Mujer de Descanso 

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Este título no fue sugerido por la pintura de Rafael, Nuestra Señora de la Silla, aunque ese lienzo evoca ciertamente una constelación de imágenes centradas en torno a la madre que arrulla al bebé en sus brazos. 


De seguro que María, al igual que todas las madres, calmó el llanto de su hijo, meciéndolo con ternura y estrechándolo contra su pecho. Debió de haber cantado la viejas melodías de oriente para dormirlo y luego vigilar su pacífico sueño. 
Sin embargo, el título “Nuestra Señora del Descanso”, se deriva más de la imagen de José, durmiendo tranquilamente al lado de maría, que la de Jesús en sus brazos. Sólo junto a una mujer como María podría un hombre como José, acostumbrado a la dureza de la vida, descansar con tanta paz y dormir de corrido. 

Como sabemos, el carpintero de Nazaret fue un hombre de sueños. De día, enfrentaba el trabajo duro, áspero e interminable del taller, lleno de clientes y problemas. Por la noche, se retiraba merecidamente a un trozo de cielo, sereno, inefable, colmado de ángeles y portentos. 

Sin duda que María obtuvo esta recompensa para él. No sólo aligeró su fatiga del día con una amable atención en la mesa, sino que procuró una serena atmósfera de descanso que lo llevaba sin esfuerzo alguno a ese mundo sobrenatural en el que ella vivía. Quién sabe cuántas veces le diría a José: “¿Cómo te sientes? Te ves cansado; no te agotes mucho; descansa un poco.” 

Quizás Jesús aprendió de ella este tipo de amabilidad y la utilizó más tarde con sus apóstoles. Al ver lo cansados que estaban, les dijo: “Vayan a un lugar desierto y descansen un poco” (Mc. 6, 31). Invitaba a las multitudes, fatigadas por la dureza de la vida, con estas palabras: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados con cargas pesadas, y yo os aliviaré” (Mt. 11, 28). 

La tradición popular ha comprendido de manera tan profunda la actitud maternal de María que se le ha compuesto un enorme repertorio de melodías de Navidad en ese género musical tan esencial: la canción de cuna. “Todo duerme en derredor...” Creo que los compositores no le prestan a María sus voces para apaciguar a Jesús, sino para sentirse ellos mismos arrullados en sus brazos maternales. 

Santa María, mujer de descanso, acorta esas noches en las que no podemos dormir. ¡Cómo nos agotan! Son como pistas sin luces en las que aterrizan los oscuros tanques de nuestros recuerdos y de los que fluyen enjambres de pesadillas que atrapan nuestros corazones. 

En esas noches, los perros que ladran en la calle parecen dar voz al gruñido del universo, y el campaneo del reloj de una torre cae como martillazos. El reloj de péndulo en el salón marca los segundos y la marcha imparable del tiempo, arrastrando el tormento de horas interminables. 

Vigila el descanso de los que viven solos. Alarga las cortinas del sueño, que tan a menudo son cortas y delgadas como una servilleta que envuelve una fruta para algún anciano. Alivia el peso de aquellos que no pueden dormir a causa del dolor. Con la paz que viene de Dios, calma la intranquilidad de los que dan vueltas de un lado a otro toda la noche por el remordimiento. Acomoda los trapos de los que viven bajo los puentes y calienta los cartones donde los que no tienen casa se protegen de la fría acera. 
Santa María, te pedimos por los que anuncian el Evangelio. A veces se sienten cansados y se desalientan, y parecen decir, al igual que Pedro “hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada” (Lc. 5, 5). Cuando su generosidad pastoral los lleve a descuidarse ellos mismos, recuérdales su deber de descansar. Apártalos de la acción frenética, ya que el stress apostólico no es un incienso agradable a Dios. 

Cuando reciten el salmo 127 en su breviario, reza con ellos y eleva tu voz en la frase que dice: “Es inútil que madruguéis y que veléis hasta muy tarde, comiendo el pan de vuestros sudores, Dios lo da a sus amigos mientras duermen” (vers. 2). Entonces entenderán que no los están llamando a dejar sus compromisos, sino a poner todo en las manos de aquél que hace fructificar el trabajo humano. 

Santa María, ayúdanos a apreciar nuestro descanso del domingo. Si otros se apresuran a salir antes de la bendición final, haz que redescubramos el antiguo gozo de detenernos en el atrio a conversar con nuestros amigos y no a mirar el reloj. Pon un freno a nuestros horarios exhaustivos. Aléjanos de la agitación de los que constantemente luchan contra el tiempo. Sobre todo, que comprendamos que si el secreto del descanso físico está en las pausas del fin de semana y las vacaciones anuales que nos tomamos, entonces el secreto de la paz interior está en perder tiempo con Dios. Él pierde mucho con de éste con nosotros, al igual que tú. 

Incluso si llegamos tarde, espera siempre por nosotros cada anochecer a la puerta de entrada, después de que hemos corrido tontamente. Si no encontramos otro cojín, ofrécenos tu hombro, y podremos por fin dormir en paz.