Voces de todos los siglos celebran a María

Fuente: La Voz Católica, Arquidiócesis de Miami

 

Las fiestas marianas se cuentan por millares en todo el mundo. Prácticamente, no hay país, región, ciudad, pueblo o aldea, que no tenga su propia advocación de María. La Virgen ha sido y es celebrada en todos los idiomas y en todas las épocas, y el mes de mayo –el mes de las flores– ha sido, tradicionalmente, el mes de María. El 13 de mayo conmemoramos la aparición de la Virgen en Fátima, Portugal, y el 31 de mayo recordamos la visitación que María hizo a su parienta Isabel, después de recibir la Anunciación. Los primeros documentos sobre dicha fiesta datan del siglo XIII, época en que era celebrada por los franciscanos. Un siglo después, el papa Urbano VI la extendió a toda la Iglesia.

En celebración de María, se reúnen aquí voces de todos los siglos para proclamar nuestra devoción a la Madre de Dios, la “clemente, piadosa y dulce Virgen María, Reina y Madre de Misericordia”.

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo (...) Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno (...) ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

San Lucas: 1, 28 y 42-43 (siglo I)


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Jesús, viendo a Su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a Su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. 

Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”.

San Juan: 19, 26-27 (siglo I)
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Un gran signo apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

Apocalipsis: 12, 1 (finales del siglo I)
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El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel.

Protoevangelio de Santiago (siglo II)
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Bajo el amparo de tus misericordias nos acogemos, oh Madre de Dios; no desatiendas nuestros ruegos en las necesidades y sálvanos del peligro. Tú sola eres la bendita.

Sub tuum praesidium (Oración del siglo III, 
en su versión más antigua)

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Señora Nuestra Santísima, Madre de Dios, llena de gracia: Tú eres la gloria de nuestra naturaleza humana, el canal por donde nos llegan los regalos de Dios, el ser más poderoso que existe, después de la Santísima Trinidad; la Mediadora de todos nosotros ante el Mediador que es Cristo; Tú eres el puente misterioso que une la tierra con el cielo, eres la llave que nos abre las puertas del Paraíso; nuestra Abogada, nuestra intercesora. Tú eres la Madre de Aquel que es el ser más misericordioso y más bueno. Haz que nuestra alma llegue a ser digna de estar un día a la derecha de tu Único Hijo, Jesucristo. Amén.

San Efrén (siglo IV)
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¿Quién más noble que la Madre de Dios? ¿Quién más esplendorosa que Aquella a quien ha elegido por madre el que es el esplendor eterno? 

San Ambrosio (siglo IV)
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El Espíritu Santo descendió sobre la Virgen y la santificó como enseña el Espíritu de los Salmos: El Altísimo santificó su tabernáculo (Sal 46), y la virtud del Altísimo la cubrió con su sombra con su asentimiento y la cubre y la rodea todavía, y siempre la coronará, de suerte que la presencia continua del Espíritu Santo la hará eternamente llena de gracia.

San Atanasio (siglo IV)
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Salve Madre Santa, Virgen Madre del Rey que gobierna cielo y tierra; Tú que has dado a luz al que sostiene en su mano el universo y cuyo reino no tendrá fin. Tú la única que tienes al mismo tiempo la alegría de ser madre y el honor de ser virgen. Antes de ti no ha existido mujer que te sea semejante en grandeza, y después de ti no habrá jamás otra igual. Tú eres la sola y única mujer que ha agradado total y plenamente a Cristo.

Sedulio (siglo V)
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La mayor felicidad de María fue creer en Cristo y amarlo con todo su corazón. Y aunque el concebir a Cristo y llevarlo en su vientre le produjo gran alegría, sin embargo mayor fue la felicidad que le produjo el creer en Él y el amarlo con todo el corazón.

Por eso era bienaventurada María, porque oyó la palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en su mente mejor que la carne en su seno. Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María. Más es lo que está en la mente que lo que es llevado en el vientre. Santa es María, bienaventurada es María.

San Agustín (siglo V)
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Salve, madre de la alegría celeste;
salve, tú que alimentas en nosotros un gozo sublime;
salve, sede de la alegría que salva;
salve, tú que nos ofreces la alegría perenne;
salve, místico lugar de la alegría inefable;
salve, campo dignísimo de la alegría indecible.
Salve, manantial bendito de la alegría infinita;
salve, tesoro divino de la alegría sin fin;
salve, árbol frondoso de la alegría que da vida;
salve, madre de Dios, no desposada;
salve, Virgen íntegra después del parto;
salve, espectáculo admirable, más alto que cualquier prodigio.
¿Quién podrá describir tu esplendor?
¿Quién podrá contar tu misterio?
¿Quién será capaz de proclamar tu grandeza?
Tú has adornado la naturaleza humana.
tú has superado las legiones angélicas,
tú has superado a toda criatura,
Nosotros te aclamamos: Salve, llena de gracia.

San Sofronio de Jerusalén (siglo VI)
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Hoy todo el mundo se alegra; quiera Dios que adoremos la unidad, que rindamos culto de santo temor a la Trinidad indivisa, al celebrar con nuestras alabanzas a María, siempre Virgen, templo santo de Dios.

Te saludamos, María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de Aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien es llamado bendito en los santos evangelios el que viene en nombre del Señor.

San Cirilo de Alejandría (siglo VII)
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Tú, quienquiera que seas y te sientas arrastrado por la corriente de este mundo, náufrago de la galerna y la tormenta, sin estribo en tierra firme, no apartes tu vista del resplandor de esta estrella si no quieres sumergirte bajo las aguas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. Si eres batido por las olas de la soberbia, de la ambición, de la detracción o la envidia, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira o la avaricia o la seducción carnal sacuden con furia la navecilla de tu espíritu, vuelve los ojos a María. Si angustiado por la enormidad de tus crímenes, o aturdido por la deformidad de tu conciencia, o aterrado por el pavor del juicio, comienza a engullirte el abismo de la tristeza o el infierno de la desesperación, piensa en María. Si te asalta el peligro, la angustia o la duda, recurre a María, invoca a María. Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón, que no olvides el ejemplo de su vida; así podrás contar con el sufragio de su intercesión.

San Bernardo (siglo VIII)
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Único alivio mío, divino solio, refrigerio de mi sequedad, lluvia que desciende de Dios sobre mi árido corazón, lámpara resplandeciente en la oscuridad de mi alma, guía de mi camino, sostén de mi debilidad, vestido de mi desnudez, riqueza de mi extrema miseria, remedio de mis incurables heridas, término de mis lágrimas y de mis gemidos, liberación de toda desgracia, alivio de mis dolores, liberación de mi esclavitud, esperanza de mi salvación…

San Germán de Constantinopla (siglo VIII)
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María es: Auxiliadora para conseguir la salvación, Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora en la hora de la muerte (…) María Auxiliadora, rogad por nosotros.

San Juan Damasceno (siglo VIII)
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Salve, Escala de la tierra al cielo, por la cual descendió el Señor hasta nosotros y volvió al cielo, como vio el patriarca Jacob.

Salve, Zarza maravillosa, desde la cual se apareció el Señor en la llama de fuego, que aun ardiendo no se consumía, como se le mostró a Moisés, que vio a Dios cara a cara.

Salve, Ciudad del gran rey, ensalzada por los soberanos llenos de estupor, como lo describe el salmista David.

Teodoro Studita (siglos VIII-IX)
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Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti clamamos los desterrados hijos de Eva. A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra: vuelve a nosotros ésos tus ojos misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María: ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Salve Regina. Se atribuye a Hermann Contractus o Petrus de Monsoro, Obispo de Compostela (siglos X-XI)
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¡Oh Mujer, llena de gracia, sobreabundante de gracia, cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo, por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por 
el Creador, sino también el Creador por la criatura.

¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a Él!

San Anselmo (siglo XI)
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Las dos más poderosas armas que conozco para vencer al espíritu del mal son: la frecuente comunión y una confianza ciega en la Santísima Madre de Dios. Hace muchos años que vengo recomendando a las personas la devoción a la Reina del Cielo, y no dejaré de hacerlo hasta que tengamos la dicha de verla allá arriba en el Paraíso eterno.

Papa Gregorio VII (siglo XI)
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Así como la aparición de la Aurora es el anuncio de que se acaba la noche y principia el día, así la llegada de la Virgen María fue el anuncio de que se terminaba una era de pecado y empezaba una era de gracia de Dios.

Papa Inocencio III (siglos XII-XIII)
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Dios da a cada uno la gracia según la misión para que es elegido. Y porque Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado y elegido “para ser Hijo de Dios, poderoso para santificar”, tuvo como propia suya tal plenitud de gracia, que redundase en todos, según lo que San Juan dice: “De su plenitud todos nosotros recibimos”. Mas la bienaventurada Virgen María tuvo tanta plenitud de gracia, porque ella estuvo lo más cerca posible al autor de la gracia, hasta recibir en sí al que está lleno de gracia, y, dándole a luz, comunicar, en cierto modo, la gracia a todos.

[María] Trono de la Sabiduría, rogad por nosotros.

Santo Tomás de Aquino (siglo XIII)
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La novena bienaventuranza es: Bienaventurados los devotos de la Santísima Virgen, porque ellos tendrán sus nombres escritos en el Libro de la Vida, para la salvación eternal.

San Buenaventura (siglo XIII)
Ben vennas, Mayo, et con alegría;
poren roguemos a Santa María 
que a seu Fillo rogue todavía 
que él nos guarde d’erre de folía.
Ben vennas, Mayo, et con alegría...

Alfonso X el Sabio, rey de Castilla (siglo XIII)
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Virgen madre, hija de tu Hijo, la más humilde y elevada de todas las criaturas, término fijo de la eterna voluntad, tú eres quien ennobleciste la naturaleza humana, de modo que su hacedor no desdeñó convertirse en su hechura. En tu vientre se encendió el amor, por cuyo calor, en la eterna paz, germinó esta flor (…) Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas. Tu benignidad no sólo socorre a quien pide, sino que muchas veces libremente se anticipa a la petición. En ti la misericordia, la piedad, la magnificencia, se reúnen con toda la bondad que se pueda encontrar en la criatura.

Dante Alighieri (Divina comedia, siglo XIII)
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María, la portadora del amor a Dios, la que trae y reparte el amor hacia Nuestro Señor.

Santa Catalina de Siena (siglo XIV)
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Dios Padre juntó todas las aguas, y las llamó mar; juntó todas sus gracias, y las llamó María. Este gran Señor tiene un tesoro o almacén riquísimo, en el que ha encerrado cuanto tiene de más hermoso, refulgente, raro y precioso, hasta su mismo Hijo; y este inmenso tesoro no es sino María, a quien los santos llaman “el tesoro del Señor”, y de cuya plenitud se enriquecen los hombres.

San Luis María Grignion de Montfort (siglo XVII-XVIII)
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Para aumentar nuestra confianza en la Santísima Virgen nos conviene recordar dos cualidades maravillosas que Ella tien y que son: el gran deseo de ayudarnos y el inmenso poder que ha recibido de Dios para conseguirnos ayudas del cielo. De María se puede repetir muy bien lo que San Pablo dice de Nuestro Señor: “Tiene poder y bondad para darnos mucho más de lo que nos atrevamos a pedir o a desear.

San Alfonso María de Ligorio (siglo XVIII)
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Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles.

Papa Pío IX (siglo XIX)
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Oh Virgen y Madre de Dios: yo me entrego por hijo tuyo, y en honor de tu pureza te ofrezco mi alma, mi cuerpo, potencies y sentidos y te suplico que me alcances la gracia de no cometer pecado alguno. Madre, aquí tienes a tu hijo. En ti, Madre dulcísima, he puesto toda mi confianza. No quedaré nunca confundido. Amén.

San Antonio María Claret (siglo XIX)
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Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo.

Papa Pío XII (siglo XX)
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Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que asistió con sus oraciones a la naciente Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad.

Papa Paulo VI (siglo XX)
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En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

(…) Pongámonos, sobre todo, a la escucha de María Santísima, en quien el Misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza trasformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor. Al contemplarla asunta al cielo en alma y cuerpo vemos un resquicio del “cielo nuevo” y de la “tierra nueva” que se abrirán ante nuestros ojos con la segunda venida de Cristo. (Encíclica Ecclesia de Eucharistía, abril de 2003.)

Papa Juan Pablo II (siglo XXI)