
incondicional de fe, por estar fundada en la sola certeza de Dios, en su
fidelidad y bondad. Se puede decir que la vocación constituye una propiedad
de Dios, Él es "el que llama" (Rom 9,12; Gal 5,8). Dios no
necesita del arbitrio del hombre para llevar a cabo ninguna de sus obras.
Vocaciona al hombre simplemente con el deseo de hacerlo colaborador suyo
para encumbrarlo y ejemplarizar a los hermanos que hacen su viaje terreno.
Recibir la llamada de Nuestro Señor para una misión es un honor
grandísimo, pero, a la vez, una carga pesadísima. De ahí, como acabamos
de ver en estos relatos, que el personaje se turba, se estremece y abruma y
así entabla ese bello diálogo íntimo y humano con Dios en el que le
expone como a un amigo sus temores sus dudas y sus estremecimientos,
disipados siempre por el no temas, yo estoy contigo.
La vocación está representada en el "Ve, yo te envío"
de Moisés o de los profetas y en el "Ven y sígueme" de
Jesucristo a los Apóstoles o al joven rico que se retira entristecido; esta
llamada resuena en lo más profundo del alma del ser llamado y cambia
totalmente su vida; es aleccionadora y no deja de sorprender la
disponibilidad total e inmediata a dejar sus quehaceres habituales, su
ambiente, su vida, para seguir al Maestro. Y requiere la aceptación que es
expresada con el "Heme aquí" (Ex 3,4) de Moisés o de Isaías
(Is 5,9) y el definitivo "He aquí la esclava del Señor"
con que María sella su vocación.
La
vocación de los profetas representa el prototipo de las vocaciones en el AT.
Suelen presentar tres formas principales: la primera consiste en una teofanía,
a la que sigue inmediatamente la confirmación divina: Isaías (6,1-3) y
Ezequiel (1,4s). En al segunda, Dios se dirige al profeta para confiarle una
misión, dándole también un signo inequívoco de la vocación es el caso
de Jeremías 1, 4-19; y, finalmente, el Señor mismo es quien representa a
su elegido, como ocurre en el caso del “siervo de Dios” en Is 42,1-6.
En
el NT, la vocación viene in essentia a colocar al hombre en la
esfera de la salvación, ligada a Cristo y a su predicación evangélica, al
misterio de Cristo, esto es, a la revelación del plan salvífico divino. La
vocación del Padre en Cristo es la vida misma cristiana. Todos estamos
llamados a la santidad (1Cor 1,2). Los llamados, según el plan de Dios, están
reservados para Dios solo, son como consagrados a Él y por El y colaboran a
la manifestación de su mismo designio salvífico (Rom 8,28-30). Ya S. Pablo
recuerda enérgicamente que la voluntad de Dios es nuestra salvación: “Esta
es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1Tes 4,3) y así lo
expresa globalmente el precepto de 1 Pe 1,15: "Sed santos en toda
vuestra vida, como es santo el que os ha llamado".
Y
Jesucristo clama todos los días desde su Evangelio: "Sed perfectos,
como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48).
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