Con María siempre

Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 


María, la Mujer por excelencia, la elegida por Dios para ser su Madre al hacerse Hombre, tiene tantos nombres cuantos hijos, es decir, infinitos. Pero todos coinciden y se resumen en uno: Madre.

Es, sin duda, el mejor nombre que le podemos dar a la Virgen María: Madre. Por ese es precisamente su papel y su vocación: ser Madre.

En este sentido, hay una advocación y devoción antiquísimas, referidas a María: Madre del Perpetuo Socorro. Es uno de los innumerables Iconos con que la Iglesia Ortodoxa enriqueció al cristianismo. Ellos, que no podían esculpir imágenes, plasmaron la belleza de los sentimientos religiosos en los Iconos. En éstos han reflejado lo más entrañable del amor y del cariño de toda la cristiandad a la Madre de Dios.

El Icono con el nombre de Perpetuo Socorro es, ciertamente, tardío. Una de las innumerables copias de este Icono procede de la isla de Creta y se encuentra en el altar mayor de la Iglesia de San Alfonso en Roma. Pintado sobre madera, de 21 por 17 pulgadas, muestra a la Madre con el Niño Jesús. 

El Niño es siempre referencia obligada a la Madre. Y la Madre al Niño, abarcando así la Humanidad entera. La Maternidad de María es universal.

Pero María, la Madre, con el título entrañable de Perpetuo Socorro, es precisamente eso: una Madre. Y aparece gloriosa. Reina y Soberana.

Cuando el Niño observa a los dos arcángeles, Miguel y Gabriel, que le muestran los instrumentos de su futura pasión, escena que le produce miedo, en realidad el Icono nos está transmitiendo una de las catequesis más grandiosas y completas de la Redención. 

El Niño está viendo lo que le va a pasar, porque ya ha sucedido. Es decir, lo que en muchas lenguas no podemos fácilmente explicar, desde el griego se entiende mejor. Es un aoristo, o sea, un futuro ―lo que va a pasar―, precisamente porque ya ha pasado. Con un símil quedará más claro. Estamos viendo, por ejemplo, una película. Lo que sucede en la pantalla parece real y presente, pero posiblemente el protagonista ya hace años que falleció. Estamos viendo, pues, como dirían los españoles, “a toro pasado”.

El Niño se agarra con las dos manos a su Madre, que lo sostiene en sus brazos. El Icono expresa así la Maternidad divina de María. Y la seguridad que supone para sus hijos, y para toda la Iglesia.

El Icono está lleno de detalles. Uno que vale la pena tener en cuenta: los colores de la ropa, tanto en María, como en el Niño y los Arcángeles. Tres colores vivos, alegres y festivos: rojo, verde y azul. Todo un símbolo de las tres virtudes teologales: el amor, la fe, la esperanza. Todo un símbolo de fiesta, de glorificación, que se completa con el color oro del cuadro: símbolo de la Gloria sempiterna.

La Virgen del Perpetuo Socorro no es una Virgen dolorosa, ni de la pasión, en el sentido de dolor, o de tristeza. Por supuesto que María es Madre de la Iglesia desde la Cruz, cuando Cristo nos la entregó en la persona del Apóstol Juan. Por supuesto que María sufrió al pie de la Cruz. Pero el dolor por el dolor no tiene sentido. El triunfo de Cristo no está en el dolor que padeció en la Cruz, sino en su Resurrección y Glorificación. Y el Icono del Perpetuo Socorro resalta cabalmente el triunfo. Por eso es un Icono glorioso, de triunfo, de Resurrección, de Vida.

Ese sentido de glorificación, de triunfo, es sin duda, lo que da tanta seguridad e inspira tanta confianza en este Icono; hasta convertirse en la advocación más universal que hay hoy en el mundo, referido a la Santísima Virgen María.

El Icono del Perpetuo Socorro que se venera en la iglesia de San Alfonso en Roma, fue el mismo que el Papa Pío IX mandó a los redentoristas darlo a conocer al mundo entero. Pero, por supuesto, éste es uno, entre los innumerables Iconos Perpetuo Socorro de origen oriental

Pío IX, hoy beatificado, amaba entrañablemente a la Santísima. Encargó a los Redentoristas que dieran a conocer y promovieran la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Y así se hizo y se sigue haciendo. Solemnizaron el acontecimiento. La imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue llevada en procesión solemne por las calles de Roma. Hasta entronizarla en el altar mayor de la iglesia de San Alfonso, el autor, precisamente, de Las Glorias de María. El entusiasmo indescriptible. Las calles de Roma abarrotadas para vitorear a la Virgen.

Hoy en día, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se ha difundido por todo el mundo. El Icono es conocido y amado en todas partes.

El Papa Pío IX fue el primer impulsor de la devoción al Perpetuo Socorro. Pero los Papas siguientes no se han quedado atrás.

Todos sabemos del gran amor que tuvo el querido Papa Juan Pablo II a la Virgen. Pues bien, cuando el 30 de junio de 1991, visitó la iglesia de San Alfonso en Roma, con motivo de la celebración de los 125 años del culto público al Icono del Perpetuo Socorro en dicha iglesia de Via Merulana, en la charla que mantuvo con la comunidad tras la celebración religiosa dijo expresamente: 

―“Recuerdo que en la última guerra, durante el periodo de la ocupación nazi de Polonia y siendo yo obrero en una fábrica de Cracovia, me paraba siempre en una iglesia, precisamente la de los redentoristas, que se encontraba en mi camino de regreso de la fábrica a casa. En aquella iglesia había una imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro. ¡Cuántas veces me detuve ante dicha imagen! y no sólo porque me caía de paso, sino también porque la encontraba muy bella. Aún después de ser obispo y Cardenal de Cracovia volví a visitar dicha iglesia. Prediqué en ella muchas veces y también en ella administré sacramentos, sobre todo el de la confirmación. Se comprende fácilmente, pues, que el venir hoy aquí me resulte como si hiciese un viaje hacia mi pasado, hacia mi juventud”.

Cuando en uno de sus tantos viajes apostólicos visitó Manila y celebró la misa en Baclaran, dijo: 

―“Hoy vengo aquí por segunda vez en mi vida. La primera fue durante la noche en una escala en el viaje hacia el Congreso Eucarístico de Australia; al celebrar aquella noche la misa fui testigo tanto de la devoción verdaderamente filial como de la confianza inmensa de la que tú, Madre del Perpetuo Socorro, gozas entre los fieles, entre el pueblo de esta gran ciudad, capital de las Islas Filipinas”. 

Benedicto XVI es otro Papa de tierna devoción a María. Que Ella, que es Madre y Perpetuo Socorro siempre, nos siga bendiciendo, bendiga al Papa, bendiga a toda la Iglesia.