Los Dolores de María Santísima

José Portillo Pérez     

 

  Hoy nos adentramos en las celebraciones de la Semana Santa acompañando a nuestra Santa Madre durante las trágicas horas que ella padeció los tormentos que le fueron infringidos a nuestro Jesús. Podéis encontrar algunas pistas para contemplar a María Santísima en la siguiente homilía que os envío que publiqué en la edición número 7 del día del Señor. Espero que el citado texto os sea de provecho.

1. La exaltación de la Santa Cruz y los siete Dolores que traspasaron el corazón de María Santísima son dos devociones unidas o entrelazadas muy amadas por la mayoría de los católicos, así pues, si ayer recordábamos la Pasión y muerte de nuestro Jesús y el sentido teológico de la Santa Cruz, hoy vamos a contemplar la figura de María de Nazaret junto a Jesús en las difíciles horas de la agonía del Señor, y vamos a intentar encauzar nuestras deficiencias ante la sencillez de María y la significación teológica del dolor, el error, el pecado y la muerte.

El Apóstol San Pablo, en el fragmento de su Carta a los Hebreos correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando, nos ha recordado el dolor que sufrió nuestro Señor en las horas de su Pasión. Siempre se nos ha dicho que Jesús aceptó su Pasión en virtud de su voluntad de acatamiento de las consecuencias que erróneamente les atribuimos al pecado, pero hoy el Apóstol de las gentes nos habla de un Jesús cuya imagen nos resulta desconocida, ya que muchos de nosotros no hemos reparado en las conversaciones durante las cuales Jesús le pedía a Dios que lo tratara de convencer sobre cuáles eran las razones por las que él debía renunciar a su vida. En el Antiguo Testamento los Profetas hablaban claramente de la Pasión de Jesús, pero, ¿por qué tenía que ser él precisamente el que tenía que pagar el precio de la redención del género humano? Si nos metiéramos en la piel de Jesús y se avecinara la hora de nuestra muerte, ¿de qué forma le pediríamos a Dios que nos concienciara de que no es absurdo nuestro cometido? Cuando Jesús conoció el beneplácito de la voluntad de Dios, comprendió que, siendo él un hombre normal, tenía que sufrir de igual forma que padecemos nosotros para ser purificado no del pecado, sino de la forma en que la sociedad podía inducirle igual que nos lo hace a nosotros a cambiar el amor al Padre y a los hermanos por el apego a la existencia fácil y vacía.

2. Los Dolores de nuestra Santa Madre son muchos, así pues, las dudas de José con respecto a la fidelidad de ella a su futuro marido, el tiempo durante el cuál según un texto apócrifo José fue esclavizado, los años durante los que Jesús predicaba el Evangelio atrayendo hacia sí mismo la malintencionada acción letal de sus enemigos... pero, de todos esos puñales que traspasaron el corazón de nuestra Santa Madre, la Iglesia nos insta a recordar siete heridas que rompieron el corazón de María Santísima.

3. El primero de los siete Dolores nos lo narra San Lucas en el Evangelio de hoy. José y María estaban muy contentos porque fueron al Templo a circuncidar a Jesús para imponerle al Salvador el nombre que el ángel le había dicho a María el día en que aconteció la Anunciación. El Nacimiento de un hijo es para muchos padres la causa de un inexplicable gozo, pero Simeón, un anciano que le había pedido a Dios que no le permitiera morir sin haber contemplado al Mesías, con sus proféticas palabras, hirió el corazón de aquellos padres que tendrían forjados muchos proyectos para educar al Niño haciendo de este lo que se dice un hombre de bien. Cuando escribí el libro Trigo de Dios, pan de vida, entrevisté a mucha gente con el fin de poder escribir mucho sobre el dolor humano y su significación teológica. Una de las personas a las cuáles entrevisté era Isabel, una anciana de 80 años que se expresaba en unos términos parecidos a los siguientes, cuando me contó cómo su hijo Bernardo fue devuelto al ejército al que pertenecía cuando abandonó clandestinamente el cumplimiento de sus obligaciones militares durante la Guerra Civil de España: "Durante la noche del doce de febrero del 37 mi hijo y yo fuimos sobresaltados por los gritos que oímos y los golpes que los soldados daban en la puerta de mi casa, me levanté sobresaltada, abrí la puerta, y unos soldados armados me empujaron y registraron toda la casa hasta que encontraron a mi hijo y se lo llevaron atado jurando que lo iban a matar. Cuando empecé a sospechar que jamás volvería a ver a mi hijo, sentí un gran deseo de quitarme la vida...". Quizá María no sabía cuál sería el fin de la etapa evangelizadora de Jesús, pero el anuncio de la muerte, por conocido y esperado que sea, siempre causa desesperación, tristeza e impotencia.

4. San Mateo, en el capítulo 2 de su Evangelio, nos cuenta cómo, a tenor de la visita de los Magos de Oriente, temiendo Herodes que Jesús creciera y se sublevara contra su persona arrastrando consigo a una buena parte de los judíos, el Rey les ordenó a sus soldados que asesinaran a todos los niños de Belén y sus barriadas cercanas que tuvieran menos de dos años. Jesús fue el único niño que fue librado de la muerte. ¿Por qué el ángel que alertó a José y a María para que salvaran a Jesús no hizo un pequeño esfuerzo para salvar a los santos mártires de Belén? Dios sabe cómo, dónde y por qué hace las cosas. Con respecto a la Sagrada Familia, puedo deciros que la huída a Egipto les fue muy angustiosa. Los caminos conducían a muchos peligros que podían tener consecuencias letales para ellos. La noche fue el escudo que amparó a la Sagrada Familia que huía precipitadamente de los soldados del Rey. María y José no llegaron a establecerse dentro de Egipto, pues vieron más conveniente instalarse en una colonia judía que estaba fuera del país citado en la cuál encontraron acogida y trabajo para José hasta que él recibió el encargo divino de regresar a Palestina.

5. A su regreso de Egipto, quizá para evitar los molestos rumores de los nazarenos con respecto a los hechos relacionados con la Encarnación del Verbo, José quiso establecerse en Belén, pero nuestro santo se arrepintió de haber tomado esa decisión cuando supo que Arquelao, el hijo del que quiso asesinar a Jesús antes de morir, era el Tetrarca de Galilea, así pues, la Sagrada Familia se vio obligada a retornar a Nazaret junto a sus familiares.

María tuvo a Jesús consigo hasta que el Niño cumplió cinco años y lo puso a disposición de José para que este empezara a inculcarle su duro oficio y le instruyera en el conocimiento de las Escrituras. La vida en la aldea, con la salvedad de las dificultades que tenía el trabajo y el peso que suponía el tributo imperial, era cálida y tranquila según la fuerza que cada cuál tenía para soportar la invasión de aquella colonia romana.

Cuando Jesús cumplió los doce años, fue por primera vez junto a sus padres a celebrar la Pascua a Jerusalén, por exigencia de una prescripción legal. Cuando acabaron los actos religiosos al tercer día de la celebración y la Sagrada Familia se dispuso a regresar a Nazaret, José y María se percataron de que Jesús no estaba ni con sus parientes ni con ellos. Al tercer día de iniciar la búsqueda, José y María encontraron a Jesús en el Templo interpretando las Escrituras junto a los doctores de la Ley, los cuáles estaban admirados del conocimiento que el Niño tenía de la Palabra de Dios. José y María estaban contentos porque su Hijo tenía una sólida formación espiritual, pero como padres le exigieron a Jesús que no se separara de ellos sin su consentimiento, porque él no tenía edad suficiente como para perderse por un espacio de tiempo tan largo. El Señor, tranquilamente, le objetó a María: "¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que tengo que estar atento a cumplir la voluntad de mi Padre¿". José y María estaban tan ofuscados en aquel momento que no pudieron entender el significado de las palabras de Jesús, pero, María, la mujer que meditaba todos los hechos relacionados con la vida de su Hijo en su corazón, empezó a sospechar que su Hijo habría de separarse de ella en cualquier momento, apenas Dios se lo pidiera. Todas las madres deben ser conscientes de que sus hijos se pueden separar de ellas en cualquier momento, pero María no descartaba la posibilidad de que el destino de Jesús podía ser diferente al futuro de la mayoría de los hijos de Israel.

6. Algunos años después de que aconteciera la prodigiosa pérdida de Jesús en Jerusalén, María y el Señor sufrieron la inesperada muerte de José. A partir de ese momento, Jesús se encargó durante unos años de sustituir a su padre en su trabajo de carpintero. José falleció en una época en la que su Hijo era considerado como adolescente y por ello necesitaba tener junto a sí al carpintero de Belén de una forma muy especial. A partir del fallecimiento del Patrón de la Iglesia Universal, Jesús empezó a madurar seriamente sobre su vocación.

Desde el momento en que el Señor se separó de María para ser bautizado, tentado en el desierto y con la intención de comenzar su Ministerio público, María empezó a sufrir la soledad en toda su plenitud. Nuestra Madre, en aquellos tres años, tuvo que hacerse maestra en el arte de la oración, para no fallecer contemplando la gloria del pasado que se ceñía sobre su alma como arma letal que agigantaba la visión de su aislamiento. Cierto día, a través de Jesús, o bien por las habladurías de la gente, la Madre de la Iglesia supo que su Hijo tenía unos enemigos muy especiales que vivían para trazar un plan mortal con la intención de acabar con aquel que puso al descubierto sus fariseas intenciones.

En la Biblia no se nos relata si María supo de la celebración de la última Cena de Jesús con sus discípulos cuando nuestro Señor celebró la transición de la Pascua hebrea a la Pascua cristiana con sus Apóstoles, de igual manera que tampoco se nos informa sobre cuál fue el momento durante el que ella pudo encontrarse con Jesús cuando él caminaba con la cruz a cuestas hacia el Calvario. En conformidad con los acontecimientos tan violentos que se sucedieron desde el Domingo de Ramos hasta el Jueves Santo, es fácil suponer que María conociera con todo detalle todos los acontecimientos relacionados con la Pasión de Jesús, a partir del momento en que acaeció el prendimiento del Profeta de Nazaret en Getsemaní.

7. Nuestro Señor, según palabras del Apóstol, "se despojó de su grandeza, tomó la condición de siervo y se hizo semejante a los humanos. Más aún, hombre entre hombres, se rebajó a sí mismo hasta morir por obediencia y morir en una cruz (Flp. 2, 7-8). María Santísima contemplaba a nuestro Jesús derramando las wltimas gotas de su existencia. De igual forma que la substancia vital manaba de las heridas del Cuerpo de Jesús, el Hijo de Dios clamaba interiormente: "Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa" (Sal. 51, 3). "Fuiste tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre, desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios, no te quedes lejos que el peligro está cerca y nadie me socorre" (Sal 22, 10-11). Cuántas veces nos quejamos cuando sentimos que nos abandonan las fuerzas de la juventud y la inestabilidad emocional que sufrimos nos induce a sentirnos abandonados. Con qué quietud derramó

Jesús las wltimas gotas de su existencia en el Calvario. Jesús murió acosado por el dolor, la asfixia y las crueles burlas de sus enemigos.

El día siguiente al primer Viernes Santo los judíos celebraban la Pascua, y se hacía necesario que Jesús y los dos ladrones Dimas y Gestas fueran sepultados. Como los compañeros de Jesús no habían sido azotados previamente a su crucificción, los soldados les rompieron las piernas con el fin de no sepultarlos vivos, pero Jesús parecía estar muerto. Para asegurarse de que Jesús no fuera enterrado antes de expirar, un soldado romano al cuál según una antigua tradición llamamos Longinos, clavó su lanza certeramente en el costado de Jesús, haciendo que del cadavérico Cuerpo del Mesías brotara una fuente sacramental inagotable. Jesús estaba muerto, y la vida que abandonó su Cuerpo vivificó a otros tantos creyentes que permanecían sepultados en el Gólgota.

Quizá uno de los momentos más emotivos de la conmemoración de la muerte de Jesús sea el recuerdo de María con el Cuerpo de su Hijo amado entre sus brazos, minutos antes de que Nicodemo y José de Arimatea se encargaran de embalsamar al Señor para proceder a sepultarlo en conformidad con la costumbre del pueblo judío.

María salvó la vida de Jesús cuando el Niño Dios era pequeño y Herodes deseaba asesinarlo, pero, aquel Viernes Santo, nuestra Señora hubo de resignarse al contemplar los acontecimientos que ocurrían en torno a su Hijo.

9. Jesús fue sepultado en una cueva que estaba excavada en una roca que le cedió José de Arimatea, un Sanedrita que, a pesar de que fue discípulo oculto del Nazareno cuando empezó a creer en el Evangelio, le cedió al Señor su sepulcro, y Jesús le otorgó la vida eterna, porque nuestro santo le dio un lugar de reposo a aquel que era más humilde que los pájaros y las zorras, por cuanto ni siquiera tenía una madriguera en la que apoyar su cabeza (Lc. 9, 58).


(Homilía publicada por J. Portillo en Escucha mi voz, el Viernes de Dolores del año 2004, y el día de la Virgen de los Dolores el año 2003).