María se va de bodas

 

Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

 

El Evangelio de Juan lo cuenta así:

“Se celebraba una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús.
Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos.
Y, como faltara el vino, porque se había acabado el vino de la boda, la Madre de Jesús le dice: 
—No tienen vino.
Jesús le responde: 
—Mujer, ¿y a ti y a mí, qué nos va? Todavía no ha llegado mi hora. 
Dice su Madre a los sirvientes: 
—Haced lo que él os diga. 
Había allí seis tinajas de piedra puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una.
Les dice Jesús: 
—Llenad de agua las tinajas.
Y las llenaron hasta arriba. 
Entonces les dice: 
—Sacad ahora y llevad al maestresala. 
Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde procedía, (aunque los sirvientes que sacaron el agua sí lo sabían), llama al novio y le dice: 
—Todos sirven primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor. Pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora.
Así, en Caná de Galilea dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos”. (Jn 2, 1-11).

No sabemos con exactitud cuándo, cómo, ni en qué condiciones se casó la Santísima Virgen María. El Evangelio habla de que estaba “desposada” con José; lo cual, traducido a la cultura actual de muchos pueblos, significa que había un compromiso formal de matrimonio entre ambos. Pero no era el matrimonio, propiamente dicho. Por lo cual, aún no vivían juntos. 

Sí sabemos, en cambio, de su asistencia y presencia personal en una boda. Ésta, concretamente, en Caná. “Estaba allí la Madre de Jesús”. A buen seguro que no sería la única boda en que participó a lo largo de su vida. Pero ésta tuvo una importancia trascendental. Referencia obligada para toda boda cristiana.

1.- Protagonismo callado y eficiente.

La constatación de su presencia en una boda que hace el Evangelio resulta extraordinaria, porque nos presenta a María como lo que es: una persona real y muy normal. Sufre cuando hay que sufrir y goza cuando hay que gozar, como cualquiera de los humanos. No sería ensalzarla quitarle humanismo.

Pero es que, además de su inserción en la realidad cotidiana, está poniendo de relieve, sin ni siquiera darse cuenta, el papel tan importante que la mujer desempeña en el diario acontecer de la vida.

No pierde detalle de lo que sucede. Está atenta a cualquier eventualidad que se presente y donde ella pueda ayudar y ser útil. Se preocupa de que los recién casados estén bien, y lo pasen bien; que bastantes nervios tendrían ante la responsabilidad de que los invitados, a su vez, se divirtieran y estuvieran a gusto.

Y sobre todo, María impone una autoridad, que no autoritarismo, tan necesaria en la mujer que, como ama de casa, tiene la responsabilidad de sacar adelante el hogar.

María, en la boda de Caná, asume un protagonismo, necesario y eficaz, que pasa desapercibido a los mismos invitados al banquete nupcial. Ese es el verdadero y auténtico protagonismo: hacer que todo funcione sin que se advierta su presencia.

Cuando el milagro realizado por Jesús, de cambiar el agua en vino se produce, es posible que muy pocos dentro de la misma boda llegaran a enterarse. Y en todo caso, en ese momento se fijarían más bien en Jesús, que es quien realiza el milagro; y no en María, por quien se produce el milagro.

2.- Un canto al amor humano.

La presencia de María en Caná es al mismo tiempo un canto al amor humano, que es inseparable del amor divino. Es ella quien empuja a su Hijo a que intervenga, ante la delicada situación que por falta de vino se puede producir de que la fiesta decaiga y que la boda, motivo de celebración gozosa y festiva, termine siendo un desbarajuste.

Y aunque parece que Jesús intenta inhibirse (“mujer, ¿y a ti y a mí, qué nos va?”), qué bien entiende la Madre al Hijo que se permite imponer su dulce autoridad de Madre (“haced lo que él os diga”). Ella da órdenes, no desde el autoritarismo, sino desde la autoridad que nace del corazón y del amor de la Madre.

Y así, sin aspavientos, sin que nadie lo advierta, pone a Jesús en el centro de la escena. Jesús pasa a ser el protagonista de la fiesta, de la alegría que conlleva la boda, sin quitar para nada protagonismo a los novios.

Hay, en esta página preciosa del Evangelio, una serie de connotaciones simbólicas: la presencia de Cristo en la boda, recordemos, Cristo es el Dios hecho Hombre, el Dios con nosotros ; esa presencia nos habla claramente de que el amor divino y el amor humano van necesariamente unidos. 

Con la presencia de Cristo, el amor humano recibe una luz nueva. Nos descubre aquello de “el misterio escondido durante siglos es revelado ahora en la plenitud de los tiempos” (Ef 3,9).

Por otra parte, cuando Cristo hable del Reino de los cielos, lo hará empleando el símil de un banquete de bodas. En consecuencia, el Cielo es una fiesta. Todos estamos llamados y congregados en torno a una mesa para un Banquete familiar y festivo. Banquete de la salvación.

La celebración que acontece en Caná es también figura del Banquete Eucarístico. La Eucaristía es el gran sacramento de la unidad, de la solidaridad, del amor, de la alegría.

3.- Caná a golpe de detalles.

Llama la atención la serie de detalles que aparecen en este acontecimiento evangélico de la boda de Caná. 

En primer lugar, se trata de una boda normal. Y es que, las cosas más sublimes, como puede ser una boda, suceden de la manera más normal. Donde Cristo está presente. Es decir, Dios en el centro del amor humano. Es el Dios cercano, amigo, que anima la fiesta, que invita a la alegría. Que nos cambia el agua de nuestra rutina, de nuestra cotidianidad, por el vino generoso, de solera, festivo y alegre. Es la presencia de María, como asunción de la Mujer, protagonista necesaria en el devenir de la historia humana. La Mujer es un canto a la Vida. Tiene el don de la maternidad, que tanto la semeja a Dios.

Otro detalle. Las tinajas las llenan “hasta arriba”. Qué normal nos puede parecer esto hoy. Pero entonces no había agua corriente. Y llenar seis tinajas de cien litros cada una, suponían muchos cántaros de agua sacados de la fuente. Pero así es el amor. Hasta arriba, sin dejar espacios vacíos a la frivolidad, la indefinición o el titubeo. El amor es entrega total.

Y el vino mejor para el final. Al revés de lo habitual. “Todo el mundo sirve primero el vino bueno”. Se queda muy bien ante los demás sirviendo de entrada un buen vino. Pero el detalle es significativo y muy psicológico. Porque resulta fácil amarse cuando se está de “luna de miel”. Quizá no tanto cuando va pasando el tiempo, cuando llega el aburrimiento, la frustración, o la soledad compartida. Pero el amor es como el vino, madura con el tiempo. El amor tiene su sede en el corazón, más que en la corporeidad, o en la atracción física. Y es importante que hablen los corazones cuando los cuerpos comienzan a dejar, o de hecho han dejado ya, de hacerlo. Como el vino, el mejor amor para el final.

Para terminar, el Evangelio puntualiza que éste fue el primer signo que hizo Jesús. “Así, en Caná de Galilea dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos”.

Y creyeron en él sus discípulos. Creer, es la cuestión de la fe. De esta manera, Caná se convierte en el arranque de la fe para los discípulos de Jesús. Pero también en el arranque taumatúrgico del mismo Jesús.

¡Qué enorme trascendencia cobra esta boda celebrada en Caná, provincia de Galilea, para el amor humano en sí mismo, que al compartirse por el matrimonio queda fusionado en una misma y fecunda realidad, y al elevarse a categoría de sacramento, por la presencia de Jesús, hace del amor humano y divino una sola e indestructible realidad!

Y todo, porque un buen día María de Nazareth se fue de bodas. Allí estaban también Jesús, su divino Hijo, y los apóstoles. Y en ellos, nosotros.