Consagración
a Maria: riesgos y sentido
Giuseppe
Daminelli
El
término consagración con relación a María, se ha generalizado en los últimos
siglos y en nuestro tiempo ha sido revivido incluso por los Papas, tres de
los cuales han renovado la consagración del mundo por medio del Inmaculado
Corazón de María, según la petición de Lucía, la vidente de Fátima.
Esto evidencia que la Virgen María tiene un rol en el plan de salvación,
como lo revela toda la tradición católica. ¿Dónde se originan entonces
los problemas? Un experto mariólogo, responde a algunas de las objeciones más
frecuentes y aclara conceptos.
I.
Algunas objeciones teológicas
Se
habla mucho y de modo inapropiado de “consagración a María”. Se dice:
ella nos consagra, y se añade: a ella nos consagramos. Los teólogos oponen
a este lenguaje las siguientes serias objeciones:
Primera
objeción. - Dios solo consagra, o sea, se hace presente en nosotros,
diviniza nuestra existencia, nuestra vida.
Esto
es cierto y no debemos olvidarlo: toda consagración es un don gratuito de
Dios, que inicia por obra suya y por obra suya se concluye, porque sólo él
puede vencer la inercia de nuestra naturaleza humana y elevarnos a su vida
divina. Juan Pablo II no ha ignorado esta objeción, pero la ha tomado y
resuelto en el sentido que Jesús le ha dado en la Última Cena: “Yo me
consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados” (Jn 17,
19).
El
versículo nos recuerda que, a rigor de términos, no hay más que una
consagración: la de Jesucristo. Al nacer entre los hombres él ha
consagrado su humanidad mediante la unción de su misma divinidad, y tal
consagración realizada en el interior del mundo creado, es un principio de
consagración para el mundo entero: radicalmente consagrado mediante Él y
llamado a entrar en su consagración.
Segunda
objeción. - La segunda objeción afirma que para el hombre existe una sola
consagración: el Bautismo. A través de este sacramento Dios nos consagra a
Él imprimiendo en nosotros un carácter indeleble.
Esta
consagración, ¿no resultaría ofuscada al hablar de otras consagraciones,
decayendo así en el particularismo, como una más?. No, porque las
consagraciones votivas tienen una función precisa en la Tradición de la
Iglesia, en particular la consagración religiosa de los tres votos. Dado
que el término consagración es análogo, la “consagración religiosa”
es relativa. Esta no tiene más objetivo que el de realizar más
perfectamente la consagración del Bautismo. Dígase lo mismo de la
consagración a María o mediante María.
La
predicación cristiana y el mismo Grignion de Montfort no han cesado de
subrayarlo con la máxima claridad: consagrarse es abrirse activa y
generosamente a la consagración de Dios.
Una
ayuda pastoral para despertar la respuesta del cristiano. - Tales
actualizaciones o consagraciones votivas no dejan de ser importantes, pues
el drama de la Iglesia es que muchos bautismos hacen de los bautizados
muertos-nacidos: Dios ha realizado su obra de consagración, pero sin
respuesta por parte del bautizado; y la consagración fundamental no ha
pasado a sus vidas.
El
gran problema de nuestro destino y de la misma Iglesia, consiste en que la
consagración gratuitamente dada por Dios se haga recíproca. Que pase de
inerte a viviente; de votiva a efectiva: que penetre toda nuestra vida. Ese
es también, según la teología, el sentido de la consagración religiosa
mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia. Tiene la función de
actualizar, de realizar la consagración del Bautismo.
Esa
es también la función de las consagraciones mediante María. Digo “de
las” consagraciones, porque pueden asumir varias formas: la de Montfort, a
Jesús a través de María; la que fue pedida a los videntes de Fátima, a
través del Corazón Inmaculado de María, etc.
Por
tanto, hablar de consagraciones implica necesariamente hablar de Dios,
hablar del Espíritu Santo.
II.
La libre cooperación del hombre.
Tercera
objeción. - ¿Por qué se habla de consagrarse, dado que sólo Dios
consagra? El hecho es que Dios no hace nada en nosotros sin nosotros.
Nos
consagra sólo si se lo pedimos, con nuestro consentimiento y nuestra
cooperación. Dios ha hecho todo (como Causa primera, creadora), pero nos
llama a hacer todo con él, a nuestro nivel, como causa segunda, libre y
necesaria. La obra de nuestra consagración, donada enteramente por él, es
enteramente desarrollada por nosotros, por nuestra libertad.
Con
todo, la verdad es que el vocablo “consagrar” no tiene el mismo
significado cuando se dice que Dios nos consagra (o sea, nos transforma) que
cuando hablamos de consagrarnos (acoger libremente y vivir ardientemente
esta gracia de Dios). Esta cooperación libre es decisiva e indispensable.
Es la mayor libertad.
Cuarta
objeción. - ¿Es posible consagrar a otros, sin su libre adhesión?.
Consagrar a Rusia (u otra nación) según la petición de Fátima, ¿no
es tal vez una pretensión mágica y una prepotencia frente a la libertad de
otros hombres, o incluso una violación de los derechos humanos? Es evidente
que un don no puede darse sin la libre acogida de los interesados, que es
decisiva. Tales “consagraciones” tienen como intención y objetivo
ayudar a aquellos que en esos países son ya consagrados en medio de todas
las pruebas y persecuciones que soportan, a fin de que la luz y el don que
ellos viven se extiendan a sus compatriotas “sumergidos en las tinieblas y
en las sombras de la muerte”. Son pues una oración, una intercesión, una
apelación al don generoso de Cristo que se ha consagrado para consagrar
consigo a todos los hombres.
Quinta
objeción. - ¿Por qué se habla de consagración a María, si sólo existe
la posibilidad de consagrarse a Dios?
La
objeción es válida. De hecho “consagración” significa pertenencia
total, y una de las fórmulas de consagración acentúa, tal vez paradójicamente,
la radicalidad de ese don de sí al decir: “Me consagro como esclavo de
amor”.
La
fórmula es desconcertante, porque la esclavitud es un mal. Hacerse esclavos
de una criatura sería una alineación, un servilismo: un desprecio a los
derechos del hombre y a la autonomía humana.
El sentido verdadero de la “esclavitud mariana”. - Pero la objeción
se desvanece si a la consagración se le da el sentido que le daba el apóstol
Pablo, quien con tanta insistencia se llamaba “esclavo de Cristo” (Rm
11, 1; y también en el prólogo de muchas de sus cartas). La objeción está
superada porque siendo Dios Creador, consagrarse a Él no significa
alienarse, sino reconocer la verdad: nuestra condición de criaturas, pues a
Dios se lo debemos todo, incluida la existencia y la misma libertad, que él
crea justamente como libertad capaz de unirse a Él y decidirse por el bien,
o alejarse de Él y del bien. Admitir tal verdad significa descubrir al
mismo tiempo el Principio y el Término divino de nuestra existencia.
Significa descubrir la verdad más profunda y la fuente misma de nuestra
libertad, tan a menudo dominada por las ilusiones terrenas. Significa
encontrar el camino de la única felicidad que vale la pena en este mundo y
que conduce a la eternidad feliz. Es compartir la misma libertad de
Dios...
Con
relación a estas verdades fundamentales es posible situar la función de
María en las consagraciones. Y aunque tal función está referida
esencialmente a Dios, es importante porque Dios mismo ha dado a la Virgen
María un lugar inigualable en el plan de la redención.
Giuseppe
Daminelli (En revista Madre di Dio, Nº 5, Milán, San Paolo, mayo de
2002.
Traducción
y adaptación por Jesús Álvarez y Benito Spoletini) .
Fuente:
san-pablo.com.ar
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