Con María, amasando la Primera Eucaristía...
María Susana Ratero
Se acerca, María Santísima, el Jueves Santo.
Ese momento tan especial en que Nuestro Señor Jesucristo, en su infinita
misericordia y por una exquisita delicadeza, decide quedarse con nosotros
“hasta el fin del mundo”... quedarse bajo las apariencias del pan y del
vino, quedarse en la Eucaristía.
Mucho tiempo le llevó a mi alma comenzar, tan
siquiera comenzar, a comprender, apenitas nomás, tan altísimo misterio.
Fue sólo después de leer a Grignon de Montfort en “El amor de la Sabiduría
Eterna” que sentí como que se abrían todas las puertas de mi alma y una
luz serena y pura me inundaba....¡Ahora comenzaba a comprender!!!! Y este
comenzar es sólo descubrir un pequeño trozo, como un cubito de hielo en
relación a un gigantesco iceberg...
Quisiera irme con la imaginación a esa noche,
María, pero no me atrevo sola...
- Entonces ¿Qué esperas para pedirme que te
acompañe?
- Señora mía, es que a cada instante te pido
que me expliques esto o aquello... yo, temo ser molesta...
Me miras... me miras al alma y te ríes como
mil campanas....
-¡Querida mía! Si supieras cuanto me agrada
ser “molestada” de esta manera. Cómo quisiera mi corazón que las almas
que tuviesen dudas, soledades, angustias, se acercaran a “molestarme”
como tú dices... Hija, nada agrada más a una mamá que sentarse junto a
sus hijos para explicarles, mostrarles caminos, aliviar las penas del alma.
Dime ahora, ¿Qué quieres conocer de la última Cena?..
Bajo la mirada y callo.
- ¡Vaya!
Pero ¿Qué tan complicado puede ser, hija?.
- Yo...
Señora, quisiera preguntarte si... si el pan de la Primera Eucaristía lo
amasaron tus manos.
Miro tu rostro grabado en mi alma... tu
rostro, que tiene una mirada
especial y única para cada hijo... Tus ojos miran la lejanía, mas allá
del tiempo y del dolor... mas allá de mis preguntas.
- Cuando Jesús partió esa noche a descansar
al monte de los Olivos, se despidió de mí con un abrazo profundo,
apretado, silencioso... Muchos momentos en nuestra vida estaban más llenos
de miradas y de gestos que de palabras. Mi alma presentía el desenlace.
Quise quedarme cerca suyo pero sin interferir. Él necesitaba de mi amor la
compañía, no las preguntas.
A la mañana siguiente, cuando regresaba para
enseñar en el Templo, vi que
Pedro y Juan se dirigían a una casa de dos plantas, siguiendo a un hombre
que cargaba sobre sus hombros un cántaro con agua. Decidí seguirlos.
Cuando entraron a la casa, la esposa del hombre me invitó a pasar:
- “Pase usted, por favor, a esta casa...
- Señora , yo no quisiera...
-
Soy yo la que insiste. La madre debe estar con el Hijo.”
Y entré a la casa. La mujer era muy sencilla
y me permitió ayudarla con los preparativos de la cena. Le pedí me dejara
amasar el pan, a lo que ella accedió gustosa.
Mientras mis manos formaban la masa,
lentamente, mi alma se iba llenando de recuerdos por lo que, sin comprender
muy bien lo que estaba sucediendo, comencé a meditar todas estas cosas en
mi corazón...
Mis manos amasaban... como cuando estaba en
Egipto y el pan tenía sabor de nostalgia de la tierra amada. Amasaba como
cuando vivía José... recuerdo que él decía que mi pan tenía sabor
“especial”. También recordé
como se había amasado para las bodas de Caná, cuando Él me había dicho
que “aún no había llegado su Hora”. Pan... “el pan nuestro de cada día”
que Él nos había enseñado a pedir al Padre...
Mi corazón se deja llevar por tus palabras,
Maestra del alma, y me veo a tu lado, mientras amasas el pan sin levadura...
- El pan sin levadura, que nos recuerda la
salida apurada de Egipto, donde no hubo tiempo de fermentar la masa.
Cuando el sencillo alimento está listo, te
encargas de la cocción, con esmero y delicadeza, dándole ése toque
personal que cada hijo reconoce de su madre... por ello, el pan de cada
mesa, aunque repetido, es siempre único.
Jesús y los Apóstoles llegan a la casa y se
disponen a cenar. El pan está sobre la mesa. Con una parte se acompaña
la cena. Después de ella, Jesús toma uno de los panecillos. Este
gesto, tan conocido por ti, María, te llega al alma. El Maestro mira el
sencillo alimento y te reconoce en él.
Puedes ver su mirada que, imperceptiblemente, te dice: “Gracias,
madre, por no dejarme solo en esta hora”.
-¿Qué sentiste en ese momento, Madre?
- Cuando Él dijo “que será entregada por
vosotros y por todos...” mi alma de madre se estremeció, todo mi amor de
madre quiso salir corriendo a llorar tras los árboles... pero mi corazón
de esclava me detuvo. Si Él se entregaba, yo también.
Mi entrega sería el silencio, mi ofrenda sería estar tan cerca de
Él como pudiera...
- ¿Tendrías fuerzas?
- Hija, ya no había tiempo para las
preguntas, ya ni siquiera había preguntas. Jesús estaba pidiendo “Tomad
y comed todos de Él”.... y eso hice... con mi corazón tomé un trozo de
pan y lo comí... Después, después solo pude caminar tras Él.
Al partir el pan se realizaba la primera
Eucaristía, la de la cena fraterna, la que celebró el sacerdote eterno. Y
estuvo amasada por tus purísimas manos, María ¿Quién más pudo haber
sido digna de ello? Solo tú, querida Madre, solo tú... desde ese día y
por siempre te has quedado junto a tu Hijo en cada altar, como madre atenta.
-¿Sabes hija? Cuando Él decía que este pan
era Su Cuerpo, y este vino era Su Sangre, yo recordé vivamente el momento
de la Encarnación, en aquel lejano día de Nazaret. Comprendí que tantísimo
amor no tiene límites en su entrega, y, por ser Quien es, puede
multiplicarse infinitamente sin perder su divina esencia.
- Nazaret..-murmuro con el alma inundada de
asombro y gratitud- ¿Entonces.. entonces cada vez que recibo la Eucaristía,
llega a mi alma Jesús como llegó a tu purísimo vientre?
- Pues, así es. Sé que te cuesta un poco
comprenderlo. Pero a medida que lo
vayas descubriendo, y eso sólo será por una especial gracia de Dios, más
asombro y amor habrá en tu alma...
- Señora mía ¿Los Apóstoles supieron que
tu habías amasado el pan?
- Después
lo supieron. Después.
Pues volvía yo a amasar para cuando se reunían a celebrar aquellas
primeras misas....Recuerdo que Pedro me pedía amasase cuantas veces
pudiera. ¿Cómo negarme? Si amasar ese pan era como preparar nuevamente la
ropita de Jesús camino a Belén... esperarlo, y aquella primera cuna de
paja se tornaba ahora cuna de harina tibia... pero cuna al fin. Solo que
aquella cuna recibió al niño, pero siguió siendo cuna... en cambio ésta,
de pan, una vez que la habita el Hijo ya no es pan, sino que, por la
transubstanciación, se torna en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Jesucristo...
- Señora ¡Qué gran honor el de las
manos que amasan tan delicado pan! Creo que nunca podré llegar yo a
hacerlo, ni siquiera una vez..
- Ay, hija querida, ¡Cómo ves todo a través
de las apariencias y te dejas engañar por ellas!... Amasar el pan
para la Eucaristía no es sólo tomar harina entre las manos. Hay
muchas otras maneras, muy necesarias todas, en que cada cristiano debe
aprender a amasar ese pan..
- Explícame, por favor, Madre, que nada
entiendo..
- Mira, cada vez que aconsejas a alguien
recibir la Eucaristía, cada vez que instruyes a un niño acerca del inmenso
valor de la Santa Comunión, cada vez que te preocupas de que un moribundo
la reciba apropiadamente, estás amasando el pan.
- Señora, ¿Cuándo fue la última vez que
amasaste en esta tierra?
- Fue el día de mi partida hacia mi Hijo....
fue un día muy especial, pues casi todos mis queridos hijos vinieron a
verme en ese tiempo.... pero eso es otra parte de la historia. Ahora, sólo
dime si he respondido a tu pregunta
-Claro, Madrecita mía, claro, como siempre.
Me dejas el alma llena de posibilidades, de caminos, de oportunidades para
ayudar a tu Hijo en su obra de Redención. Aunque mi ayuda sea como un
granito pequeño de arena, es ya demasiado para mí, que son tan inservible
y poca cosa.
-Ve hija, ve a amasar el pan en el alma de los
que Jesús te va poniendo en el camino. En la señora que va con cara triste
al almacén y a la que tú puedes darle una palabra con perfume de
eternidad. En tu compañero, que hoy no puede sonreír porque está
desilusionado de las promesas del mundo. A él puedes hablarle de que hay
promesas de eternidad que nadie puede romper. A ese joven, que busca y busca
entre el ruido y la prisa, caminos que se le desdibujan. A él puedes
hablarle de que hay una puerta, estrecha sí, pero que conduce a praderas de
eterna lozanía.
Amasar el pan. María querida, me has enseñado
a amasar panes de eternidad. Gracias, dulce maestra, madre amorosa, gracias.
A ti, que lees estas líneas, te invito a que
ayudes a María a seguir amasando panes que luego, por la infinita
misericordia de nuestro Dios, serán cuna de
Eucaristía...
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