María, ejemplo y guía para el que sufre

 

Padre Hernán Pérez Etchepare, ssp

 

Siempre nos faltarán palabras para hablar de nuestra Madre, ella experimentó, antes que nadie, y de manera particular, el poder de fecundidad que viene del Espíritu Santo, el cual la cubrió con su sombra en la anunciación. Esta experiencia es similar a la que se derrama en Pentecostés, donde el Espíritu inundó toda la marcha de la vida de la Iglesia. Hasta en su origen, el Pueblo de Dios tiene a la Virgen como modelo y guía.

María siempre cumplirá con su vocación de madre para fomentar, fortalecer y cultivar la unión de todos los creyentes con Cristo. 

También la maternidad de María perdura por siempre, una vez asunta a los cielos se asocia a Dios en todo, incluso en su oficio salvador, continúa alcanzándonos, por su intercesión, la gracia de Dios. Es por esto que a la Virgen se la invoca como Auxiliadora, Socorro, Mediadora, porque cuida de cada uno de nosotros que somos hermanos de Jesús, para fortalecernos en nuestros peligros, sostenernos en nuestras angustias; nos alienta para que no dejemos de luchar contra las injusticias. Y nos hace participar del amor de Dios; ya que ella lo experimentó de manera singular: Fue inhabitada por la Trinidad que la dotó de una naturaleza extraordinaria, una fecundidad divina y dio a luz a nuestro Salvador. Fue en ella donde la redención de Jesús tomó carácter universal. Desenmascara la corrupción, el egoísmo y la muerte para hacernos vivir de manera nueva, con relaciones auténticas, fraternales y para hacernos participar de la vida de Dios que alcanzó por los méritos de Jesús, acompañándolo hasta el final.

María reconoce su pequeñez y se sostiene en Dios, basa su vida en esa certeza y anima a todos los creyentes a enfrentar todas las dificultades que encuentren con una esperanza inquebrantable. Toda marginación, enfermedad, exclusión, dolor, mal, son asociados a la pasión de Cristo y a la asistencia solidaria de María. Por lo tanto, nuestras prédicas y nuestras catequesis no nos deben formar solamente para cumplir los diez mandamientos, sino para vivir en el espíritu de las Bienaventuranzas. No nos aprestemos solo para un juicio; porque la vida es sobre todo una preparación para vivir en el Reino de Dios, que es fraternidad, alegría, fiesta, ágape, compartir, sin sombra de odio, ni de mal, para eso nos falta convertirnos a los otros y al Otro que es nuestro Padre. No es el temor al castigo lo que nos debe mover, sino el tener entrañas de misericordia.

Cuando nos pregunten: ¿Cómo se puede crecer en medio de tantos muertos? ¿cómo se puede crecer en una Argentina destruida por tantos males? La vida de María con su asunción es una reafirmación del Evangelio que nos dice: donde abundó el pecado sobreabunda la gracia. No nos sintamos huérfanos frente a la adversidad. Como pueblo que camina tenemos una madre que nos guía. En nuestro país, muchos han querido poner a prueba el amor para saber hasta dónde llega. Pero, aunque parezca increíble el amor, como nos muestra María, llega hasta el cielo.

Fuente: san-pablo.com.ar