María, "signo de esperanza y consolación"

M. Esperanza Casaus Cascán

 

Abrimos las páginas del Evangelio y buscamos en el misterio de María la inspiración y el mensaje vivencial que oriente nuestra acción consoladora hoy. Ella es, para el peregrino pueblo de Dios, "signo de esperanza y consolación". 
Ha recibido en la Anunciación al Consolador de Israel en sus entrañas y corre veloz a anunciarlo: "qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz". En la visita a su prima Isabel nos descubre el misterio de la fecundidad. Su caminar solícito la consagra como primera misionera de la consolación.
"Se puso en camino" movida exclusivamente por el amor. Un amor que se hace servicio y cercanía. Camina deprisa, grávida de Vida, a la casa de su prima anciana, también encinta, para servirla. Su misión y mensaje brotan de la hondura del encuentro de Dios con esta mujer sencilla, llamada María.
Nos enseña a consolar a los hermanos desde la experiencia de un Dios cercano. A llevarlo en el alma, en el corazón, en la vida. En criterios, sentimientos y actitudes. Desde Él sentimos la necesidad de darnos a los demás y nuestro servicio es consolador.
Una vida llena de Dios puede estrechar con los hermanos relaciones consoladoras que les hablen del amor del Señor, escondido en los pliegues más oscuros de lo cotidiano. Y les hagan ver que, en toda circunstancia de la vida, hay un sentido profundo a descubrir y una consolación que experimentar.
Llevar a Dios en la vida nos capacita para derramar el bálsamo de la bondad en palabras y gestos. Para abrir caminos de luz y vida cristiana. Para curar las heridas y soledades de cada hora. Para hacer más ligero a nuestros hermanos el peso de "los trabajos y los días". Podemos hablar, servir, educar, llenar vacíos, curar llagas del cuerpo y del espíritu, trasmitir paz y salvación consoladora a todos.
En otra página del evangelio María nos enseña a "guardar en el corazón todas las cosas": el misterio de Dios, nuestro propio misterio y el misterio de nuestros hermanos que, a veces, nos cuesta comprender. Lección sublime: "guardar en el corazón..." y orar junto al corazón de Dios, en el propio corazón y en el corazón de la vida diaria, porque ¡hay tanto para "guardar en el corazón"...!
Seguimos leyendo el evangelio.
A María nos la presenta Juan como "la madre de Jesús" y nos dice que, en las bodas de Caná, "la madre de Jesús estaba allí". A Jesús y a sus discípulos los invitaron, pero María estaba allí. 
Está, puertas adentro, atenta a lo que pasa. Y es que hay formas y formas de estar. Podemos estar como de paso y rozar, sólo desde fuera, los ambientes donde nos movemos. Y podemos dejar que el interés por las carencias de los otros nos implique. Y este fue el caso de María: "estaba allí".
En el banquete "faltó el vino", elemento importante. María, mujer observadora, se percata de esta necesidad y, con entrañas de misericordia, descubre algo más: el sufrimiento que puede seguirse para los novios y organizadores más cercanos. Se acerca a Jesús y le dice: "No tienen vino". A primera vista, sus palabras pueden parecer la información de un hecho. En el fondo son una súplica, formulada con delicadeza, en espera de respuesta.
"No tienen vino". Frase que condensa una necesidad humana. Que revela la sensibilidad y ternura femeninas de María. Que es exponente de que "la madre de Jesús" tiene entrañas de misericordia. Es un ruego trasparente. Una verdadera oración de petición. Y... adelanta el vino de la consolación. 
¿Podemos nosotros adelantar en nuestros hermanos la hora de la conversión del agua en el vino de la consolación?
"Haced lo que Él os diga", nos dice María. Y Jesús a los sirvientes: "Llenad de agua las tinajas". " Y las llenaron hasta arriba".
Llenar es no dejar vacíos por nuestra parte. Es preparar para que Él colme y transforme la obra realizada con nuestras manos. Es prodigarnos generosamente en el consuelo. La transformación del agua en vino dependerá, sólo y exclusivamente, de quien nos ha dicho: "Llenad de agua las tinajas".
En esta hora de la historia urge que supliquemos al Señor por los hombres de nuestra generación: "No tienen vino". Son carencias a nivel de fe y de vida. Hermanos nuestros desolados por el consumismo, el sexo y la droga, por la violencia y la guerra. Desconsolados por la falta de amor y de esperanza. 
Apremiante en nuestra hora esa oración, porque el hombre de hoy ha consumido ya todos los vinos. Y no ha colmado su gozo, ni su felicidad honda, ni su paz. A la angustia existencial de nuestros contemporáneos, a su materialismo sin esperanza, a su carencia de valores, debemos ofrecer -de manera visible-, optimismo cristiano y esperanza que genera consolación. 
Nuestra hora necesita hombres y mujeres orantes, para que el vino de la consolación llegue al corazón de nuestra humanidad. Para que el Consolador del hombre se encarne en el corazón de nuestro mundo con su misericordia, su paz y su bondad. ¿No podremos así adelantar la "hora" de Dios en nuestros hermanos, el paso de Jesús por sus vidas y la experiencia del vino de su consolación?
Una última mirada a María: Madre de la Consolación desde la Cruz.
Ahí está. Silenciosa como la paz. Atenta como un vigía. Abierta como el propio hogar. Entrañable regazo materno para todos. Madre de Consolación. Está junto a la cruz de esa humanidad sufriente que comparte la experiencia del Calvario. Es el consuelo que podemos experimentar los cristianos en el sufrimiento: su presencia de Madre. La mejor compañía.
Ella nos estimula a acoger a quien sufre y a sostener su esperanza. A ver en el rostro del hombre el rostro de Cristo paciente. Porque es en la Cruz donde la muerte redentora de Cristo se encuentra con el dolor de la humanidad y, en ese encuentro, brota la auténtica consolación. Verdad profunda que, desde la fe y la experiencia, intuyeron dos mujeres santas. "En la Cruz está la vida y el consuelo", dirá Teresa de Jesús. "En el Calvario, a los pies del Señor, se halla todo consuelo y alivio", dirá María Rosa Molas. 
María junto a la Cruz, espejo en quien mirarnos. De pie, postura de dignidad y fortaleza. Dando a su Hijo el consuelo de su presencia en esa "hora". En silencio, única palabra cuando el dolor es profundo. Fuerte en su fe y perseverante en su amor.