En el corazón de María

Padre Tomás Rodríguez Carbajo

 

San Lucas hace dos referencias al corazón de María, una cuando los pastores “reconocieron las cosas que les habían dicho anunciadas sobre este Niño. Y todos los que lo oyeron se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho. María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón”. (Lc. 2, 17-19).
Nos refleja el evangelista dos maneras de recibir una noticia: 

1. Unos se entusiasman por lo agradable del comunicado, pero parece no dejar en ello poso y pronto se les esfuma, como un chaparrón de verano.
2. María lo guardaba en su corazón para ponderarlo, reflexionarlo, estrujarlo para la vida.

Los primeros lo almacenan en la mente, lo recordarán indudablemente en ciertos momentos, pero no les complicará la vida. 

“María lo guarda en el corazón”, donde se guardan los recuerdos que queremos y apreciamos, para que no se nos esfumen, se nos olviden. El amor es el mejor conservante de los recuerdos, los tiene en el corazón, pero no para coleccionarlos o almacenarlos, sino para poder imbuirse en ellos, e intentar conocerlos y desentrañarlos.
Cuando alguien ha dejado de interesarnos, lo sacamos del corazón.
Cuando alguien nos interesa, le decimos que lo tenemos en el corazón.

En el mismo capítulo segundo de San Lucas tras el episodio del Niño perdido y hallado en el templo, encontramos otra referencia muy parecida a la anterior: 
“... y su Madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc. 2, 51).
Dios nos habla de muchas maneras y María estaba atenta a todas ellas, pues, estaba deseosa de penetrar cada vez más en el misterio de Dios.

María amó a su Hijo con el corazón humano que tenía, con la peculiaridad que con ese corazón amó siempre a Dios a quien pertenecía totalmente y que después de su maternidad acrecentó aquel amor con la característica de amor de madre. Un corazón amoroso, entregado, generoso, fiel, lleno de una fina ternura al contemplarlo en escenas de Belén o Nazaret; doloroso, resignado, cuando José de Arimatea deposita en su regazo el cuerpo ensangrentado de su Hijo. 

En el mismo corazón guardaba las caricias de su Hijo pequeño como la impresión que le dejó el rostro desfigurado y el cuerpo martirizado una vez que lo descolgaron de la cruz. 

Ella pensaba, reflexionaba, no comprendía muchas cosas, pero sí mantuvo siempre la llama viva del amor, que le hacía aceptar los planes divinos.
Ella supo leer muchas cosas con su corazón, que pasan desapercibidas a la mente.