María en la dimensión del Reino

Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

 

Cristo, lo mejor que le ha ocurrido al mundo.

Cristo vino al mundo por María. Decirlo así parece una ingenuidad. Pero ¿qué hubiera ocurrido si María no hubiera aceptado el plan de Dios? ¿Es impensable pensarlo? No hay que olvidar que María era libre. Estar destinada en el plan de Dios para ser la Madre de Cristo no la convierte en un robot. Siendo libre podía haber dicho No, en vez de Sí.
Desde luego, no estaríamos hablando ahora de María. Pero sí del plan de Dios de salvar al mundo. La libertad que tuvo María para decidir su respuesta no la tuvo Dios. Dios no puede dejar de ser Amor. Pero Dios sabía que María no le iba a fallar.
Cristo vino al mundo a traer la salvación. De ahí que Cristo es el verdadero Evangelio o “Buena Nueva”. Él es quien nos comunica que Dios es Padre de todos. No hay lugar para la orfandad. En consecuencia todos somos hermanos. Pero María, además de hermana por ser de nuestra misma raza humana, es también Madre, por decisión del mismo Cristo. De este modo, al decir que Cristo es lo mejor que le pudo pasar al mundo, esta afirmación hay que extenderla también a María.

Cristo trae el Reino de Dios.

Independientemente de que a Cristo quisieran hacerlo rey los mismos judíos, es decir, la facción que veían en Él la solución a los problemas por lo menos más inmediatos, es Rey. Se lo pregunta Pilato, y Cristo responde afirmativamente.

Cristo es Rey y nos trae el Reino de Dios, y lo que eso conlleva de libertad, amor, solidaridad, fraternidad, justicia, reconciliación, felicidad…, amor, en definitiva.

Cristo nos invita a escuchar la Palabra de Dios y ponerla en obra. 

Escuchar la Palabra no significa ponerse a leer un libro, como puede ser la misma Biblia, a la que también llamamos Palabra de Dios, sino abrir el corazón de par en par a Dios. Ponerse en la misma onda de sintonía con Dios. Eso fue cabalmente lo que hizo María. Ella que posiblemente, por ser mujer, no supiera leer, ya que en su tiempo las mujeres no tenían mucho acceso a los estudios. Las mujeres estaban destinadas fundamentalmente a las faenas del hogar, y su primera función era la maternidad.

Maternidad transcendente.

En María la maternidad va mucho más allá de lo biológico. Su maternidad transciende todos los límites de lo humano. 

Por eso, cuando Cristo parece no aceptar sin más el elogio que hacen de su propia madre: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!”, no es porque esté en contra de la familia y menos de su madre, sino porque quiere hacernos comprender que la verdadera familia transciende los lazos de la sangre para entrar en una dimensión mucho más rica e importante: la Familia de Dios, el reino de Dios.

“Mejor, ¡dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen!”.

Naturalmente que en esa bienaventuranza a quien primero abarca Cristo es a su propia Madre: “Aquí tienen a mi madre y mis hermanos; el que pone por obra el designio de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3. 34-35). ¿Y quién mejor que María para cumplir la voluntad de Dios?

María a la escucha de la Palabra.

Antes que por los lazos de la sangre, María está unida a Cristo con lazos más fuertes que los de la carne y sangre. En primer lugar, la fe. Ella fue la primera en escuchar la Palabra de Dios y en cumplirla. Y la primera alabanza le viene de su prima Isabel: “Bendita tú entre las mujeres” (Lc 1, 42).

María es bendita por haber creído a Dios. “¡Dichosa tú que has creído!” (Lc 1, 45).
Es bendita por ser la Madre de Cristo.
Es bendita por conservar en su corazón la Palabra de Dios, a pesar de que muchas veces no entendía el plan de Dios. Pero seguía creyendo al Dios de la misericordia y de la salvación. “María conservaba estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19.51).

Igual que Cristo tenía que “estar en las cosas del Padre”, así María estaba en las cosas del Padre. Por eso María es también Evangelio vivo, Buena Nueva para todos nosotros sus hijos. Su sola presencia ya era anuncio del reino de Dios.

Importa seguir a Cristo.

Lo que cuenta es seguir a Cristo incondicionalmente. Quien le sigue se convierte en su Familia. El seguimiento se hace desde la libertad. Como María.

Juan Pablo II en la “Redemptoris Mater” dice: “Desde el momento de la anunciación y de la concepción, desde el momento del nacimiento en la cueva de Belén, María siguió paso a paso tras Cristo en su maternal peregrinación de fe…” (nn 20.26).

Para poder seguirle, sin desfallecer, Cristo nos da su propio Cuerpo en la Eucaristía: “Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. El que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él. El que come de este Pan, vivirá para siempre”. “Esto es mi Cuerpo que es entregado por vosotros, haced esto en memoria mía” (Jn 6).

Cristo que había tomado cuerpo en María, se queda con nosotros, y lo hace en la forma asequible, inteligible y familiar del pan eucarístico. Nos da a comer su propio Cuerpo.

Es como si, de algún modo, también estuviéramos comulgando, metafóricamente, a María.

La Eucaristía es alimento para el camino de la vida. En la Eucaristía el amor a Dios y al prójimo se identifican. Y en ese amor, que todo lo cristianiza, María está también presente. El amor cristiano no es una metáfora, sino hermosa e imprescindible realidad. Como María.

La Eucaristía, al mismo tiempo, es el juicio inexorable para la conciencia de la sociedad de hoy y de siempre. Si “en el atardecer de la vida nos han de examinar de amor” como se expresa san Juan de la Cruz parafraseando el capítulo 25 del evangelio de san Mateo, el examen estará dictado por la Eucaristía, centro del Amor de Cristo a toda la Humanidad, ya que la Eucaristía es sacramento de perdón, de misericordia, de amor, de comunión.