María elegida para la maternidad

Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R.   


María es Mujer.

María antes que Madre fue Mujer. Expresado así, parece una afirmación de Perogrullo. Mas no lo es. Porque situar a María en la dimensión de mujer, es situarla en un mundo real. Y en un mundo personal, concreto: mujer.

Como mujer tiene unos sentimientos propios, definidos, intransferibles. Es mujer y no hombre. Luego su camino, en cuanto persona del sexo femenino, está marcado y definido para siempre. Es inmutable en todo su mapa genético.

Por consiguiente, como mujer, tiene unos instintos y unos sentimientos genéticamente marcados. La estética, la belleza, la coquetería femenina, son prendas que la adornan, como a cualquier mujer. Y sus sueños tenían que ser necesariamente sueños de mujer. Y sin duda, el principal por primario, sería el sueño de la maternidad. Tanto es así, que cuando Dios interviene en su historia personal para hacerla Madre de Cristo, ella ya se ha adelantado en el proceso biológico e imparable de los instintos naturales a los acontecimientos que van a venir y de los que ella no tiene la menor idea. Y la vemos como novia de José. “Desposada” dice el evangelio, que no significa estar ya casada, sino prometida formalmente en matrimonio.

En consecuencia, en el orden natural de las cosas, María tuvo que fijarse en José. Se fijó en él, no en otro. Porque entre todos los jóvenes de Nazareth, sin duda el más apuesto para ella era José. Y aun cuando los padres de los respectivos novios tenían mucho que ver, sobre todo en el contexto judío, con la futura boda, eran los novios en definitiva los protagonistas. Y una boda no se hace a ojos cerrados.

San Pablo dirá que “la gracia presupone la naturaleza”. Es decir, Dios actúa sin violentar las leyes de la naturaleza. Pero Dios eleva, sublima, transforma.

Y elige a María, sin violentar sus instintos, sus sentimientos, sus ilusiones.

De modo que, esto es lo primero que acontece en María: que es una mujer. Y sobre esta base real y concreta, Dios va a hacer maravillas.

María es Madre.

Si en toda mujer la maternidad corresponde al aspecto primario y maravilloso de los sentimientos y de los instintos, en María ese instinto también se va a cumplimentar.

Pero es aquí donde entra en acción Dios. Y así, la maternidad de María va a trascender el mundo de lo simplemente instintivo para entrar en el mundo de lo transcendente. 

No entramos aquí, ni es el momento ni yo la persona cualificada, a explicar cómo relacionar maternidad y virginidad; o cuál es el significado exacto de cada uno de estos términos que, desde luego, van más allá de lo simplemente biológico y fisiológico.

Dios interviene respetando la naturaleza colmándola de su gracia, de su amor y de su santidad.

María sigue a Jesús.
Asentado lo que antecede, vemos ahora a María, desde el momento en que entiende lo que Dios le pide y ella se compromete con el plan de Dios, como la primera seguidora de Jesús. Con razón, el querido Juan Pablo II expresó en la Redemptoris Mater que “María siguió paso a paso tras Jesús en su maternal peregrinación de fe” (nn 20.26).
Jesús no vino al mundo en plan turista. Vino con la misión específica de traer la Buena Nueva: Que Dios es el Padre de todos; a todos nos ofrece en Cristo la salvación.
Pero de ahí se sigue que, si Dios es Padre, nosotros sus hijos somos hermanos. Y por tanto, hijos en el Hijo.
¿Qué conclusión podemos sacar de todo esto? Siendo Dios, el Dios de la Vida:
• Que amemos la Vida.
• Que la respetemos de principio a fin.
• Que nos esforcemos por construir un mundo mejor, más solidario.
• Que vivamos como hijos de Dios e hijos de María.
• Que sigamos la línea de vida que nos marca el Evangelio