María, la mujer libre y liberadora

 

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María: la libertad y la liberación
Los pensadores cristianos de nuestro tiempo han acercado la persona de María mucho más a la realidad de la gente, releyéndola con las categorías culturales de hoy. Escojo algunas perlas relativas a nuestro tema: María creyente: libertad desde Dios porque ella escucha la Palabra y asiente a ella desde adentro: He aquí la sierva del señor; hágase en mí según tu palabra". 

María mujer: persona liberada, virgen, dueña de sí misma, madura.

María israelita: la promesa de la libertad, es decir María se ha identificado plenamente con su pueblo, camino de la libertad traída por Cristo. 

María esclava: la libertad de los oprimidos, libertad que María canta en el Magnificat, ensalzando el poder de Yavé, que derriba a los soberbios y enaltece a los humildes. 

María servidora: la fiesta de la libertad, en las bodas de Caná. 

María hija: la libertad de los hijos de Dios.

María madre: la maternidad liberadora.

María amiga: liberación por el amor. Sin olvidar a María discípula, es decir su aprendizaje de la libertad. Cada título mencionado es profundamente bíblico y merecería ser profundizado aparte. 

María asume libremente el proyecto salvífico de Dios

Valiosísimas para nuestro tema, son las reflexiones de Palo VI. Dice así: "La lectura de las Sagradas Escrituras, hecha bajo el influjo del Espíritu Santo y teniendo presentes las adquisiciones de las ciencias humanas y las variadas situaciones del mundo contemporáneo, llevará a descubrir cómo María puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo.

De este modo, por poner algún ejemplo, la mujer contemporánea, deseosa de participar con poder de decisión en las elecciones de la comunidad, contemplará con íntima alegría a María que, llamada a dialogar con Dios, da su consentimiento activo y responsable, no a la solución de un problema contingente, sino a la "obra de los "siglos" como se ha llamado justamente a la Encarnación del Verbo.

Se dará cuenta de que la opción del estado virginal por parte de María, que en el designio de Dios la disponía al misterio de la Encarnación, no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada acabo para consagrarse totalmente al amor de Dios.

Comprobará con gozosa sorpresa que María de Nazaret, aun habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante, antes bien fue mujer que no duda en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos del mundo (cf Lc 1, 51-53).

Reconocerá en María, que "sobresale entre los humildes y los pobres del Señor", una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio (cf Mt 2, 13-23); situaciones todas éstas que no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hombre y de la sociedad.

Y no se le presentará María como una madre celosamente replegada sobre su propio Hijo divino, sino como mujer que con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo (cf Jn 2, 1-12) y cuya función maternal se dilató, asumiendo sobre el Calvario dimensiones universales.

Son ejemplos, sin embargo aparece claro en ellos cómo la figura de la Virgen no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les ofrece el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones" (Marialis cultus, 37).

El precio de una vida libre y liberadora: la "disciplina".- Hago mías las palabras de ese gran pedagogo y amigo de la juventud que fue Romano Guardini. "El sentido del acto vital no consiste en disfrutar su propia sensitividad y su fuerza, sino en realizar aquello que se le ha propuesto al hombre. Éste vive real y plenamente si conoce la responsabilidad que tiene, si cumple la obra que le aguarda, si satisface a la persona que se le ha confiado. Pero el reconocer y elegir lo justo, el prescindir de lo falso -este pasar continuo por encima de los propios deseos para ir al deber-, es la disciplina.

Si miramos entonces de lleno a lo que decide por completo sobre el sentido de nuestra existencia, esto es, a la relación con el que nos ha creado, bajo cuyos ojos vivimos y ante el cual hemos de presentarnos tras de estos pocos años terrenales, entonces vemos fácilmente que eso no se puede conseguir en absoluto sin disciplina y autosuperación.

El hombre no es llevado a Dios con la violencia. Si no se educa a sí mismo para ello; si no se toma tiempo para la oración, por la mañana y por la noche; si no convierte la fiesta del día del Señor en una ocasión importante; si no tiene a mano ningún libro que le muestre algo de "la anchura, la longitud y la altura y la profundidad" de las cosas de Dios (Ef 3, 18), entonces la vida se le escapa constantemente a uno... Quien es así, cuando ha de estar ante Dios, se aburre y todo le parece vacío. Los discursos, la prensa y la radio le enseñan que para el hombre moderno ya no existen los valores y las referencias de lo religioso, y no se siente justificado si no se sitúa en el progreso universal. .. Para sentirse en casa ante Dios, de modo que uno trate con Él a gusto y con sensación de presencia plena, hace falta también el "ejercicio" -como en todo asunto serio-. Debe hacerse de modo voluntario y con autosuperación, una y otra vez, y entonces, como gracia, se recibe el regalo de la sagrada cercanía.

Por ejemplo: antes de dar un paseo por la ciudad cabría proponerse no dejarse atrapar por los anuncios y la gente, sino concentrar el ánimo en un buen pensamiento o en tranquila libertad...; o cabría apagar la radio para que hubiera silencio en la habitación...; o quedarse una tarde en casa, en vez de salir ...; o decir alguna vez que no en el comer y beber y fumar ... Éstas y cosas parecidas, no son nada cosas grandiosas. No se trata de severos ayunos, ni de vigilias nocturnas, ni de duros trabajos de expiación, sino de ejercitación en la vida justa, que de esa forma, no es destruida, sino llevada a su plenitud".

Como María, discípulos de la verdad que libera

Eso es hacerse, como María en la vida de Nazaret, discípulos de la verdad; de la verdad que hace libres y capacita para liberar a los demás. Y es la manera de ser felices, como la misma Virgen María proclama en el Magnificat: "Desde ahora - es decir desde el momento que ha desposado libremente el plan de Dios sobre ella y el mundo - todas las generaciones me llamarán feliz". Sí, libres para amar, servir y ser felices.

Selección y adaptación: 
P. Benito Spoletini,ssp

Fuente: san-pablo.com.ar