Jesús se despide de María antes de empezar su Ministerio público

José Portillo Pérez     

Querida Madre:

Quisiera expresarte el gozo y el dolor que me invaden en este momento, porque eres para mí esa estrella que siempre me ilumina en los momentos más tenebrosos de la vida, así pues, por mi causa, José pensó en no aceptarte como esposa cuando me concebiste por obra y gracia del Espíritu Santo, tuviste que viajar a Belén junto a mi querido padre para empadronaros desafiando graves peligros, tuviste que viajar a Egipto junto a mi padre para salvarme de la furia y la ambición de Herodes, tuviste que aceptar que yo nací para cumplir los designios de Dios, hace 16 años, cuando viví mi primera Pascua en Jerusalén... Siempre hemos permanecido unidos en los momentos de dolor y gozo.

Aunque nací para llevar a cabo el cumplimiento de las profecías citadas en las Escrituras, me es muy difícil el hecho de separarme de ti, sacrificar la amistad de mis hermanos, perder la confianza de mis mejores amigos... Es necesario que me conozca perfectamente, para que así los hombres puedan conocer a Dios.

He pasado 30 años meditando sobre todo aquello que nos ha acontecido. He sufrido las injusticias que muchos poderosos llevan a cabo contra los débiles. Soy consciente de que, en la lucha contra la marginación de los débiles, existen 3 posturas, de las cuales, todos los hombres, se adaptan al punto de vista que ven más atractivo, según su amor propio, la indiferencia, o la caridad que han recibido de Dios. Ante tanto dolor, yo no puedo permanecer indiferente contemplando la angustia de los hombres. Me voy a comprometer a crear una sociedad más justa, un mundo sin fronteras, un Reino sin cadenas, sin más atadura que el amor misericordioso de Dios.

Llevo años observando cómo la mayoría de los hombres de mi edad empiezan a labrar su futuro. Unos se casan, otros adquieren casas, rebaños de ovejas... A mi edad, todo hombre, necesita tener a una mujer junto a sí. Sin embargo, mi misión consiste en entregarme en cuerpo y alma al servicio de los hombres, sin esperar por ello nada a cambio de mi amor expresado en palabras y obras, excepto el amor de Dios. No obstante, reconozco que no es fácil amar sin recibir amor a cambio, de hecho, no será fácil para mí dar la vida por quienes me mirarán denotando frialdad y un profundo desprecio.

Estoy cansado de ver a muchos de mis hermanos con el corazón lleno de odio contra los invasores romanos. Esos hombres sienten miedo a revelarse por temor a las represalias que por dicha causa pueden tomar los colonizadores contra ellos. Quiero que dichos hermanos y amigos sepan que, sus mayores opresores, son sus malos pensamientos, a pesar de la dificultad que conlleva el hecho de odiar los golpes que recibimos, al mismo tiempo que nos desvivimos amando a quienes gozan a la hora de agredirnos.

Con respecto a mí, tengo que reconocer que son muchas las dudas que me atormentan. Voy a servir a un Dios a quien jamás he visto personalmente. Yo sé que procedo del Padre, pero, ahora, más que nunca, necesito ver al Dios que tanto nos ama.

Con respecto a las Escrituras, como buen lector de las mismas, he cumplido cuantas profecías he podido, por cuanto dichos textos se refieren al enviado de Dios, a pesar de que muchas veces me he preguntado cuál es la razón por la que no se cumplen las mencionadas palabras en mí de la misma forma que me acontece cualquier otra circunstancia buena o adversa a lo largo de mi existencia. A veces pienso que soy yo quien debo hacer que la Palabra de Dios se encarne en mi cuerpo y alma, para amar al Altísimo y a los hombres según mi voluntad, pues no deseo amar a mi Padre y Dios y a mis prójimos por obligación, como quien sabe que va a morir, y no puede hacer nada para evitar tan horrible suceso según la óptica humana, y tan gloriosa circunstancia según la forma que Dios tiene de ver todo aquello que nos acaece a lo largo de la vida.

Con respecto a los hombres, he de decir que siento miedo, así pues, tengo que decirle al alcalde que practique la justicia, en vez de ambicionar tanto el poder. Tengo que decirles a los fariseos, que dejen de entristecer el corazón de Dios y de ofender a sus hermanos los hombres haciendo gala de su religiosidad ritualista y de su falta de amor para con los hijos del Altísimo. Quiero decirles a los saduceos, que tienen que creer en todo aquello que concierne al espíritu, pues todos los que hayan muerto resucitarán cuando nuestro Padre común lo estime oportuno. Quiero explicarles a los esenios que no deben permanecer aislados de los hombres. Quisiera decirles a los sicarios que dejen de robar y asesinar, a los sacerdotes, que amen más al pueblo de Dios, y, a los miembros del Sanedrín, y al Sumo Pontícife, que amen más a sus hermanos, que practiquen la justicia divina, y que no carguen con pesados fardos a los hombres débiles, así pues, deben hacer que los doctores de la Ley enseñen la Palabra de Dios correctamente, pues muchos de ellos adulteran la Ley, según lo requieren los propósitos de algunos hombres.

Les diré a quienes poseen muchas pertenencias, que se acuerden de sus hermanos, aquellos que tienen carencias, ya sean estas materiales o espirituales. También he de decirles a los pobres, que no odien a quienes poseen más riquezas que ellos, porque Dios es el bien supremo de todos los hombres.

Querida Madre:

Ya hemos hablado muchas veces sobre lo que te he vuelto a decir en esta carta de despedida. Me separo de ti, reniego del amor de mis hermanos y el afecto de mis amigos, dejo mi trabajo, me niego a tener a una mujer junto a mí que le dé a mi vida un sentido especial hasta que la muerte nos separe... No voy a ser padre. Debo buscar a mis hijos, las ovejas descarriadas de Israel serán mi familia... Perderé todo aquello que la vida les otorga a los hombres, por la más justa de las causas divinas, es decir, la salvación de mis hermanos los hombres.