La Santísima Virgen María en la vida de la Iglesia.

Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R.

María, Madre del Dios encarnado.  

El Concilio de Éfeso, (431) se refiere explícitamente a María diciendo que es la “Theotokos”, es decir, “Madre de Dios”.  

La colaboración de la Santísima Virgen María en la obra de la salvación es inequívoca.  

Ya antes del Concilio de Nicea (325) a la Santísima Virgen se la llama la nueva Eva. Y a Cristo el nuevo Adán.  

En el siglo II, san Justino en Roma, san Ireneo en Lyón y Tertuliano en Cartago, partiendo del paralelismo Adán-Cristo, que hace san Pablo (Rom 5, 12-21), aplican un paralelismo análogo: Eva-María.  

A María la Iglesia la ha visto siempre en su misión de intercesora junto a su Hijo Jesús.  

Los primeros cristianos vieron a María como “la llena de gracia”, la “bendita entre todas las mujeres”.

Culto a María.  

De ahí que los Padres insistan en la imitación de María. San Ambrosio afirma: “La vida de María por sí sola es ya escuela para todos”.  

Más tarde, será Santo Tomás de Aquino quien afirme que a María debe dársele un culto superior a los santos. Si a ellos es un culto de “veneración” (dulía), el culto a María debe ser de hiperdulía. Por supuesto, menos que a Dios que es “adoración” (latría), pero más que a los santos.  

La Iglesia, desde los comienzos prácticamente, estableció un creciente y variado culto a la Virgen.  

La expresión «toda santa» (panaghia) es de la primera mitad del siglo IV. Hasta convertirse en expresión común de la literatura bizantina.  

Base bíblica.  

Todo esto, devoción, títulos, etc, que se dan a María, está basado en la Biblia y en la Tradición, transmitida por los antiguos Padres, y que culminó en la definición del dogma de la maternidad divina de María. Dogma, por lo demás, proclamado contra Néstor en el Concilio de Éfeso.  

Los Hechos de los Apóstoles la presentan junto a los discípulos a la espera del Espíritu Santo (Hech 1,14).  

Los Padres Apostólicos, por ejemplo san Ignacio, ponen de relieve su maternidad divina.  

En el siglo II, Justino en Roma, Ireneo en Lyón y Tertuliano en Cartago, partiendo del paralelismo Adán-Cristo, de san Pablo (Rom 5, 12-21), desarrollan el paralelismo análogo: Eva-María.  

Cuando a partir del siglo III, comienza a extenderse el monacato, la vida consagrada, se toma a María como modelo del ideal de virginidad en el seguimiento de Cristo.  

Destaca Antioquía, sede de uno de los tres primeros grandes Patriarcados de Oriente, como el lugar donde se instituye la primera fiesta mariana en el siglo IV.  

No deja de ser sintomático que fuera precisamente allí donde a los seguidores de Jesús se les llamara por primera vez “cristianos”, que es el nombre que ha quedado para la historia.  

Ya entre los siglos VI y VII, encontramos instituidas en Oriente las grandes fiestas marianas, como: La Anunciación, la Asunción, la Natividad, la Presentación y la Concepción Inmaculada.  

La devoción a María ligada a Cristo.  

Pero, curiosamente, las fiestas de la Virgen están íntimamente ligadas al Misterio de Cristo, de tal manera que se consideran como fiestas del Señor.  

En cuanto a la Asunción de María a los cielos, fue el emperador Mauricio, hacia el año 600, quien prescribió su celebración en todo el Imperio con fecha del 15 de agosto.  

En cambio, en Occidente no se conoce ninguna fiesta mariana anterior al siglo V.  

Por lo que se refiere a las iglesias dedicadas a María: Fue en Palestina donde se construyeron dos durante el siglo V: una en Jerusalén en el lugar señalado como el sepulcro de la Virgen. Otra en el monte Garizim.  

A la difusión de la devoción a María en Occidente contribuye de modo notable la llegada a Roma de los monjes que huían de Oriente tras las invasiones tanto de los persas como de los árabes.  

Y en Alejandría, la antigua iglesia patriarcal es dedicada a la Virgen en el siglo V.  

María, primera discípula de Cristo.  

La devoción que la Iglesia, comenzando por Oriente y siguiendo por Occidente, ha tenido siempre a María, se debe fundamentalmente a la misma santidad de María. Es la primera discípula de Cristo. La primera en seguirle.  

Los santos Padres resaltan que la santidad de María no es algo mágico. Ella desde su plena libertad se pone incondicional al servicio de Dios.

San Juan Crisóstomo dirá que de nada hubiera servido a María dar a luz a Cristo si no hubiera estado interiormente llena de virtud (Comentario al Evangelio de S. Juan, XXI, 3).  

Otros Padres, como Orígenes, san Basilio, san Juan Crisóstomo, señalan también cómo María siguió un camino de progreso en la virtud.  

María fue la primera y mejor discípula del Señor. De ahí también nuestro cariño a Ella, Madre de Dios y Madre nuestra.